En un tema como el que nos ocupa es muy difícil aquilatar desde el presente
la notable relevancia que tuvo en su época. Y es que la cuestión no era menor:
¿las representaciones de Adán y Eva deberían tener ombligo o no? En su libro Historia natural del disparate señala
Bergen Evans:
Hace quinientos años era un problema candente. La Caída
del Hombre era tema predilecto de los pintores, y el momento elegido para la
representación era invariablemente el siguiente a la Caída, cuando nuestros
padres estaban aún artísticamente desnudos aunque pudorosamente cubiertos con
una hoja de parra. Pero las hojas de parra no alcanzaban a cubrir toda la
dificultad; quedaba todavía el problema de sus ombligos. ¿Los tenían, o no,
Adán y Eva? Si no los tenían ¿no eran, como seres humanos, imperfectos? ¿Y
habría creado Dios algo imperfecto? Si los tenían ¿para qué les servían? ¿Y
habría creado Dios algo sin un propósito?
Los pintores fueron los principales implicados en esta polémica pero es
posible que en muchos casos se limitaran a obedecer criterios dictados desde
arriba, en el entendido de que siempre hubo arriba y abajo en política,
economía, arte, religión, etc. Así que los teólogos, por alejados que
estuvieran del arte de los pinceles, fijaron postura que en su gran mayoría
resultó ser antiombliguista. Para el caso de Eva los artistas pudieron
postergar su definición ya que frecuentemente, afirma Bergen Evans, sus largos cabellos
ocultaron la zona de conflicto. Pero en Adán no había escapatoria: algunos
pintores le dieron ombligo y otros no. Miguel Ángel (seguramente con el
visto bueno del Papa Julio II) integró el primer grupo, razón por la que su
obra resultó fuertemente cuestionada tal como lo narra Wimpi en el libro La taza de
tilo:
Líder de los antiombliguistas en el siglo XVII fue sir
Thomas Browne, el cual argumentaba a favor de su doctrina preguntando: -Antes
de la caída, Adán y Eva eran seres perfectos, toda vez que constituían una obra
de Dios. De haber tenido ombligo, habrían sido, simplemente, seres humanos, y,
como tales, imperfectos. ¿Se puede concebir que haya salido una obra imperfecta
de las manos de Dios?
-No, no se puede concebir –sostenían otros-, pero bien
pudo Dios haber puesto ombligo a la pareja para probar la fe de los hombres
posteriores.
No tengo información en cuanto a si se llegó a algún consenso sobre el tema
o simplemente perdió actualidad durante mucho tiempo, lo cierto es que durante
un buen lapso la cuestión quedó en el olvido.
Pero hacia mediados del siglo XIX la singular hipótesis de las trampas puestas por
Dios volvió a cobrar vigencia; dice Evans
Esta ingeniosa teoría de que el verdadero “uso u oficio”
del ombligo de Adán era el de tentar a los hombres al pecado de ser sensatos,
fue revivida en 1857 por Philip Henry Goose, el naturalista, como analogía para
demostrar que aun cuando los fósiles que los paleontólogos habían descubierto, parecían sugerir la evolución orgánica,
Dios podía haberlos dispuesto así en la Creación a fin de reprobar a los
escépticos del siglo XIX. Goose tuvo algunos adeptos en la fraternidad de
Plymouth. Pero casi todos los hombres saludaron su sugestión con explosiones de
risa. Era inconcebible que Dios hubiese tendido una trampa a algo tan
respetable como la Royal Society.
Y cuando todo hacía pensar que el tema de los ombligos de Adán y Eva había
quedado definitivamente enterrado, reaparece –siempre siguiendo el testimonio
de Bergen Evans- a mediados del siglo XX en el Congreso de Estados Unidos.
(…) en 1944, repentinamente alzó la cabeza en un ambiente
nada menos augusto que el Congreso de Estados Unidos, cuando una subcomisión de
la Comisión de Asuntos Militares de la Cámara de Representantes, presidida por
el representante Durham, de Carolina del Norte, se opuso a la distribución de Las razas de la humanidad a nuestros
soldados, sosteniendo (entre otras razones) que en una de sus ilustraciones, “Adán
y Eva estaban representados con ombligos”.
Sin embargo, de acuerdo a la opinión de Evans, la reaparición del tema en esta
ocasión se limitaba a ser parte de una estrategia oportunista lanzada como cortina
de humo para impedir que dicho folleto, elaborado por dos profesores de
Columbia, llegara a sus destinatarios por considerar que su contenido era
altamente amenazador para el orden social imperante.
Declaraba que el concepto de raza se funda principalmente
en prejuicios, que casi todos somos de sangre mezclada, y que las
características raciales no físicas son, probablemente, producto del ambiente.
Y lo que es más horrible, elegía, para ilustrar este último aserto, las pruebas
suministradas por el ejército norteamericano en la Primera Guerra Mundial,
indicadoras de que la inteligencia media de los negros de algunos Estados del
norte era superior a la inteligencia media de los blancos de algunos Estados
del sur.
Es así que los teólogos polemistas del siglo XVII no pudieron siquiera
imaginar en dónde y cuándo reaparecería el tema de su controversia.
¿Qué sucedió con el folleto? Seguramente fue una de las tantas
publicaciones que acabaron sus días embodegadas porque, según Wimpi, “la Cámara aceptó la objeción y
les mandaron revistas a los soldados”.
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