Cuando transcurren tiempos en que la realidad se
presenta sobrecargada de injusticia, violencia, corrupción e impunidad, el
desánimo se hace colectivo y parece apoderarse de nuestras vidas. Las miradas
se entristecen, están como apagadas. Ante ello, cada quien (excepto los privilegiados
e indiferentes de siempre) busca sus espacios de resistencia, sea en la
política, el estudio, la fe, el arte, la comunicación, etc.
La Ciudad de México también tiene sus propias formas
de resistencia en las que manifiesta su rebeldía, sus ganas de no darse por
vencida. Una de ellas llega con cada primavera, cuando se encienden las jacarandas
por diversos rumbos de la gran urbe. Guillermo Osorno dice que estos árboles llegaron
a comienzos del siglo XX procedentes de la amazónica ciudad de Manaos, Brasil.
Desconozco quién fue el de la iniciativa y si fue distinguido con una estatua a
manera de agradecimiento (en caso que no haya sido así, desde aquí presento la
moción). Vicente Quirarte describe el momento
en que, año a año, la ciudad se ilumina con su florecimiento.
Como
si durante la noche alguien las hubiera pintado con pincel y pintura
evanescentes; como si una cuadrilla de artistas ignorados las hubiera colocado
entre los brazos retorcidos de las bignoniáceas; hermanas sucesoras de las
ballenas y las mariposas, previamente de acuerdo para su brevísima actuación
anual, estallan, en forma imprevista, por todos los rumbos de la urbe.
Son
susceptibles a los reclamos del viento, y a la menor provocación se van con él;
tapizan entonces calles con sus pétalos de color indefinido. Nunca como en
ellos son verdad las frases entre azul y buenas noches y los ojos bellos de
jacaranda en flor.
Florecen
contra todo. Contra el aire contaminado y el torturador; contra la mentira y la
promesa. Florecen para todos: para el envenenador y la monja que vende rompope
de puerta en puerta; para los boy scouts que plantan su tiempo sagrado
en la mañana del sábado; para el borracho cuyo cuerpo ha dicho basta; para la
embarazada y el bolero; para las multitudes que en domingo salen —plenas y
nimbadas— de templos, museos y estadios de futbol. Para descifrar su mensaje,
basta escucharlas con los ojos; abrir quince sentidos cardinales y llenarlas de
halagos. Que sepan que nos nutren, que son tan necesarias como estar enamorado,
que sin ellas marzo sería de otra manera.
Todavía falta para la llegada de marzo, pero sucede
que en estos tiempos de tristeza ciudadana nos urge confirmar que las
jacarandas -tal como lo dice Quirarte- florecen contra todo y para todos, al
igual que la esperanza de que las cosas no necesariamente tienen por qué seguir
siendo tal como están.
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