jueves, 21 de agosto de 2014

Semper idem


Difícil entender que personas que tienen una mirada tan diferente acerca de Dios y del mundo en el que viven, puedan formar parte de una misma Iglesia. Del Opus Dei y los Legionarios de Cristo a la Teología de la Liberación; de los acomodados con el poder civil a los luchadores incansables e indoblegables contra la injusticia; de quienes se dan vida de príncipes a aquellos que sobreviven en los límites entre  pobreza y miseria; etc.

Y claro que en ese contexto no deben faltar los encuentros ríspidos entre antagonistas que asumen formas muy diferentes de explicitar su fe. No abundan las noticias que se tienen al respecto y es de suponer que muchas de estas divergencias queden selladas bajo el voto de silencio de sus protagonistas. Muy de vez en cuando trascienden parte de los entretelones de alguno de estos desencuentros; tal es el caso que narra Hans Küng en sus memorias y que fuera publicado en El País (España) el 26/10/2003.

Me ha citado para el jueves 14 de octubre de 1965 a las doce en el Palazzo del Santo Oficio, primer piso. Su aparición no habría podido escenificarse de forma más teatral: con la primera potente campanada de la iglesia de San Pedro, un monseñor ha abierto de un golpe las dos hojas de la puerta de la sala, y aparece en el marco de la puerta con todas sus galas de púrpura él: el mil veces temido Gran Inquisidor, el jefe del Santo Oficio, el cardenal Alfredo Ottaviani. Se santigua y reza en alta voz: “Angelus Domini nuntiavit Mariae”, (“el ángel del Señor anunció a María”). Yo le contesto en latín con voz firme: “Et concepti de Spiritu Sancto” (“y concibió del Espíritu Santo”). Y así, alternándonos, todo el ángelus con sus tres avemarías. No puedo dejar de imaginarme cuál habría sido el aturullamiento de otros no acostumbrados a estas costumbres piadosas de Roma.
(...) Ottaviani vive y piensa (…) dentro de un paradigma distinto, sigue viviendo en la constelación de Iglesia y sociedad medieval-contrarreformista-antimoderna. Y por eso a mí, desde mi paradigma moderno-posmoderno, discutir con él me resulta tan difícil como a un representante de la moderna imagen copernicana del mundo con otro de la antigua ptolomeica. El sol, la luna y las estrellas, Dios, Cristo y la Iglesia son los mismos para ambos, pero la forma en que los dos vemos esas realidades es completamente diferente; diferente, precisamente, por nuestra respectiva constelación, por el paradigma. Vivimos en la misma Iglesia, pero en otro mundo.

Hans Küng advierte en sí mismo una mirada compasiva hacia el inquisidor. “Miro atentamente al cardenal con su testa cesárea mientras mantiene su monólogo, y siento hacia él algo así como compasión.” Concluye Küng con una categórica reflexión acerca del lema del escudo del cardenal Ottaviani.

Él, que lleva en su escudo el peligroso lema Semper idem (Siempre el mismo) ha envejecido, está casi ciego y se ha quedado irremisiblemente rezagado respecto de la marcha de la teología y de la Iglesia sirviendo a la curia. Pero ni siquiera el roble puede ser siempre el mismo si no cambia constantemente, pierde sus hojas, las renueva y crece. 

Tal vez sea por ello que Germán Dehesa -cabe aclarar que en un entorno muy diferente- sostenía que las palabras tradición y traición son muy cercanas entre sí y añadía que a las tradiciones hay que traicionarlas amorosamente para que sigan vivas.

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