La manzana es una fruta engañadora. Rallada, en forma de
puré o hervida es recomendada a niños, adultos mayores y convalecientes. Pero
no se crea, porque detrás de su discreta apariencia (tan lejos de la
suntuosidad del sabor del mango, de la uva que ofrece las primicias del vino,
del tamaño descomunal de la sandía), se entretejen historias no aptas para todo
público.
Algunas de ellas parecen ser apócrifas como la acusación
de ser responsable del pecado original y culpable, por tanto, de que el hombre
haya sido expulsado del paraíso y condenado a trabajar durante toda su vida. (Por
cierto como habrán cambiado las cosas que actualmente la verdadera condena
habita en quienes no tienen trabajo, ya sea que se les identifique como
desempleados, ninis, desocupados o
parados. El tener donde trabajar durante toda la vida dejó de ser condena derivada
de la expulsión para convertirse en tierra de promisión).
Pero volvamos al tema. De acuerdo con Luis Melnik la higuera
es el único árbol frutal que se menciona en el Génesis: “Entonces se abrieron los ojos de los dos (Adán y Eva) y descubrieron
que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos entretejiendo hojas
de higuera”. Pero existen otras versiones, como por ejemplo la de Álvaro
Cunqueiro.
Se discute mucho lo de la manzana que
Eva ofrece a Adán en el Paraíso. Parece ser que el fruto del árbol prohibido no
era manzana, sino una fruta de hueso. En la época en la que fueron redactados
los primeros capítulos del Génesis, no se conocían las manzanas en el Oriente
Próximo. Así pues, el soñar con manzanas, que es prueba del deseo sexual, con
las mayores urgencias, según los intérpretes alejandrinos y bizantinos de
sueños, no sería cosa de los descendientes de Abraham retornando a la tierra
prometida, quienes soñarían con ciruelas, por ejemplo. Digo ciruelas, porque
los melocotones aparecieron mucho más tarde y procedentes de China (…)
Asimismo no es posible dejar de lado la clásica historia
de la manzana que, con el triste designio de separar a los corazones, se
convirtió nada menos que en la manzana de la discordia. Noel Clarasó refiere los
orígenes de esta cuestión.
Paris es, en la leyenda griega, el
hijo menor de Príamo, rey de Troya. El que se lleva a Elena, esposa de Menelao,
rey de Esparta. Y para recuperar a Elena, la mujer más bella de todos los
tiempos, los griegos se lanzan contra Troya en aquella legendaria guerra que
duró diez años, y que terminó con la derrota de los troyanos y la destrucción
de la ciudad.
Paris, antes de su encuentro con Elena
y de la guerra, tiene una anécdota que ha sido el origen de una frase hecha:
«La manzana de la discordia», y que se aplica a todo aquello o a aquellas personas
que son causa inmediata de discordia entre otros.
Peleo y Tetis se habían casado y a la
fiesta de su boda asistían invitados todos los dioses del Olimpo, menos la
diosa Discordia, que no había sido invitada. Y le sentó tan mal que, aunque sin
invitación, al final del festín se presentó. Y arrojó sobre la mesa una manzana
de oro con esta inscripción: Para la más
hermosa.
Tres diosas se lanzaron a coger la
manzana, convencidas de que eran las destinatarias: Juno, Palas y Venus. Zeus
las detuvo y decidió que fuese un mortal quien eligiera entre ellas la más
hermosa dándole la manzana. El mortal fue Paris, esposo entonces de la ninfa
Enone. Paris, debido a su fortaleza física, se llamaba también Alejandro (de alexo y andros, el que socorre a los hombres, o sea el fuerte). Aceptó,
pero exigió que las tres diosas se le presentaran desnudas. Ellas no sólo
accedieron, sino que trataron de coaccionar a Paris ofreciéndole dones. Juno le
prometió la riqueza y el poder; Palas, la sabiduría, y Venus (Afrodita), la
mujer más bella de la tierra. Y Paris dio la manzana (la manzana de oro de la
discordia) a Afrodita.
Es así como la manzana adquiere importantes connotaciones
sexuales y eróticas y Álvaro Cunqueiro profundiza en el tema.
(…) soñar con manzanas, tanto hombre
como mujer, se tomaba como prueba de un despierto apetito carnal, lo mismo que
olerlas al atardecer era un preparativo para felices noches. La manzana no
tenía la culpa. El que se ponía a oler un par de manzanas, teniendo cada una en
su mano, a la anochecida, recostado sobre muelles almohadones, y de paso
pensaba en Paquita, en la calidad y abundancia de los posibles encuentros
carnales, se preparaba psicológicamente, y no corporalmente; afinaba su
apetito, lo aumentaba rememorando si ya había habido primeras partes, e
imaginando, si era la ocasión nueva con moza nunca hasta ahora usada. Llegaría
una hora en la que estaría el que olía manzana, impaciente e incontinente,
deseando echarse sobre la
Paquita , pero por lo soñado e imaginado, que no por lo olido.
Así pasa con la mayor parte de los llamados afrodisíacos, que para que de
verdad lo sean en la cocina, hay que creer que lo sean. En Bizancio, la manzana
llegó a ser mirada con sospecha, y parece ser que fue donde primero se la asó,
sirviéndola después pelada y metida en merengada con piñones, receta que aún
rige en Bari, donde hay griegos. Los bizantinos, tan metidos en teologías y en
guerras por opiniones –monotelitas, monofisitas, iconoclastas, etc.-, visto que
Eva usó de la manzana, vieron a esa fruta como portadora del pecado amoroso, de
encantamientos carnales, y se sorprendían de la afición de la guardia varega
del Emperador –es decir, de los islandeses y noruegos-, a la manzana, a la que
consideraban medicinal.
Asimismo, señala Cunqueiro, los productos a los que se
atribuyen estas propiedades amatorias cambian según las poblaciones de que se
trate. Los varegos “le echaban la culpa de los adulterios griegos y del poco
pudor de las viudas, a la cantidad de menta que entraba en la cocina bizantina,
ya la hoja verde picada, ya molida, y todos los sopicaldos aparecían con hojas de
menta flotando.” Lo anterior permite al autor concluir en las excelencias
derivadas del encuentro de la manzana con la menta. “Era el año 1000. Los
adultos ricos olían manzanas en sus habitaciones, y las mujeres chupaban
hojitas de menta. El encuentro, al parecer, de los amantes así preparados era
de una absoluta perfección formal.”
¿Será que fueron estas creencias las que promovieron que
la manzana entrara tardíamente, y de contrabando, al paraíso de Adán y Eva con
la intención de que estuvieran en mejores condiciones de cometer el pecado?
Porque finalmente, y tal como lo señala Luis Melnik, “la manzana fue incluida
por decisiones populares, pues no aparece mencionada en el Génesis”.
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