Hay quienes se pasean por esta vida con una suficiencia propia de otra
especie. Se trata de aquellos que se lo deben todo a sí mismos. Una de sus
frases preferidas es “No le debo nada a nadie, todo me lo he ganado por mí
mismo…” y aquí sigue un choro inacabable y autocomplaciente que admite
variaciones como “gracias a mi esfuerzo”, “a mi inventiva”, “a mi tesón y
perseverancia” (podrán decir en caso de ser personas mayores), etc. Germán
Dehesa saca filo a las palabras cuando a ellos se refiere.
“¡A
mí nadie me ha regalado nada!” Famosas y altivas palabras de esos personajes
tenuemente patéticos que se sienten en la necesidad de aclarar públicamente que
todo eso que han logrado en la vida (que nunca es mucho) es el exclusivo
resultado de sus enormes esfuerzos, de su tenaz voluntad y de su preclara
inteligencia. Hasta dan ternura estas pobrecitas almas empachadas con su ego.
Asimismo, y tomando la
dirección contraria, Dehesa expone una larga lista de deudas lo que le permite pintar
su raya respecto a este nutrido grupo de exitosos autohechos.
Sin
ánimo de polemizar con estos “triunfadores”, (…) al filo de los sesenta años,
yo con estricta justicia puedo decir que el misterio, la genética y mi país me
lo han regalado todos y que mi único mérito en la vida, si alguno tengo, es
haber hecho mi mejor esfuerzo para darle un buen uso a esos regalos. (…)
Recibí
la vida, tan terrible y tan hermosa; recibí una nacionalidad que probablemente
es la más dramática y la más divertida del planeta (es un alto honor ser un desmadroso profesional); recibí la salud,
que nos llena de luz y la enfermedad que trae mensajes desde la tiniebla;
recibí una cabeza y un corazón, que rastrean tercamente los caminos de la
felicidad; mi país me obsequió esa educación universitaria que hoy me permite
ser gente entre la gente; recibí el amor que de tiempo en tiempo me permite
disolver mi cuerpo en otro cuerpo y hace posible que mi espíritu vuele con
cuatro alas; he sido regalado también con cuatro hijos que se han esforzado en
darme una buena educación; reconozco igualmente el gratuito estímulo de unos
cuantos enemigos que acicatean mi voluntad y mi imaginación (…)
Entre tantos regalos
inmerecidos y que mueven a gratitud, Germán Dehesa se detiene en uno de ellos:
la amistad.
“La
amistad es lluvia de flores preciosas” dijeron los poetas tezcocanos. El resto
de nuestra historia ha sido un constante aval de esta afirmación: en nuestro
país de flores, la mejor flor, la más constante, la más lozana, ha sido la
amistad. No en balde el español de México percibe como insuficiente la palabra
“amigo” y en su habla cotidiana prefiere decir “cuate”. Cuate es una voz de
origen náhuatl que significa hermano gemelo y así, entre nosotros, el amigo es
un hermano, un semejante, un igual, un partícipe de nuestra sangre.
No cabe duda de que tenemos
muchos motivos para estar agradecidos con Dios (podrán decir las personas de
fe), la vida, la familia, los amigos, el país, las circunstancias, el azar,
etc.
Por último, sería conveniente
que aquellos que fueron picados por el bicho de la suficiencia no olvidaran lo
señalado por Ramón Gómez de la Serna. Al
oír que dice el bruto: “Yo solo me he hecho a mí mismo”, pensamos en lo mal
escultor que ha sido.
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