jueves, 19 de febrero de 2015

Recordando a Manuel Vázquez Montalbán


Hay ausencias que se hacen notar. Tal es el caso del escritor Manuel Vázquez Montalbán al que uno hace presente suponiendo lo que podría haber dicho frente a distintos acontecimientos de nuestro mundo en general y de España en particular. No temía escribir sobre la realidad a la que hacía frente con sus artículos periodísticos que combinaban lucidez, ironía y humor.

No son muchos quienes se atreven a realizar cálculos y especulaciones respecto a su propia expectativa de vida. Vázquez Montalbán lo hizo en un artículo publicado en El País, el 24 de agosto de 1987: “Según las estadísticas actuales, mi esperanza de vida se detiene aproximadamente en torno al año 2015 (…)” Si aquél pronóstico se hubiese cumplido, el fin de su vida debería haber llegado en este año que aún está en sus inicios.

Pero los cálculos estadísticos generales suelen ser desmentidos, en ocasiones por encima y en otras por debajo. Esto último fue lo que le aconteció con él, al morir de manera totalmente inesperada -como se dijo en su momento- el 18 de octubre de 2003 en Bangkok. La vida le quedó, y nos quedó, a deber 12 años.

Y en este 2015, que él veía tan remoto en 1987, muchos sucesos políticos, sociales, deportivos, seguramente llamarían la atención y convocarían la reacción del escritor y periodista. Huérfanos de su palabra actual, sólo nos queda ir al archivo para descubrir la vigencia de sus artículos. En una columna publicada en El País, el 2 de febrero de 1987 sostenía:

En las películas estimulantes y en las novelas realmente ejemplares, las causas justas siempre se imponen a las leyes injustas o insuficientes. Frank Capra era un genio para estos asuntos. Siempre el banquero expropiador se conmovía a tiempo ante la tenacidad de el chico o la dulzura inocente de la chica, y el juez más severo llevaba bajo la toga un mazo de sentimentalismo capaz de hacer añicos las más duras tablas de la ley.
En la vida real, en la historia real, las cosas son diferentes, y lo único que puede modificar una ley injusta es la presión social, esa tozuda cláusula de conciencia colectiva ejercida dramáticamente a lo largo de la historia que nos ha permitido ser menos cafres y menos víctimas progresivamente. Cuando la conciencia social de lo justo y las leyes no coinciden, ¿qué hay que hacer? Aplicar la ley injusta y preparar otra más justa, dicen las gentes de orden, en la esperanza de que el tiempo o lo cure todo o lo canse todo. Pero, por si acaso, que vayan por delante los jueces y las brigadas antidisturbios.

Cualquier semáforo citadino puede convertirse en invitación para recordar sus palabras:

(…) la distribución de la riqueza se ha reservado al automovilista urbano, que debe disponer a su alcance de un abundante repertorio de monedas para compensar a los pedigüeños de esquina que le ofrecen limpiarle el parabrisas o venderle las más fútiles mercancías; sobre todas, los pañuelitos de papel, para que se seque las lágrimas, supongo, si es que automovilista es un ser sensible ante la desgracia ajena.

En sus artículos no faltó el humor respecto a sí mismo. “Cuánta razón tenían nuestros padres cuando nos aconsejaban no frecuentar malas compañías, ignorantes de que nosotros podíamos ser la mala compañía de los otros.”

Entre los escritores que hoy hacen falta, Manuel Vázquez Montalbán ocupa un lugar muy importante.
 

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