Muchas fueron las variantes de inmigrantes que llegaron a
hacerse la América. Hubo quienes se hicieron de una posición gracias a su
trabajo, a jornadas muy intensas de dedicación, esfuerzo y sacrificio. Pero
también vinieron (y a veces ni siquiera de tan lejos) quienes eligieron la ruta
corta y, en algunos casos, lograron burlarse de figuras notabilísimas de la
sociedad vernácula. Y es que entre los altos círculos de poder no han faltado
aquellos a quienes ya les andaba por emparentar con noblezas transoceánicas,
aunque a estas ya les hubiese pasado su cuarto de hora. Al fin que una más de las
tantas veces en que se copia tarde y mal lo que en otros lugares ya ha caducado.
Este fue el caso de los aventureros dizque reales, que se
acercaron por estas tierras sabedores de la avidez que existía por emparentar con
familias de la aristocracia. Y es que en esto también se hace presente el que
cliente siempre tiene la razón, por lo que siempre aparece quien procure
satisfacer la demanda. Pues bien uno de los casos más difundidos y escandalosos
fue el del príncipe Otto; es Enrique
Creel quien nos aproxima a su historia.
De entre los simples aventureros que
pusieron su gotita de color para matizar unos centímetros del lienzo citadino,
el más famoso fue el sedicente príncipe Otto von Hohenzollern, quien se
presentaba como nieto del káiser Guillermo II de Alemania. Este personaje, si
bien tuvo el cuidado de no aparecer ante las "ligas mayores" (donde hubiese
sido desenmascarado con facilidad), se dejaba ver en fiestas de menor rango
-como las ofrecidas por Carmen López Figueroa- frecuentadas por millonarias
tejanas ávidas de convivir con la nobleza europea.
Hasta donde alcancé a saber Otto nunca
consiguió dar el golpe que tenía planeado: probablemente una estafa en serio o
un braguetazo sin fastidiosas reclamaciones legales. Parece que todo fue
quedando en intrascendentes sablazos y en el intercambio de muy modestos
anillos de hierro con su escudo "familiar" por valiosas sortijas que
le entregaban las damas seducidas para sellar compromisos matrimoniales no
cumplidos. El escándalo se produjo cuando se supo que el seductor profesional
era hijo de un oscuro paragüero de Illinois, sin la más remota relación con la
familia imperial de Prusia. Ante la ausencia de pruebas para fundamentar
acciones delictivas, Gobernación optó por aplicarle el 33 constitucional.
Otra versión de la aventura de don Otto, así como de las
costumbres de la élite de su época, es la ofrece Roberto Blanco Moheno (“La
lección de Otto”, en revista Impacto,
7 de enero de 1950).
(…) parece ser, para que la burla a
“nuestra alta sociedad” sea más deliciosa, que el tal príncipe (Otto) no pasa
de ser un gringo listo, fichado por la policía secreta de Estados Unidos. Un
“cazafortunas” sin título, porque para casarse por el dinero sin que nadie diga
nada, hay que ser conde de esto o marqués de lo otro (…)
Otto llegó. Ya en el aeropuerto soltó
el anzuelo: al reportero más cursi que ha dado nuestra historia (…) le aclaró
discretamente, usando lentes negros, que su papacito había sido el Kaiser
(Guillermo II). (…) Y allá va la noticia…
Congestión, mayor que de costumbre, de
los hilos telefónicos: la Kiki
(Herrera Calles) le habla a Lola (Casasús); Marilú le telefonea a la Bicha (López Figueroa); el
reportero rubio (Denegri) adelanta los alka seltzers: ¡Ha llegado un príncipe!
(…)
Ninguna de nuestras muchachas de
sociedad puede dejar de bailar con él. Diego Rivera, pintor revolucionario con
sede en el hotel del Prado, está dispuesto a posar con él. Los reporteros de
sociales exprimen el cerebro en los calificativos. ¡México empieza al fin a
tener cierta categoría y la presencia del rubio muchacho lo prueba!
Empieza el gran día para Elenita, cuyo
padre se hizo general levantándose allá en la sierra, por hambre, con otros
mineros. ¡Otto se ha dignado mirarla! Aquella preciosa muchacha, que ha
heredado diez millones (…), tiene una extraña luz en los ojos. ¡Otto ha bailado
con ella!
Pero… pero un día a un aguafiestas se
le ocurre averiguar esto o lo otro… Y surgen las primeras dudas. (…) Los
reporteros empiezan a pensar si serán tan definitivamente idiotas que antes de
recibir el regalo han soltado tantos elogios para nada… lo que se llama para
nada, en lo que respecta a “lana”, y para todo, en lo que cuenta con el
ridículo.
Lo demás ya lo hemos visto. Quienes se
mataban por el príncipe, quienes se lo disputaban, quienes pagaban fotografías
a precio de oro para su “archivo social”, son ahora quienes con mayor saña lo
insultan. Y es que no pueden perdonar la broma, deliciosa para todos los que,
por fortuna, no pertenecemos a ese honorabilísimo grupo (…)
La historia del príncipe Otto adquirió mayor difusión por
medio de la novela de Luis Spota titulada “Casi el Paraíso”.
Seguramente Gabino Palomares no se inspiró en este relato
pero bien que aplica sin restricciones aquello que canta en Maldición de Malinche: “… y hoy / en
pleno siglo XX / nos siguen llegando rubios / y les abrimos la puerta / y los
llamamos amigos / pero si llega un indio / cansado de andar la tierra / lo
humillamos y lo vemos / como extraño por su tierra…”
De un tiempo a esta parte no se han dejado ver por estas
tierras príncipes del tipo de Otto, pero es muy probable que este tipo de
aventureros continúen arribando en otras presentaciones. ¿Será que aun no hemos aprendido lo que Blanco Moheno
llamaba “La lección de Otto”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario