jueves, 18 de octubre de 2012

Tanta salud enferma


No se trata de descalificar a quien cuida su salud; nada más lejos de nuestra intención. Está claro que no todo depende de nosotros, pero es importante estar atento a aquello en lo que sí podemos intervenir para mantenernos más saludables. Una vez aclarado el punto, no es posible dejar de advertir los excesos que se comenten en este terreno. En el mundo contemporáneo se ha impuesto una especie de tiranía sanitaria que tiene que ver con una serie de factores: lo que se ha denominado culto al cuerpo, extremas precauciones en cuanto a las características de los alimentos que se consumen, exigencia de revisiones médicas periódicas, insistencia en someterse a rutinas de acondicionamiento físico, etc. Como en tantos otros temas pasar de lo sensato a la exageración es cuestión de cantidades y el problema se complica porque “¿qué tanto es tantito?”.

Hace ya algunos años entre las clases acomodadas  se impuso la costumbre de atenderse la salud (y la enfermedad) en Houston, dado que allí estaba instalada la vanguardia en cuanto a tecnología médica se refiere. En ese entorno, Eulalio Ferrer alertaba de los peligros que presentaba esta obsesión de salud.

El que viaja a Houston sano corre el riesgo de regresar enfermo y no sólo por la vía del contagio psicológico, sino por la inercia de la propia monotonía. ¿Y por qué no revisarme yo? —se preguntan muchos, entre acompañamiento y acompañamiento, de uno a otro consultorio o laboratorio. Lo que facilita el ejercicio médico en dosis masivas. ¿Qué organismo no padece algún desperfecto o falla que corregir? ¿Qué persona que haya rebasado los 50 años no ha cedido alguna parte de su cuerpo a la propiedad médica o a las pastillas y píldoras de recetas que no se consultan entre sí y llegan a causar efectos contrarios acogidos, quizá, a la región misteriosa de las intoxicaciones y las alergias? Las evidencias se han multiplicado desde que se inventaron tantas formas de análisis y radiografías; sobretodo, también, desde que ha crecido en proporciones tan extensas la medicina preventiva, con todos sus aciertos, con todas sus alertas y fantasmas (...) Acudir al médico se ha vuelto un hábito, como en otros tiempos acudir al confesionario eclesiástico: todo parece dispuesto para aceptar una condena o una absolución.

 
El extremo cuidado en la alimentación también implica riesgos. Y en este caso es nada menos que Arnoldo Kraus, médico de amplio reconocimiento, quien recuerda con nostalgia los tiempos previos a lo que denomina como la epidemia del colesterol.

(…) Siempre parábamos en el camino a desayunar, siempre lo hacíamos en el mismo sitio y siempre pedíamos lo mismo: huevos estrellados con arroz. Parece que en esa época no se había descubierto el colesterol o que las compañías farmacéuticas no habían conseguido enfermar a tantas personas sanas: los huevos sudaban aceite y nadie reparaba en ello. La gente moría como lo hace hoy, pero sin el azote de las notas que advierten cuántas calorías hay en cada mordida y que estropean el sabor de las comidas, sin las advertencias de la esposa recordando los mensajes de la tele y las amenazas del agente de seguros perplejo ante las alturas alcanzadas por el colesterol.
Ignoro cuándo se inventó la epidemia del colesterol, pero estoy seguro que hoy, cuando todo mundo habla de él, del colesterol bueno y del malo, mucha gente fallece sólo por el hecho de pensar que sus arterias están llenas de grasa, o, de no ser así, invadidas por la publicidad de la industria farmacéutica. Las modas enferman y las modas médicas son letales.

 
Sabido es que la ingenuidad no es recomendable en estos tiempos por lo que se impone una pregunta: ¿qué parte del cuidado de la salud responde a finalidades muy nobles y qué tanto a intereses económicos?

Con el consumismo y con la industria farmacéutica hemos dado, Sancho.

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