Son pocas, muy pocas, las
personas a las que el poder sienta bien, siendo que por lo general sucede lo
contrario. Hay quienes al ocupar puestos jerárquicos olvidan sus reivindicaciones
de años atrás; están los que aceptando su cuota-parte de privilegios y
canonjías, en ese mismo acto quedan imposibilitados de denunciar la corrupción
de la que forman parte y pasan a alimentar los espesos silencios de la complicidad;
no faltan quienes se distancian tanto de la realidad que terminan por desconocer
la situación de quienes dicen servir; y la lista sería inacabable.
Y más allá de miradas
ingenuas, y por supuesto que sin desconocer sus potenciales logros, los cambios
revolucionarios también implican grandes riesgos. El problema de algunas
revoluciones es que en determinado momento se hacen gobierno lo que les lleva a
descubrir que fue más fácil hacerlas que mantenerlas fieles a sus principios. Tal
vez por ello, dice S. B. Kopp, “(Albert) Camus ha señalado que el revolucionario
de hoy debe transformarse en el hereje de mañana si no quiere ser el opresor
del futuro”.
La Revolución Mexicana no estuvo
a salvo de estos riesgos, de allí que Héctor de Mauleón aluda a los “militares
que bajaban del caballo para subirse al auto; la Revolución que dejaba el
aguardiente para acceder al coñac”. Seguramente esto lo intuyó el capitán Trujillo
de acuerdo al relato de Leopoldo Zincunegui.
(…) el
famoso capitán Trujillo, de las fuerzas del general Diéguez, en cierta ocasión
se presentó a su Jefe indicándole que pensaba marcharse para su tierra.
-Pero
hombre –le dijo Diéguez en tono paternal- ¿qué pasó contigo? ¿Es que no te
gusta andar en la bola?
-¡No,
Jefe! no es que no me guste el “borlotito”, pero la verdad es que esto no tuvo
chiste... ¡Ya esta Revolución degeneró en Gobierno!
Por otra parte el paso del
tiempo hace su obra por lo que no falta quien
sostenga, con buena dosis de cinismo o ironía, que ser revolucionario es una
enfermedad de juventud que se cura con el paso del tiempo. Aun cuando existen
notables excepciones, por lo general el pensamiento se va esclerotizando y las ideas radicales se tornan gradualistas; en
este contexto, Rafael Solana pregunta en un artículo de prensa publicado en
1983:
¿Son
tantos años cincuenta que no hayan podido sobrevivirlos la mayoría de aquellos
jóvenes liberales, tan llenos de entusiasmo, que con fervor escuchábamos las
clases de don Vicente Lombardo Toledano, las muy pocas veces que iba a
dárnoslas, que leíamos a Marx, a Lenin, a Rosa de Luxemburgo, cuando Mao
todavía dormía en el seno de lo que está por ser. (…) ¿Acaso nos enfriamos, o
nos desencantamos, o nos desizquierdizamos?
Se escuchan ofertas.
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