Hace mucho tiempo, no sé si ello siga vigente, la
sociología enseñaba que había dos tipos de movilidad social: la horizontal (que
aludía a una variación de empleo o de vivienda pero sin que ello implicara un
cambio de clase social) y la vertical (que es la más deseada al tiempo que la
más temida porque implica ascenso o descenso de clase social).
En los cargos jerárquicos del poder político, económico,
cultural, religioso, etc. también tiene lugar este tipo de movilidad. Así, de
un momento para el otro un encumbrado político desaparece y ya nada se supo de
él. Por el contrario acontece que un personaje desconocido hasta entonces, de
buenas (para él) a primeras logra ubicarse en un lugar de mucho poder de decisión
e influencia. Algunos de estos ascensos súbitos llaman mucho la atención. Esto
fue que lo que aconteció con el padre Zoleta y que narra Cero (seudónimo de Vicente Riva Palacio) en una de sus disfrutables
crónicas.
Había en cierto pueblo un cura famoso
por su completa falta de inteligencia y a quien sus feligreses llamaban no se
sabe por qué: el padre Zoleta. Vínose dicho párroco a México y yendo y
viniendo días, tal vez por aquello de que tanto dura un ruin en un pueblo hasta
que lo hacen alcalde, hubieron de fiarle un sermón del Espíritu Santo en Catedral.
Comenzaba nuestro rústico Massillon
a desplegar las alas de su elocuencia, cuando a entrar acertaron dos de sus
buenos y antiguos feligreses. Acercáronse al púlpito y no cabían en sí de su
asombro mirando ocupada la
Cátedra de la Metropolitana por el padre Zoleta.
Por fin uno de ellos, rompiendo el
silencio, dijo al otro con una voz que indicaba la fluctuación de su espíritu
entre la duda y el espanto:
-¿Es el padre Zoleta?
-El mismo, contestó el segundo, que
parecía ser más avisado que su acompañante.
-¡Caracoles! ¡Cómo ha subido el padre Zoleta!
-No digas eso, bárbaro. ¡Cómo ha
bajado Catedral!
Qué ignorancia la nuestra al considerar como problema
contemporáneo lo que ya se advertía y denunciaba en la segunda mitad del siglo XIX.
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