martes, 13 de noviembre de 2012

Una cultura de palabra fácil


Provengo de un lugar en que la gente es extrovertida en temas que tienen que ver con la vida política e introvertida en lo que hace al terreno personal y familiar. Al llegar a México me encuentro con lo opuesto: muchas personas son introvertidas en lo político al tiempo que extrovertidas en lo personal y familiar. Me parece que en este terreno la mujer lleva una considerable delantera sobre el varón quien además de que -por lo general- es  más reservado, no agrega mayor gracia en el proceso de edición del relato.  


En México existe un verdadero arte de la conversación. A la menor provocación el diálogo queda instalado (o cuando menos el monólogo disfrazado de diálogo: encuentro de un gran hablador con un gran escuchador). Los requisitos (conocimiento previo, hallarse en un lugar con cierta privacidad, tener confianza en la otra persona, etc.) que se deberían cubrir en otros lugares para acceder a la plática, aquí no tienen por qué. Solo se requiere que alguno de los interesados o una situación de momento disparen la chispa convocadora del palabrerío. La gama de posibilidades es muy amplia: el frío, el calor, el tener que viajar apretujados en metro, el costo del kilo de tortillas, las lluvias, un accidente de tránsito, un enfrenón del metrobús, el precio de la consulta médica, el último escándalo de una actriz de notoriedad, la escasez de medicinas, los jóvenes de hoy, las modas, las elecciones, los maestros y las escuelas, etc., etc.  
 

Joaquín Antonio Peñalosa señala que el mexicano sufre de incontinencia verbal. “No puede tener la boca cerrada ni cuando trabaja ni cuando estudia. Con decirles que no es capaz de guardar ni siquiera un minuto de silencio cuando en los estadios y plazas de toros lo pide, a nombre de un pobre difuntito, una fúnebre voz en el sonido local. Lo más que ha podido conseguirse es un cuarto de minuto de silencio.” Según Peñalosa aún no se ha inventado ni el lugar ni la circunstancia que inhiba la conversación.

 
El mexicano halla modo y razón para bisbisear en la sacrosanta homilía de la misa del domingo; nadie puede contener el chorro destapado de la plática mientras está viendo una película en el cine; y ni qué decir cuando asiste a una conferencia. Como la conferencia es monólogo tedioso y lo que el mexicano busca es diálogo entretenido, se compensa susurrando palabras al compañero de al lado que está en iguales condiciones. Por lo que al cabo de un rato todos los oyentes se convierten en conferencistas y el verdadero conferencista en oyente. Santo remedio para la plaga de conferencias que últimamente se ha desatado (…)

                                                          
Otro aspecto a tener en cuenta es la temática sobre la que versan los diálogos. Situaciones que en otros lugares se reservarían para ámbitos de secrecía (intimidad, confesionario, consulta psicológica) aquí son hiperventiladas en el pesero, el trolley o la tienda de abarrotes de la esquina. Da lo mismo que el asunto tenga que ver con que el marido se fue con la comadre, que la nena se comió la torta antes del recreo o que al día siguiente se tiene cita con el doctor para ver cómo sigue el tema de las hemorroides. Al fin lo que piensen los demás, es lo de menos. Tanta transparencia atenta contra el oficio de los psicoterapeutas, tal como lo señala Joaquín Antonio Peñalosa.


Fuera de algunas señoras ricas y maniáticas, enfermas de puro aburrimiento por no hacer nada, que tienen su psicoanalista de planta con quien sesionan periódicamente, la gente del pueblo, limpia de afecciones mentales, no acude jamás con el psiquiatra, ni el analista tiene que andar hurgando en los bajos fondos de su espíritu, porque el pueblo no tiene subconsciente a fuerza de trasladar, con la interminable locuacidad de las pláticas, todo lo que es fondo a todo lo que es superficie. Mucho antes de Freud, el mexicano viene practicando la terapia verbal. De la conversación ha hecho descongestionante y alivio, consuelo y dulzura de la vida.

 
Toda buena conversación es labor de verdaderos artesanos de la palabra: descripciones muy vivas, representación de los personajes aludidos, relevancia del tema, estímulo de los sentidos, preguntas e intervenciones adecuadas por parte del interlocutor, buena dosis de suspenso, desenlaces no esperables, modismos, etc. La prueba de que se está frente a uno de estos casos, es cuando el escucha involuntario se resiste a bajar en la parada que le corresponde ante la frustración de quedarse sin el fin del relato.

 
Nada nuevo bajo el sol (o la luna), estamos ante una versión libre y adaptada de las “Mil y Una Noches”.

1 comentario:

Sofía López Olalde dijo...

Una vez más un maravilloso texto que ahora me explica porque poco se de la gente de por acá y también porque todos ponen cara de asombro cuando sin mayor reflexión esta mexicanita les cuenta toooda su vida de un jalón.
Saludos hasta allá en la nostalgia del 'chisme' de la tiendita.