jueves, 12 de junio de 2014

Cartas perdidas


Siempre duelen aquellos amores que pudiendo haber sido, no fueron. Y más aún cuando el origen del desencuentro estuvo en algo tan nimio como la pérdida de una carta. Pío Baroja fue uno de los perjudicados por este traspapeleo epistolar y no se queda con las ganas de contarlo.  


(…) entre mis papeles viejos (…) encuentro una carta dirigida a mí, y sin abrir, desde hace más de veinte años.
¡Qué cosa rara!
Rompí el sobre y hallé una hoja escrita en francés por una mujer desconocida: carta como de una novela de aventuras. No comprendo cómo no la leí en su tiempo. Estaría fuera de casa. No sé. La carta no tiene fecha; al menos, del año. Está escrita en francés. Pone “viernes 27 de febrero”. Por la estampilla del sello de Correos parece que es de 1922 ó 1923.
No recuerdo absolutamente nada de lo que hice estos años ni en la primavera ni en el invierno. Quizá estuve fuera o quizá estuve enfermo. La letra de la carta es una letra de colegio, un poco puntiaguda. Yo no entiendo nada de grafología y no sé si sus principios tienen o no exactitud. La dirección de la carta está sólo en el sobre, a estilo francés.

Dice así:
                                                                           “Viernes, 27 de febrero.
 
Señor:
 
Tengo un gran deseo de conocerle y de hablarle. Odio la etiqueta y las conveniencias sociales. ¿Para qué tantos requisitos inútiles? La vida, en general, es bastante pobre y mezquina para añadirle dificultades.
Tengo ganas de hablar con usted. ¿Quiere usted ir al baile de máscaras de Bellas Artes, que se celebrará el lunes próximo en el Teatro Real? Yo estaré vestida de Pierrot, de blanco, con antifaz, en la tercera platea, entrando, a la izquierda, y podremos hablar. Para mí será un momento feliz. Soy entusiasta lectora de sus libros.
No sé si hago bien o mal en escribirle. A usted no le parecerá atrevimiento, pero a las pocas personas que me conocen en Madrid, sí.
Aunque paso por norteamericana, soy circasiana de nacimiento, de familia de antiguos jefes rebeldes, enemigos de Rusia y de Turquía.
Una circasiana y un vasco es un poco, como en la ópera de Bizet, Carmen y don José. Yo no cantaré como ella

                     L’amour est enfant de bohême.

Usted no creo que sea tan loco como don José.
En fin, hablaremos. Yo le conozco de vista y alguna vez he tenido el impulso de acercarme a usted para hablarle; pero me ha faltado el valor. Espero que en el baile el valor me lo dé el antifaz.
Una circasiana tímida es un poco ridículo, ¿verdad?
Pero ¿qué voy a hacer? ¿Irá usted? No tema usted hacer de don José. Hay que tener audacia. Vaya usted. Se lo ruega la más apasionada de sus lectoras.
                                                                                            S. W.”

 
Cuando don Pío narra la historia -en 1949- ese tren ya había pasado por lo que concluye con un dejo de amargura: “¡Qué prólogo de aventuras más clásico! ¡Qué lástima! ¡Es mala suerte! ¡Quién sabe lo que le hubiera pasado a uno si llega a leer esta carta a tiempo! Claro que yo no era joven en la época, pero aún así… ¡Qué miseria de suerte! Es lo que más me indigna: no tener suerte.” Hasta aquí el relato de Pío Baroja.

 
Ahora bien, son pocas pero existen historias de este tipo que acaban bien. Una nota de prensa de julio de 2009 presenta un ejemplo de ello.

 
Londres.- Estuvo desaparecida durante diez años, pero al final una carta de amor consiguió reunir a una pareja: Steve Smith y Carmen Ruiz-Pérez se conocieron hace 17 años cuando ella hizo un curso de inglés en Reino Unido, pero después se separaron y durante años no tuvieron noticias uno del otro.
Según informa hoy la agencia PA, Smith se decidió al final a escribir una carta dirigida a la casa de la madre de su gran amor en España. Pero la misiva se dejó en la repisa de una chimenea a la espera de ser leída, se resbaló por debajo y desapareció.
No fue hasta diez años después que los obreros que renovaban la casa encontraron la carta debajo de la chimenea y se la mandaron a Ruiz-Pérez, que vive ahora en Francia.
Al principio, no podía creer lo que leía. "No llamé a Steve enseguida, porque estaba tan nerviosa. Habían pasado diez años desde que escribiera la carta, y yo no sabía qué pensaba ahora", declaró al periódico "Herald Express".
Pero al volverse a ver en el aeropuerto, "nos echamos a los brazos uno del otro", explicó Smith. "En 30 segundos nos besamos". El viernes se casaron, a los 42 años, en Brixham, en el sudoeste de Inglaterra.

                                                                      
Aun cuando muy de vez en cuando se den estas situaciones con final feliz, no hay que confiarse.  Es posible que los desencuentros amorosos sigan ocurriendo en estos tiempos del correo electrónico por un mensaje que naufragó en la bandeja de entrada o, peor aún, cuyo aciago destino lo condujo al spam.

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