martes, 27 de agosto de 2013

Las esquelas fúnebres


Durante mucho tiempo la muerte de una persona se daba a conocer a través de la comunicación directa entre familiares y conocidos. Luego fue por medio de los pregoneros, pioneros de los profesionales de la comunicación, que gritaban las noticias que incumbían a la comunidad. Asimismo el toque de campanas tiene, entre muchas otras, la función de comunicar las noticias luctuosas así como la proximidad de la muerte, cuando todavía no es, pero ya estuvo que fue. Francisco Padrón alude a estos toques que se conocen como agonías. “El ritmo lento y melancólico de los sonidos del bronce impregna el ambiente (provinciano) de tristeza, y la noticia de lo irremediable corre de boca en boca, como reguero de pólvora.”  A estos casos se refieren algunos dichos populares como por ejemplo “tiene un pie en el estribo”, “a punto de esquela”, “ya huele a café” (esto por la costumbre de consumir café en los velorios).


Por su parte Alberto Barranco sostiene que cuando las campanas doblaban a muerte en tiempos de la Colonia sus toques eran regidos por estrictas ordenanzas que, como no podía ser otra manera, respetaban jerarquía y posición social. 
 

(...) las campanas doblaban a muerte, digo cuando se trataba de un vecino importante, pero no principal, tres veces: la primera al impacto de la nueva en el barrio; la segunda al salir el cura y los acólitos en procesión por el féretro, y la tercera al darle cristiana sepultura al difunto.
Más allá, se daban 100 tañidos de la campana mayor de Catedral, seguidos por tres golpes dobles de las mayores y menores, secundadas luego por el sonido de todas las de las parroquias, capillas, hospitales y escuelas religiosas, cuando el muerto era el virrey.
El rito duraba nueve días: media hora a las 12; media hora a las tres.

 
Con el paso del tiempo, y seguramente siguiendo lo que acontecía en otro lugares, surgió la iniciativa de repartir invitaciones para que las personas concurrieran a las honras fúnebres; de ello da cuenta Alejandro Rosas.

 
En apariencia, la idea no era nada atractiva. Sin embargo, analizándola con calma, era buena y el negocio podía ser sumamente rentable: finalmente muertos siempre habría. El Diario de México, en su edición del día 31 de octubre de 1807, propuso la idea de repartir invitaciones para asistir a las honras fúnebres de algún fallecido. Como si fuera una fiesta, una boda o un bautizo, los deudos hacían del conocimiento de familiares y amigos el deceso de alguna persona, esperando su asistencia al entierro. El machote de la invitación era inmejorable: “Muy señores míos, de mi mayor veneración y respeto. La divina majestad de nuestro redentor Jesucristo, se ha servido de llevarle el alma, a (aquí iba el nombre del difunto), el cual es cadáver, y para darle sepulcro a su cuerpo he de merecer de ustedes su asistencia que así espero lograrla en el día de mañana a las nueve del día que contaremos, a once del corriente. Celebro esta ocasión pues me franquea la de lograr sus asistencias y deseándoles la más perfecta salud y que la divina Majestad de nuestro señor Jesucristo se las facilite innumerables años”.
 

A medida que los periódicos incrementaron su importancia comenzó a hacerse más frecuente la publicación de necrológicas. Como todo, en sus inicios debieron hacer frente a las resistencias que se presentaron; a ello se refiere Eulalio Ferrer estudioso del tema y gran conocedor de las diversas formas de comunicación.
 

Las necrologías fueron pocas e irregulares a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX. ¿La razón? La alta sociedad no veía con buenos ojos la publicación de avisos de defunción en los periódicos. Los consideraba una vulgarización de la muerte. Pero, ¿quiénes fueron los primeros individuos que se atrevieron a publicar un aviso mortuorio en la prensa, exponiendo el nombre del difunto a la vista de todos, a merced de la crítica y las habladurías? La respuesta la recoge Antonio Belmonte: los burgueses. Sedientos de encontrar un espacio para publicitarse y legitimarse como clase social, buscaron inconscientemente un medio a través del cual pudiesen adquirir un rostro propio, esto es, un lugar en su respectiva historia. Irregulares, escuetos, sin la riqueza verbal ni gráfica de las esquelas de convite, los primeros avisos de defunción fueron incongruentes y erráticos, con faltas de redacción y no pocos barbarismos, escritos directamente por comerciantes y burgueses que no lograban sacudirse un posible pasado analfabeto.
Los avisos de defunción llegaron a los diarios de Londres a principios del siglo XVIII, instalándose en las publicaciones de acusado carácter comercial (como el City Mercury, Daily Advertiser, The Public Adviser, etc.), con las modificaciones indispensables para hacerlos coincidir con el estilo de vida de los devotos anglicanos. De tal suerte que en el Reino Unido los avisos de defunción sintonizaron bien con el sentir anglicano, austero y reservado, al disponer el nombre de los muertos en un tapiz igualitario, con los apellidos acomodados en estricto orden alfabético como única guía de identificación.

                                                                      
El estilo de las notas necrológicas tiene que ver con el tiempo y con el espacio. Claro que, como dice Jorge Ibargüengoitia refiriéndose al caso de México, la necrología está reservada a los sectores sociales privilegiados porque por lo general los pobres se van a la tumba sin derramar una gota de tinta, a menos de que su muerte sea en circunstancias violentas, misteriosas o molestas. Subraya Ibargüengoitia que las notas necrológicas se han estandarizado y manifiestan una gran pobreza de estilo.


Sin embargo, hay que admitir que el estilo necrológico se está esclerotizando y que el género se ha empobrecido tanto que se puede establecer un patrón con el que concuerdan el noventa y nueve por ciento de las noticias de esta índole. Es más o menos así: el personaje murió confortado con una cantidad de auxilios espirituales que hubieran bastado para salvar las almas de diez viciosos, y toda la parentela -aquí se dicen los grados- participan a usted con profundo dolor.
Si el personaje es algún millonario extranjero, se pone, después del nombre del difunto, "natural de Villacordero, Extremadura (España)", y después de la palabra "hermanos", se agrega la de "ausentes", entre paréntesis. Como puede verse, es muy sencillo.
Muy sencillo y muy poco interesante. Si no conocimos en vida al personaje, nos enteramos de que murió en olor de santidad, que es cuestión que a nadie le importa. No nos enteramos ni qué significó su vida, ni qué es lo que significa su muerte.
Nadie se atreve a soltarse el pelo y hacer en la necrología un juicio certero y contundente del difunto: "después de hacerles de cuadritos la vida a toda su familia, murió por fin el señor don Fulano de Tal". O hacer un boceto de su temperamento: "era terco, contaba cuentos colorados y dejó en la calle a varios socios”. O cuando menos describir alguna de sus costumbres características: “vivió convencido de que levantarse a las cinco de la mañana y bañarse en agua helada era una costumbre saludable. Murió de pulmonía”.


Por su parte Joaquín Antonio Peñalosa continúa esta línea de análisis y se detiene en el ya clásico “y demás parientes”.

 
Las esquelas (...) siempre dicen lo mismo, las mismas palabras, los mismos sustantivos, adjetivos y verbos; la redacción jamás varía, salvo el nombre y la edad del difunto.
Todas la viudas se quedan inconsolables y todos los mexicanos se van sacramentados, hasta los que no reciben ningún sacramento, porque se les ocurrió cortarse la coleta sin previo aviso, doblar los remos sin decir pío, cerrar las persianas sin testigos de cargo o dar el angelazo en la soledad de la carretera.
El único enigma gramatical de las esquelas es esta frase estereotipada “y demás parientes”. Mire usted. ¿Quiénes son los que participan la muerte de cualquier mexicano por olvidado que sea? Primero la inconsolable viuda, y detrás de ella un gigantesco desfile de padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos, sobre todo sobrinos. Demasiada gente como usted ve, tal vez un centenar de cristianos, porque “al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos”, que siempre suelen ser cantidad. Sin embargo, como todo ese gentío aún parece muy reducido, pues entonces vengan a hacer bulto los “demás parientes”. No podemos prescindir de acarreados ni para los mítines políticos ni para los duelos fúnebres.


Eulalio Ferrer tiene otra perspectiva en relación a ello al descubrir diferencias significativas en lo que denomina “lenguaje esquelario” y propone algunas interpretaciones.



Algunas veces el lenguaje esquelario guarda silencio, dando voz sólo a lo más elemental: el nombre del difunto y las condolencias, evitando los símbolos, las citas literarias o cualquier otra sofisticación expresiva. En estos casos, un gran espacio en blanco aparece como un modo de usar gráficamente el silencio como un recurso visual más. Frente a la indignación por una tragedia o el dolor de una muerte, muchos consideran que es mejor callar y dejar que el silencio hable, lo cual se traduce visualmente en la inserción de grandes espacios vacíos para decir lo inefable. Varias esquelas de condolencia de este estilo aparecieron a raíz del asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia de México en 1994 (...) Al día siguiente de su muerte, se publicaron espaciosos avisos fúnebres en blanco, acompañados solamente por una escueta frase o la imagen de un moño negro. Por lo demás, no es aventurado decir que estos espacios vacíos representan el equivalente gráfico del "minuto de silencio" guardado en memoria de un difunto.


Según el mismo Ferrer hay algunos ejemplos de que la izquierda ha innovado la forma de redactar las esquelas que, en algunos casos, tienen algo de manifiesto político al proponer que la mejor manera de recordar al homenajeado consistirá en unirse a la lucha que el personaje mantuvo durante su vida.

 
En una perspectiva más amplia, los anuncios fúnebres de inspiración izquierdista destacan por el uso del término "camarada" para referirse al difunto, así como por la inserción de alguna máxima política, como el "¡Hasta la victoria siempre!" de Ernesto Che Guevara, o el lema socialista clásico: "Proletarios de todos los países, ¡uníos!" Por virtud de este gesto, las esquelas adoptan las formas de un pequeño manifiesto. Dentro de esta tradición ideológica, la nota consagrada a José Revueltas, escritor mexicano fallecido en 1976, introduce un curioso vuelco en el sentido de las expresiones fúnebres, al sostener: "José Revueltas nunca descansará en paz. Los que pensamos como él, continuaremos su lucha." Un ingenioso juego con el lenguaje fúnebre transforma una frase esquelaria típica, convirtiéndola en un efectivo mensaje político.      

 
Para los periódicos la sección necrológica es una fuente considerable y en extremo segura de recursos financieros (representando entre el 15 y el 20% de lo que ingresa por publicidad) que, vaya contradicción, vive sus mejores momentos con el fallecimiento de algún personaje importante sea del ámbito político, cultural, empresarial, deportivo, religioso, social, etc. Eulalio Ferrer señala que las esquelas periodísticas tienen un valor de estatus y realiza algunas mediciones al respecto. En México 30 páginas de homenaje y recuerdo del muerto identifica a los de alto rango social; si las páginas son 50 entonces seguramente se refieren a un empresario del más alto nivel. Sabedores del negocio que ello implica, continúa Ferrer, hay periódicos que se organizan para recordar año con año a los deudos las fechas de los aniversarios luctuosos para invitarlos a publicar una esquela. Eso se llama tener sentido de oportunidad.

 
Hay empresas que siguiendo las instrucciones de los contables en cuanto a hacer un uso más efectivo de los recursos, aprovechan la ocasión necrológica para posicionar a la marca. Eulalio Ferrer se refiere a ello.

 
Desde hace algunos años, México es un país en el que se ha generalizado una carrera desenfrenada por la publicación de esquelas mortuorias en donde lo más relevante y destacado es el logotipo de una compañía y su eslogan comercial, constituyendo una forma de publicidad directa o indirecta, a menudo de diseños competitivos. Al observar la mayoría de las esquelas de condolencia mexicanas, se da la impresión, muchas veces, de que las grandes empresas -y también las menores- andan a la caza de muertos distinguidos para anunciarse y promoverse. En tales esquelas, grupos corporativos, especialmente, lamentan la muerte de algún personaje o colaborador destacado, y al mismo tiempo suelen citarse artículos como bienes raíces, bancos, líneas aéreas o bebidas alcohólicas. Dentro de la visión de las esquelas contemporáneas, Guillermo Sheridan ha observado con ironía que "una vida culmina en un cuarto de plana de papel reciclado que al reverso anuncia sopa".
Al revisar las esquelas aludidas, pudiera decirse que las condolencias están más relacionadas con los intereses económicos de los vivos que con el recuerdo de los muertos. El elemento publicitario puede radicar en una discreta referencia comercial, como la frase: "Chrysler se une a la pena que embarga a la familia del señor ingeniero... distribuidor autorizado de Chrysler, etc." En el género esquelario de los anuncios comerciales encubiertos, los eslóganes asociados a una intención publicitaria son otro elemento que parece imprescindible. Muestra reveladora de esta práctica es la esquela que una cadena de farmacias dedicó al animador de programas televisivos, Paco Stanley: "Farmacias Similares Lo mismo pero más barato, se une a la pena que embarga a los familiares del señor Francisco Stanley..." En otra nota fúnebre, esta vez consagrada al popular Cantinflas, se anuncia de modo explícito: "Bic No Sabe Fallar se une al dolor de todo el pueblo mexicano por el sensible fallecimiento de Mario Moreno Reyes (Cantinflas)”. En estos mensajes fúnebres, el eslogan se puede situar al comienzo de la nota, justo a un lado del nombre de la compañía, presidiendo sin inhibiciones el carácter publicitario de la esquela (...)
Vale la pena señalar el gesto de algunas empresas de no incluir un logotipo en sus esquelas de condolencia, limitándose al nombre de la razón social. La omisión podría ser la respuesta tardía o expresa de un deseo de sobriedad y discreción en los anuncios mortuorios, bajo la conciencia de algunos empresarios sobre lo inconveniente o poco ético de hacerse publicidad en tan tristes circunstancias. (...)
Aunque Brendan Behan ha advertido que "no existe la mala publicidad excepto en la nota necrológica", algunos anunciantes temerarios no han podido resistir la tentación de promocionar productos y servicios con anuncios publicitarios que aparentan ser esquelas.

 
Aun a riesgo de caer en un lugar común podríamos concluir diciendo que la publicidad no conoce límites, aunque tendríamos que moderar tal afirmación ya que por lo menos hasta el momento ninguna empresa se ha endilgado el carácter de patrocinador oficial del fallecimiento de algún personaje connotado.

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