jueves, 24 de octubre de 2013

Los muralistas se suben al ring


Todavía no se inventaba el oficio de asesor de imagen cuando los grandes muralistas ya le sabían a ese negocio. Diego Rivera no sólo fue maestro con los pinceles sino también haciendo publicidad de sí mismo, dejando su indeleble marca personal. David Alfaro Siqueiros no cantaba mal las rancheras y sabía desempeñarse en la escena. Por su parte José Clemente Orozco aun cuando manejaba un perfil más bajo, tenía un carácter muy fuerte al que poco interesaba agradar a los demás.
 
Entre estos grandes maestros del muralismo las polémicas no fueron menores y en ocasiones adquirieron notoriedad. Al respecto dice Carlos Monsiváis “México, 1935: la polémica Rivera-Siqueiros se extiende, deviene espectáculo popular, invade Bellas Artes, recibe el patrocinio del sindicato de panaderos, moviliza a los intelectuales y artistas de izquierda.” Es posible que estos eventos tuviesen como objetivo que el arte adquiriera mayor difusión al trascender las barreras de la restringida elite ilustrada. Con estos espectáculos de lucha libre artística lograban atraer la atención de un público amplio y diverso.
 
Juan de la Cabada (personaje al que es recomendable seguirle la pista) describe el ambiente en que se desarrollaron estos debates.
                                                                                 
(...) También llegó a México un personaje que había conocido en Nueva York, Emanuel Isenberg, director de la revista New Theatre. Llegó precisamente en la época de la polémica entre Siqueiros y Rivera. Un día se anunció un encuentro público entre los dos pintores en Bellas Artes. Recuerdo que ese día el vestíbulo estaba lleno. Faltaban sólo unos minutos para la hora señalada y todavía no abrían las puertas. Muñoz Cota –todavía al frente de Bellas Artes- estaría aterrado y se negaba a dejar entrar a la gente. Hubo algunos alborotos que culminaron con un acto muy de Diego: sacó una pistola y dio algunos tiros al aire. Por fin abrieron las puertas y ya no pudieron evitar que se realizara la polémica. Entre el público, si acaso había más dieguistas, los seguidores de Siqueiros no éramos pocos. (…)
Antes de comenzar la discusión David propuso, con ese tono persuasivo que tenía, que hubiera asesores de cada bando. Argumentó algo así como que los asesores podían ser también mediadores. Por supuesto Diego no se negó. Entonces Siqueiros nombró sus asesores: a María Teresa León y a mí. Apenas nos pusimos de pie cuando Diego dijo:
-Yo también tengo los míos, aquí están, y quince o veinte panaderos subieron al estrado.
Luego continuó Siqueiros:
-Para comenzar, compañero Rivera, yo quisiera preguntarle si es verdad o no que usted es el iniciador del movimiento mural en México. ¿Es usted el iniciador?
-Claro –contestó Diego con esa vocecilla que solía adoptar un tono de autoridad.
-Entonces ¿quién –continuó David- es el responsable de los errores que haya de esta pintura en su sentido a veces pintoresquista, a veces mexican curious, folclórica? ¿Quién es el responsable sino quien la inicia?
En ese tono fue la disputa. Claro, Diego también era muy hábil y también asestó muchas a David.
Detrás de Siqueiros y de Diego, ambos con sendos micrófonos, había un personaje que simulaba las veces de juez. Era José Clemente Orozco. David le preguntó una o dos veces lo mismo y lo mismo contestó.
-Camarada, ¿qué opinión tiene de la discusión?
Se alzaba la voz áspera de Orozco:
-Yo no hablo. Yo pinto, charlatanes.
Lo curioso de su protesta es que durante las semanas que duró la polémica no faltó un solo día.
Los periódicos cubrieron estas discusiones, que al ganar en audiencia pasaron al Teatro Hidalgo, en la calle de Regina y luego al Sindicato de Panaderos, por Bolívar.
 
En este contexto no podían faltar situaciones que dieran la nota, como la que refiere el mismo Juan de la Cabada.

Para entonces muchos de nosotros nos agotamos y dejamos de asistir, hasta que un incidente nos recordó que debíamos de haber ido.
Serían las seis de la tarde cuando estábamos en el local de la Liga, en la calle de San Jerónimo, no muy lejos del Sindicato de Panaderos. Algo estaríamos conversando cuando irrumpió el compañero Isenberg y comenzó a hablar, restando a su escaso español su todavía más escaso aire. Fatigado y jadeante, trató de recriminarnos nuestra ausencia en los debates.
-Yo estar en la primera fila –dijo-, viendo de repente a una mujer que estaba allí (Frida Kahlo). Yo preguntar, porque vestir un traje raro, qué clase de vestido llevar esa mujer. Aunque yo decirlo en inglés, la mujer entender, y decir: “Diego, me está insultando este gringo”. Y este energúmeno, con un pistolón, bajar a buscarme, llamarme estalinista y provocador. Quise defenderme pero no, él sacar pistola y disparar y yo correr y él salir tras de mí.
Isenberg, curiosamente, alternó definitivamente la polémica. Ese incidente cerró el circuito de disputas públicas entre Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.
 
Actualmente la televisión presenta programas de debates simulados, con participantes que representan papeles pre asignados e incluyen simulacros de enfrentamientos y peleas.
 
Las diferencias entre ambos modelos de “reality show” saltan a la vista.

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