La teoría
dice que las izquierdas son más proclives a impulsarlas, las derechas a descalificarlas.
Sin embargo hay momentos en que la brújula parece perder el norte: la derecha
las impulsa (así ha acontecido con muchos caceroleos),
la izquierda las rechaza. Asimismo cambian
las referencias cuando sectores identificados como progresistas dejan de ser
oposición, se transforma en gobierno y proponen su reglamentación.
Todo
inicia cuando un sector de la población se manifiesta al considerar que un justo
reclamo o reivindicación no ha sido resuelto en forma conveniente por la
autoridad competente y los cauces adecuados. Esta manifestación pública, al
tiempo que otorga visibilidad al problema crea molestias a los automovilistas y
enojo entre los comerciantes, que de esa forma demandarán la pronta intervención
gubernamental, lo que a su vez conllevaría levantar el bloqueo o suspender la
marcha. La ciudadanía por lo general divide sus opiniones entre quienes piden
la acción represiva de las fuerzas de choque hasta aquellos que aspiran a la
resolución negociada y no violenta del conflicto.
Hay
momentos pico del calendario en que manifestaciones, marchas y plantones se
multiplican, tal como acontece en períodos preelectorales o de discusión y
asignación presupuestal. Ante ello hay medios que se hacen eco de versiones que
suponen la existencia de gestores de manifestaciones, mercenarios del asfalto,
que ponen precio tanto a la realización como a la supresión de movilizaciones,
líderes que –en última instancia, lucran en beneficio personal o de sectores
partidistas claramente identicados. El tema, de acuerdo a lo apuntado por Noel
Clarasó para el caso de Estados Unidos, no es nuevo.
Se funda en Washington una sociedad de
manifestantes (1967)
Por un precio razonable organiza actos
de protesta ante la Casa
Blanca. Estudiantes universitarios de Washington se han
propuesto ayudar a los muchos conciudadanos que protestan por todo y contra
todo, principalmente junto a la verja de la Casa Blanca.
Tres estudiantes bien dotados como
organizadores, Silberman, Elias y Watson, han creado la sociedad
«Proxi-Pickets», nombre que podría traducirse por “protestas por delegación” y
han comenzado su campaña en busca de mercado con este aviso:
“Situada en la capital del país, Proxi-Pickets
disfruta de la vecindad y fácil acceso a la Casa Blanca y al
Capitolio, para las manifestaciones. Nuestro personal está bien organizado. Nos
ocupamos también de todos los detalles, incluidos los trámites previos con la
policía local”.
La idea se le ocurrió al actual
presidente de la nueva sociedad, al retorno de una manifestación ante la Casa Blanca. El día era frío,
desapacible, y pensó que a un tanto razonable por hora, cualquiera aceptaría
ser sustituido por otro que le representara.
Los precios cambian según se trate de
una simple manifestación silenciosa sin nada más, de manifestación con
pancartas o de manifestación con gritos. Parece que en estas últimas, en el
momento de firmar el contrato se establecen los textos y la frecuencia de los
gritos.
Hay zonas
especialmente valoradas por los manifestantes, por tanto quienes se ven
obligados a transitar por ellas se convierten en principales damnificados. La
colisión de intereses resultante no siempre deviene en lucha de clases; entre
los perjudicados se encuentra el burócrata de alto nivel, el comerciante
instalado, pero también el taxista (que tiene que juntar para su raya y que ve
con desesperación el paso del tiempo con las consiguientes pérdidas ocasionadas),
el organillero de crucero, la emergencia médica que no llega a destino, etc. Entre
los comerciantes existen verdaderos expertos que a partir de una serie de
variables (organizaciones convocantes, día de la semana, reivindicación de que
se trate, correlación de fuerzas políticas, etc.) vaticinan con suma
precisión el nivel de violencia que
puede llegar a tener una marcha. Ryszard Kapuscinski cita un ejemplo vivido en
Teherán.
(...) En la misma calle (antes llevaba
el nombre del sha Reza, ahora se llama Engelob) tiene su negocio de especias y
frutos secos un armenio viejo. Como el interior de la tienda, ya de por sí
pequeña, está repleto de trastos, el comerciante expone su mercancía en la
calle, sobre la acera. (...) Frecuento el lugar no sólo para admirar la
exposición colorista. El aspecto que cada día ofrece esta exposición es para
mí, además, una fuente de información sobre lo que ocurrirá en el campo de la
política. Pues la calle Engelob es el bulevar de los manifestantes. Si por la
mañana no se exhibe en la acera el género, eso significa que el armenio se ha
preparado para un día “caliente”: habrá manifestación.
No han
faltado quienes proponen una solución que consideran salomónica: defensa del
derecho a manifestarse y construcción de un lugar (especie de manifestódromo) o
bien asignación de una zona fija autorizada para tales menesteres. Esto
permitiría, según ellos, la defensa de los derechos y que no se ocasionaran
daños a terceros. La alternativa está lejos de complacer a todas las partes
porque precisamente, y tal como se ha señalado, los manifestantes requieren
crear problemas para presionar la solución a su favor en una controversia planteada.
Además surgen algunas cuestiones porque no queda claro quienes estarían
obligados a concurrir a las tribunas del manifestódromo a escuchar discursos,
leer pancartas y oír consignas: ¿los burócratas responsables del área
relacionada con la queja?, ¿las personas que con su proceder ilegal originaron
el conflicto?, ¿se crearía una nueva dependencia pública para tomar nota y dar
seguimiento de los casos?
En fin,
haciendo un símil con anuncios muy conocidos: “Disculpe las molestias que esto
le ocasiona, ¡Democracias en construcción!”
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