No es novedad, en la Grecia clásica
ya lo tenían muy claro. Con las virtudes no hay que pasarse de rosca porque las
cosas pueden terminar de muy mala manera. Tal vez este haya sido uno de los
tantos motivos que dio lugar al dicho “todos los extremos son malos”.
Tomemos como ejemplo el caso de la
prudencia.
La historia de las naciones que
muchas veces se estudia a partir de las guerras entre liberales y
conservadores, también puede analizarse en el antagonismo entre cobardes e
imprudentes (con todos sus matices intermedios). Para el caso de
México, Francisco Zarco
-citado por Blanca Estela Treviño- daba cuenta de la escisión producida hacia
1850. “He aquí el motivo de división: por una parte una prudencia que los otros
apellidaban cobardía, y de la otra una ansiedad de reformas que se llamaba
imprudencia por sus adversarios.”
Una
variante de lo anterior está dada por el caso de España a comienzos del siglo
XX, cuando Jacinto Benavente identifica la rivalidad existente entre los
atrevidos hombres de acción respecto a los temerosos y ociosos. Su perspectiva
no es particularmente optimista.
¿Qué
va a hacer ese hombre? ¿Ha visto usted qué atrevimiento? Y si alguien da con
una idea original, todos se preguntarán: ¿De dónde la habrá copiado? Y
cualquier atrevimiento parece desvergüenza, y cualquier resolución, osadía y falta
de respeto. ¡Admirable país, en que sólo los holgazanes y los ociosos viven
tranquilos y respetados!
Dejemos el ámbito de lo social y pasemos a lo personal.
Las conductas se vuelven imprudentes
cuando las personas son capaces de decir o hacer algo en el momento menos recomendable
y frente a quienes no corresponde. Existen diversos tipos de imprudentes. Por
un lado quienes toman conciencia de su error y quedan sujetos a una suerte de
cruda o resaca que los conduce a diversas formas de malestar si no es que de
arrepentimiento. También está el caso de aquellos que jamás tomarán conciencia
de su metida de pata y por más que los demás intenten hacérselo ver…, nomás no,
no hay caso. Obviamente la ignorancia sobre la consecuencia de sus acciones los
vuelve más felices con la contraparte de que no aprenderán nunca, por lo que
tanto sus familiares como sus amigos deberán estar permanentemente en guardia
para cubrirles la espalda cuando ello fuera necesario, procurando de esa manera
que sus desaguisados no alcancen mayores dimensiones.
(...)
Y piensa en cómo la Cordura
le ha engañado;
y cómo se fiaba siempre de ella
-¡qué locura!-,
de la mentirosa que decía:
“Mañana. Tienes mucho tiempo”.
Sus razones tendría el poeta Jaime Sabines,
siempre Sabines, para definir a la prudencia como “(…) una puta
vieja y flaca que baila, tentadora, delante de los ciegos.”
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