martes, 27 de noviembre de 2012

Abstemios, renegados y arrepentidos


Varias son las razones por las que beber alcohol resulta tan atractivo para muchas personas: el gusto de la bebida, la sensación agradable que con ello se obtiene, la dimensión social por compartir un buen momento, etc. El trago permite adquirir momentáneamente otra perspectiva porque como dice Gary Ross “la realidad es una ilusión temporal que surge por la ausencia de alcohol”. De allí que haya quienes se acerquen a la bebida con el objetivo de ahogar las penas desoyendo la ya clásica advertencia de Oscar Wilde en cuanto a que las malditas flotan. Lo que sí llegará después, para seguir con metáforas marítimas,  es  la cruda o resaca a la que alude Héctor Zimmerman.

Resaca. Derivada del verbo sacar. Saca y resaca se aplican al movimiento de flujo y reflujo del mar cuando éste se vuelca sobre la orilla y, al retirarse, deja en ella los objetos que arrastraba. Con cierto humor se denomina también resaca al malestar que se siente después de una noche con mucho alcohol: el despertar deja al descubierto las consecuencias de la marea del whisky y sus anexos.
                                            
Los motivos para empinar el codo nunca faltan porque como sostiene el dicho: “contra las muchas penas, copas llenas, contra las penas pocas, llenas las copas”.

Ahora bien, no todos quienes tienen tratos con el alcohol pertenecen al mismo grupo, ello le permite a Jorge Ibargüengoitia establecer diferencias entre lo que denomina el borracho de peso completo y el alcohólico.

La diferencia entre el borracho de peso completo (PC) y el alcohólico es clarísima: no está en el consumo -hay borrachos PC que beben más que cualquier alcohólico- sino en el motivo y en los efectos. El alcohólico bebe porque necesita beber –para olvidar, para acordarse, para calmarse, para atreverse, etcétera- el borracho PC bebe porque tiene ganas y porque el alcohol forma parte fundamental de la estructura de su vida. El alcohólico es un señor que un día va a pedir trabajo y siente que no se atreve a salir de su casa, a las nueve de la mañana, sin antes tomarse un trago. El borracho PC no necesita pedir trabajo.
Los borrachos PC son pilares de la sociedad. Si se reformaran un día, los accionistas de las compañías destiladoras se quedarían en la miseria, el gobierno perdería una parte importante de sus ingresos y muchas agencias de publicidad tendrían que cerrar. Sobrevendría una crisis parecida a la del petróleo.
Pero no hay por qué alarmarse. Los borrachos PC no están asociados, ni tienen ganas de asociarse, ni menos de reformarse.
Muchas son las campañas publicitarias que procuran erradicar o, cuando menos, moderar el alto consumo de alcohol por ser origen de graves problemas en la vida personal, familiar y social. Menos escuchadas son las voces de aquellos que, por el  contrario, consideran traidor a quien abandona las filas del vicio. Quienes en cierto momento –y fuere cual fuere la causa- asuman la decisión de dejar de tomar, deben saber que ya nada volverá a ser como antes: se generarán suspicacias en torno a ellos y los amigos con quienes antes compartían afición ahora eludirán su presencia. Al respecto señala Ibargüengoitia

La mayoría de ellos irá reformándose a fuerzas, poco a poco, cada cual por su lado y por prescripción médica. Otros se irán a la tumba con la botella en la mano.
Al llegar a los cuarenta y cinco años, los borrachos PC empiezan a tener conversaciones muy raras, en las que entran parlamentos como estos:
-Es que ya no es como antes...
-¿Tú que tomas para la agrura?
-He decidido que cada año voy a pasarme dos semanitas sin tomar gota.
El que dice esto o se queda platicando de las dos semanitas el resto de su vida o, para llevar a cabo su plan, tiene que esconderse de sus amigos. El borracho PC que deja de beber definitivamente por prescripción médica -¿si no, por qué?- tiene que cambiar de amistades.
-¿Has visto a Fulano?
-No, desde hace años. Con eso de que no bebe, ¿ya para qué lo invitamos?

 Así las cosas, para quienes mantienen contacto frecuente con la bebida –prosigue Ibargüengoitia- toda persona que no le entre al oficio será blanco de múltiples sospechas y especulaciones. “En medios sociales de borrachos PC, el que no bebe es visto con gran desconfianza. ‘Algo ha de ocultar’, dicen las señoras. El que no bebe es como un marciano. Puede ser respetado, pero nunca aceptado.” De acuerdo con Perich existe confusión en relación a este tema dado que “un abstemio es un tipo al que no le gusta beber y encima dice que es una virtud”.  

 Jorge Ibargüengoitia llega al extremo de considerar que la simple aparición de un abstemio en el desarrollo de cualquier texto o novela da mala espina y sería conveniente no esperar nada bueno del sujeto de marras.

Un ejemplo de esta discriminación subconsciente lo di yo mismo hace unos días. Estaba leyendo una novela policiaca en la que aparece una mujer guapísima, abnegada, inteligente, tierna... pero no bebe más que agua de la llave. Me dio mala espina.
Tenía yo razón. Era la asesina. Ross MacDonald, el autor del libro -que también ha de ser borracho PC-, quiso poner como señal inequívoca -pero sólo inteligible para los elegidos- de la perversidad de esa mujer, el que, cuando el protagonista dice: "Creo que merecemos una copa", ella conteste: "Yo tomaré un vaso con agua".

Por su parte José Joaquín Blanco critica duramente a quienes (“bebedores equivocados”, los denomina) han dado este paso.  “Los que dejan de beber, dice algún borracho, nunca debieron haber bebido: son bebedores equivocados, como las magdalenas resulta que se arrepienten porque en realidad siempre fueron una especie de colegialas... El buen bebedor ni se anda cayendo de beodo a lo tonto y a primeras de cambio, ni deja de brindar sino hasta encontrarse con la Pelona.”

No se crea que aquí queda la cosa, los juicios pueden llegar a ser aún más duros. Hace años se pusieron de moda los libros autobiográficos en que el protagonista confesaba haber abandonado el alcohol luego de muchos años de experiencia cantinera. Groucho Marx se rebela contra ello manifestando que él no escribe “(…) uno de esos libros en que el protagonista es un borracho empedernido durante treinta años y luego explica cómo ha encontrado a Dios, a los Alcohólicos Anónimos, o a ambos.” Y concluye expresando las suspicacias que le generan ese tipo de testimonios. “Tengo la sospecha de que cuando esos individuos empezaron a beber tenían ya preparada esa autobiografía, con la esperanza de acabar vendiéndola a un estudio cinematográfico.”

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Pues bien, no están ustedes para saberlo ni yo para contarlo pero al momento de armar este artículo, quien sabe lo que suceda a la hora en que usted lo lea, me reconozco como abstemio converso (que en mucho se diferencia del abstemio histórico). Luego de muchos años de trato frecuente con el trago, decidí desertar y tal vez ello explique mi interés en el tema. Debo añadir que, y estoy profundamente agradecido por ello, no he sido excluido de la vieja barra de amigos con quienes he alcanzado un acuerdo tácito: ellos respetan mi decisión mientras que yo renuncio a cualquier cruzada antialcohólica.

Aún estando de acuerdo con Fernando Pessoa en que “la mayor fuerza de voluntad es la del hombre que gusta de beber y se abstiene de beber mucho y no la de aquel que no bebe del todo”, de momento prefiero no volver a hacer la prueba al recordar lo que me costó marcar distancia. Eso sí, debo aclarar si algún día me gana esa tristeza existencial que en ocasiones alcanza al alcohólico rehabilitado y dejo de disfrutar los buenos momentos de la vida, ese día –decía- mis amigos de la barra cuentan con autorización para hacerme consumir alcohol aunque sea por vía intravenosa.

Ahora bien, mientras con un vaso de agua o un refresco en mano siga riendo y disfrutando de nuestros encuentros, entonces -y hasta nuevo aviso- dejemos las cosas tal como están.

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