Los maniquíes son muy peculiares, no menos que el nombre que los identifica. Con el paso de los años su forma ha ido cambiando (ni se diga en lo que hace a sus medidas) pero aún con su proceso de modernización a cuestas, no dejan de ser portadores del pasado. Habitantes de escaparates, mujeres y hombres objeto en los que el rostro suele ser lo de menos. En lo que hace al caso de México, Homero Bazán aporta datos significativos acerca de los talleres encargados de su creación.
Cuando la economía
de la capital aceleró su desarrollo durante la tercera década del siglo XX, y
los grandes almacenes, precursores de las tiendas departamentales, hicieron su
aparición, algunos negocios que hasta entonces habían navegado por el mar de
las ganancias modestas, sufrieron un impulso tal, que sorprendió hasta a sus
mismos dueños.
Tal fue el caso de
los pequeños talleres dedicados a la fabricación de maniquíes, que en sólo unos
años comenzaron a recibir grandes pedidos, ocurriendo lo que en las teorías
darwinianas se conoce como "la supervivencia del más apto", que en
este caso se traducía en desaparecer en caso de no contar con la
infraestructura necesaria o sobrevivir si se trabajaba día y noche para cubrir
los compromisos.
Después de que las
tiendas elegantes del primer cuadro pusieran de moda los escaparates donde
coquetas damiselas de yeso mostraban lo último de la moda pirateada de Europa y
gringolandia, las grandes tiendas comenzaron a llenar secciones enteras con
monigotes que mostraban sus prendas de temporada, porque bien lo decía aquel
comerciante alemán de apellido Holding, quien fue uno de los primeros en
explotar el potencial de este mobiliario con forma humana.
"Cada maniquí
es como un vendedor no asalariado que promociona la ropa sin descanso".
Pero lejos de las
filosofías empresariales, los pequeños artesanos de este oficio con talleres en
Tacubaya, la Obrera
y la Candelaria ,
sobrellevaban con esfuerzo aquel auge por su producto y prácticamente ponían a
chambear a toda la familia durante semanas.
Contra lo que se podría suponer, la
fabricación de maniquíes no se mantuvo ajena a encendidas polémicas y censuras
varias. Bazán se refiere a ello. “No es de extrañar que dada la mojigatería de
la época, algunos trabajadores de estos talleres tuvieran pegada sobre la
frente la etiqueta de ‘libidinosos’ o bien que se sospechara que cada vez que
pasaban la brocha de laca a alguna de sus piezas, los invadieran pensamientos
cochambrosos al retocar esas partes pudorosas.” Este tipo de consideraciones
–continúa señalando Homero Bazán- no fueron exclusivas de México. “Años antes,
en España, fue sonado el caso de un grupo de madres de familia que habían
lanzado un ataque en la prensa contra los talleres de maniquíes por invitar al morbo
al detallar con ‘premeditación maligna’ algunas partes genitales en sus moldes
de yeso, e incluso añadir ‘una grosera bolita en la cúspide de cada pecho’.” No
obstante las objeciones anotadas, y siempre siguiendo al autor citado, el
mercado de maniquíes se mantuvo en auge debiendo adaptarse a las variaciones
operadas en los modelos de belleza.
No obstante
nuestros artesanos continuaban recibiendo buenos dividendos por su trabajo y
hacían caso omiso de las habladurías. Que tocaban pompis a diario, sí; que
sabían más de anatomía femenina que cualquier doctor lujurioso, también; que a
veces en esas solitarias tardes al pasar el pincelito, sus fantasías elevaban
más de un suspiro, ¡pero claro!; sin embargo, ante todo se trataba de un
negocio honrado que daba de comer a sus familias.
A veces existían
pedidos muy específicos de las facciones de cada muñeca. Antes de la segunda
mitad del siglo XX, los almacenes del Centro admitían casi exclusivamente
maniquíes con las características de Rita Hayworth, promoviendo con ello el
ideal de ama de casa pequeño-burguesa surgido en Estados Unidos; no obstante,
con el tiempo los artesanos plasmaron también en sus creaciones la llamada moda
"Miroslava", y desde monigotas de yeso con cabello rubio hasta
apiñonadas, mostraban las facciones de la actriz y sus "ojazos de
fuego", según afirmaba un oficiante de estos menesteres entrevistado para
la revista Presente.
Para las boutiques
más elegantes que surgieron después de la década de los 50, algunos talleres
ofrecían figuras de gran calidad que casi asemejaban una figura de cera, por lo
general, los pedidos debían hacerse con varios meses de anticipación y en un
número muy reducido. Pero bien que valía la pena, porque más de un cliente
llegó a enamorarse de aquellas coquetas muñecas que asemejaban actrices de
cine.
En este oficio, y tal como sucede en
otros, hubo artistas que sobresalieron a través de la calidad de sus trabajos;
concluye Homero Bazán citando un ejemplo de ello.
Algunos artistas
alcanzaban tal grado de excelencia en el detalle de sus piezas, que incluso
daban el salto a otros oficios, tal fue el caso del famoso militante político
José Neira, quien después de fundar el periódico Revolución Social y ser encarcelado, se fue exiliado a Europa donde
aprendió el viejo oficio de la fabricación de maniquíes. Años después, a su
regreso a la ciudad de México creó un taller, pero era tal la calidad de sus
muñecos que pronto se convirtió en artista de figuras de cera y fundó en la
calle de Argentina, número 21, el primer museo de este tipo en nuestro país,
más tarde trasladado por sus hijos al conocido recinto de la colonia
Cuauhtémoc. No cabe duda que cada hombre tiene un destino.
Pero no se caiga en el error de
considerar que los maniquíes están indisolublemente vinculados a la belleza, a
la salud y al bienestar. Ramón Gómez de la Serna reacciona ante uno de ellos
aquejado por todo tipo de males.
En el escaparate
de la tienda de ortopedia hay un muñeco que sufre todas las lacras, dolencias e
imposibilitaciones. Es demasiado ensañado con él el dueño de la tienda. No hay
derecho a cargar sobre un solo maniquí tantas desgracias sólo para hacer una
demostración de los aparatos que se venden en ese comercio. No puede ser el
mismo maniquí tuerto, trepanado, desmedulado, ambicojo, ambimanco, herniado y
desvertebrado.
Y es que los maniquíes nos modelan tan
bien que comparten con nuestras venturas y desventuras.
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