martes, 20 de noviembre de 2012

Los días y sus afanes


No falta quien señale que ciertos estereotipos nacionales o regionales fueron en su momento (que aún no ha culminado, vale acotar) muy funcionales a los conquistadores, gobernantes, autoridades varias y empresarios de turno.

Entre las múltiples ideas que tenemos sobre nosotros mismos está la de ser poco trabajadores y aprovechar el primer motivo que se nos cruce para desentendernos de nuestras obligaciones laborales. A lo anterior se añade la creencia –al parecer con poco asidero en la realidad- en cuanto a que tenemos más días festivos que los que hay en otros países. Desde esta perspectiva no perdemos oportunidad de convertir en puente cualquier atisbo e indicio que nos permita su construcción. En fin es aquello de “crea fama y échate a dormir”. Diversos autores se han referido en forma jocosa (y no tanto) a esta cuestión.

No tiene desperdicio un artículo de Manuel Buendía titulado “El año de 74 días”, que a manera de ficción pero basado en datos reales, da cuenta de la intensa actividad de algunos empleados públicos en 1977.

"iHola tía! ¿Qué dice Australia? ¿Acá en México? Fueron chismes, tú. Lo del golpe resultó falso. La verdad es que aquí la estamos pasando de maravilla. Sí, fíjate, yo sigo trabajando en el gobierno. Y no pienso soltarlo, tú. En ninguna otra parte estaría mejor. Ya cumplí siete años de secretaria. Gano ocho mil quinientos. No. Dólares no. Pesos. Pero alcanzan, tú, alcanzan. Con las prestaciones y las extritas. Además, ni me lo vas a creer, pero este año sólo pienso trabajar 74 días. No. Renunciar jamás, no estoy loca. ¿Que cómo? Pues mira, te voy a hacer las cuentas. ¡Si te digo que este país es bien vaciado!

"Vele apuntando. Para empezar, desde el 24 de diciembre agarramos aquí en la oficina una clase de onda, que hasta el 2 de enero volvimos a vernos las caras. Por eso de que un gobierno terminaba y otro comenzaba. Quítale a los 365 días del año los 105 sábados y domingos. Quedan 260, ¿no? Pues ahora réstale 30 días de vacaciones oficiales. Ya sólo tenemos 230, que se convierten en 195 por los 35 días feriados. Sí, las fiestas del calendario oficial. Y enseguida quítale unos 12 conmemorativos. ¿Que qué son? Ay, tú. En este país tenemos de todo: de los reyes magos, de la mujer, de la amistad, de la lealtad, de la bandera, del niño, del payaso, del compadre. No, de la comadre todavía no. Pero sí del periodista, de las madres, del maestro, de las mulas. ¿Cómo? No, no precisamente de las de cuatro patas. Y también del padre, del albañil, el maestro, el bombero, el cartero, el agente de tránsito, de la Virgen de Guadalupe, de los muertos, del voceador, del locutor, del soldado... Bueno, pues yo pienso faltar en 12 de tales conmemoraciones. Hay compañeros que se echan más. Nadie nos dice nada. Es el estilo ¿sabes? Y entonces nos quedan 183 días. ¿No? Pues ahora réstale unos diez por compensaciones. ¿Que de qué? ¿Cómo que de qué? Pues el sindicato nos consigue que nos den un día libre por cada vez que asistimos a una ceremonia oficial. ¿Qué quién trabaja en este país, entonces? Bueno y eso a tí y a mí, qué. Mientras las cosas sigan como van... Pero no me interrumpas, que todavía no acabo. Me faltan 9 días "económicos". Pues qué han de ser, sino permisos con goce de sueldo a que todos los del sindicato tenemos derecho. ¿Cuántos quedan 164, ¿no?

"Pero aquí te va lo mero bueno. Fíjate que ya estoy esperando. No, no se trata de ningún premio. Estoy esperando un bebé. Ay, tía ni me lo preguntes. Luego te cuento. Pues lo padre... no, no el padre del niño, sino lo padre del asunto es que tengo derecho a 40 días antes del parto y otros 40 después del parto. ¿Ya ves? ¡Me quedan únicamente 74 días de trabajo!

"¿No es divino? Y eso de trabajar, lo que se llama trabajar esos 74 días está por verse, porque ya llevamos más de dos meses de casi no hacer nada. Ojalá que no se les quite tan pronto lo atarantados a los jefes.

"Y ¿sabes tía? Me están dando ganas de pedir un permiso de 60 días a que tengo derecho por mi antigüedad. Lo malo es que son sin goce de sueldo. Entonces tendría sólo 14 días de trabajo este año. Ay, que tonta. Con razón no salían perfectas las cuentas. Se me había olvidado anotar unos diez días de enfermedad, justificados con incapacidad del Seguro y toda la cosa, no faltaba más. Ahora sí, ¿verdad? Setenta y cuatro sin el permiso. ¡En dos y medio meses de asistir a la oficina me echo el sueldo de todo el año y mi aguinaldo, mi prima de vacaciones y otras puntadas que se nos van ocurriendo! ¿No te decía yo que este país es bien vaciado? Y ya le corto, tía chula, porque estas llamadas a Australia cuestan un pico, ya lo mejor a mi jefe le da por revisar las cuentas del teléfono de la oficina. ¡Chiao!".

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(Lo anterior, por supuesto, es una conversación imaginaria. Pero no son imaginarios los números. Con base en un contrato colectivo de trabajo y un reglamento interno -ambos obtenidos en una dependencia del gobierno- el columnista se permitió esta pequeña aportación para los técnicos de la reforma administrativa. En su plática con la tía de Australia, faltó a la feliz secretaria mencionar los "puentes", belleza arquitectónica de la que 1977 está bien nutrido: del 19 al 21 de marzo, del 7 al 10 de abril, del 16 al 30 de mayo, del 1o. al 4 de septiembre, del 16 al 18 de septiembre, del 9 al 13 de diciembre, y luego del 23 de diciembre... hasta el otro año, o casi. Además creo que voy a promover el Día del Columnista).

 
Para construir un calendario de este tipo se requiere creatividad: jornadas normales deberán transformarse en no laborables y días hábiles en inhábiles.
 
Joaquín Antonio Peñalosa arroja luz sobre el asunto al proponer una singular tabla de conversión para planear el calendario escolar.
 
Claro que siempre hay una razón para el asueto. Mire usted la tabla de especificaciones.
1) Fiestas cívicas: batallas que ganamos, extranjeros que devolvimos por entrega inmediata a su lugar de origen, héroes que nacieron, patricios que murieron, petróleo que nacionalizamos, independencia lograda, reforma consumada, revolución en marcha.
2) Días porque personas, vegetales y cosas tienen su reservado de mesa. Desde luego el sacratísimo y comercializadísimo día de la madre, el árbol, el cartero, el trabajo, la amistad, el padre, el niño, el maestro, la bandera, la constitución, el informe, el glorioso ejército nacional.
3) Periodos vacacionales como altos en el camino para rehacer las fuerzas; desde posadas hasta el año nuevo, la semana santa, la última quincena de mayo, la semana anterior a exámenes finales, con el objeto de que los niños repasen la materia muy quietecitos en casa.
4) Fiestas religiosas que celebran con asueto los colegios particulares según el calendario de la liturgia.
5) Extras, donde la imaginación florece y los días de descanso extraoficial superan a los oficializados. Por ejemplo, el santo de la Dire, el cumpleaños del profe, la enfermedad de la Seño, la junta del sindicato, el recibimiento al candidato oficial, la inauguración de un aula, las competencias interescolares de voli, el ensayo de la fiesta, el cansancio con que todos amanecieron al día siguiente del desfile, la campaña de reforestación en que la chiquillería pasa tres días subiendo cerros pelones, la función de títeres, la visita del inspector, el concurso de recitaciones, el día de campo, el aniversario de la fundación del plantel.
6) Puentes. No esas fábricas de piedra o de hormigón armado que se construyen sobre los ríos para poder pasarlos. Sino estas otras artimañas de la pereza que el mexicano traza sobre calendarios para pasar en blanco –sin clase, sin trabajo- los días que median entre dos festividades próximas.
Así por ejemplo, si el día de la Revolución cae en jueves, qué caso tiene que los alumnos vayan a clase el viernes, ya que el sábado tradicionalmente no hay clases. Con un poco de ingenio, que jamás le falta, el ingeniero puede extender un tramo más prolongado hasta seis días consecutivos de feria, seguro como está de que la estructura de sus puentes, por volada que sea, jamás se dobla, resiste siempre, a puro valor mexicano.
 
Peñalosa se pregunta cuántos días efectivos quedan de clase luego de restar las jornadas festivas y concluye que los escolares mexicanos han visto cumplido el ideal marxista de una sociedad sin clases.
 

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