No es posible concebir a la cocina española sin la presencia del ajo. Y tal
como sucede en otras regiones con diversos productos (en México con el maíz, en
Francia con los quesos, en ambas márgenes rioplatenses con el mate, en Alemania
con la cerveza, etc.), en España al ajo se le encuentran continuamente nuevas
propiedades (permítasenos un paréntesis: en México a un reconocido político le
pusieron por apodo “el nopal” ya que lo estaban investigando y todos los días
le encontraban una nueva propiedad…)
Por lo tanto el ajo resulta bueno para todo: la gripa, el reuma, la
migraña, la torcedura de tobillo, la impotencia sexual y para alejar las
envidias. Julio Camba propone un muy buen análisis sobre el uso del ajo en la
cocina española.
La cocina española está llena de ajo y de preocupaciones
religiosas. El ajo mismo yo no estoy completamente seguro de que no sea una
preocupación religiosa y, por lo menos, creo que es una superstición. Las
mujeres de mi tierra natal suelen llevarlo en la faltriquera para espantar a
las brujas, y sólo cuando el bulbo liliáceo ha perdido su virtud mágica en
fuerza de rozarse con la calderilla, se deciden a echarlo en la cazuela. Es
decir, que el ajo lo mismo sirve para espantar brujas que para espantar
extranjeros. También sirve para darle al viandante gato por liebre en las
hosterías (…) Aderezado con ajo, todo sabe a ajo (…)
No digo que sólo en España se utilice el ajo como condimento.
Todo el Mediterráneo trasciende a ajo (…) Es en España, sin embargo, donde el
ajo ha tomado verdadera carta de naturaleza, y, acostumbrado a su sabor, el
español encuentra insípidas todas las comidas que no lo usan. (…) Los españoles
nos cauterizamos con ajo el paladar (…) y si nuestras cocineras son tan
aficionadas al ajo, no es porque este condimento les sirva para hacer una buena
comida, sino, al contrario, porque les sirve para no tener que hacerla.
Está, no obstante, muy lejos de mí el propósito de negar
todas las excelencias del ajo. (…) Lo único que digo es que el ajo es un arma
de dos filos con la que se puede hacer pasable un alimento mediocre y con la
que se puede destruir un manjar de primera clase.
Pero las consideraciones en torno al ajo no se quedan en los fogones sino
que, con su particular aroma que no pasa desapercibido, llegan a la filosofía.
En cierto pasaje de su difundido libro “Ética para Amador”, Fernando Savater le
pregunta a su hijo acerca de cuál es la única obligación que tenemos en esta
vida. Y como buen filósofo no solo se pregunta sino que se contesta: no ser
imbéciles. Aclara que la etimología de la palabra es más profunda de lo que
parece ya que se relaciona con aquellos que necesitan bastón (baculus) para caminar, pero no alude a
quienes cojean de las piernas sino del ánimo. Posteriormente presenta a su hijo
Amador, y por ende a todos sus lectores, diversos modelos de imbecilidad en los
que es posible caer. Uno de ellos es el de creer que se puede con todo al mismo
tiempo, que se puede hacer todo a la vez. Savater le dice a su hijo que no se
deje engañar, que ello es imposible porque
en la vida hay que ejercer la libertad y ello necesariamente supone elegir. A
su vez elegir implica renunciar y esto siempre duele; al mismo tiempo que toda elección
genera consecuencias. Hay ocasiones en que elegimos mal y sufrimos los efectos por
lo que conviene aprender de ello para la siguiente.
Entre los ejemplos que ofrece a su hijo sobre este modelo de imbecilidad de
quien quiere hacer todo al mismo tiempo, Fernando Savater señala el de irse y
quedarse, permanecer sentado y salir a bailar así como el de masticar ajos y
dar buenos besos. Y sobre esto advierte a su hijo en cuanto a que no puede
hacer ambas cosas: o mastica ajos o da buenos besos.
Si se cumple este supuesto de Savater deberemos concluir que la sociedad
española es muy poco besuquera.
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