martes, 24 de febrero de 2015

Oliver Sacks, de cara a su propia muerte

"Sabiendo que la vida es mortal, el hombre pierde el sentido de la vida cuando no empieza por dárselo a su propia muerte."
                (José Bergamín)


Más tarde o más temprano todos nos encontraremos con ella. Hay ocasiones en que la muerte llega cuando menos se la espera, y en otras, se deja ver venir. Ante ello no es fácil tener la valentía y el coraje de reconocerla y poner en palabras lo que se siente, tal como lo hizo recientemente el doctor Oliver Sacks (en este mismo espacio hemos aludido a sus trabajos “Los grandes también cometen errores” http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/10/los-grandes-tambien-cometen-errores.html y “Las cosas por la mitad” http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/06/las-cosas-por-la-mitad.html).

Nos referimos al artículo que publicara en The New York Times en este mes de febrero de 2015 y que transcribe El País, con traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse.

Así define la gravedad de su situación sin crearse falsas expectativas y mirando al futuro. “De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda.” Y para ello recurre a uno de sus filósofos preferidos, comparando la situación de ambos.

Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

Hasta allí el recorrido junto a David Hume. A continuación el doctor Oliver Sacks comparte las decisiones tomadas en la antesala de su muerte pero firmemente instalado y comprometido con su vida.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.

Luego alude a la manera en que con el paso del tiempo la muerte de sus contemporáneos se ha hecho frecuente, con todo lo que ello implica. “Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo.” Y subraya el hecho de que cada muerte deja un vacío imposible de llenar.

Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

Reconoce que siente miedo, sin embargo al momento de evaluar su vida destaca por encima de todo la gratitud.

No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.

Hasta aquí el emotivo artículo del doctor Oliver Sacks en el que asume la proximidad de la muerte como una oportunidad para tomar decisiones y priorizar lo que resta por hacer. Este manera de enfrentarse a lo inevitable es congruente con lo que fue su trabajo profesional, tal como lo narra Guillermo Altares.

En una entrevista con este diario [El País] en 1996, con motivo de la publicación de Un antropólogo en Marte, Sacks habló precisamente de la relación de los pacientes con la enfermedad.  "Para mí es fundamental la relación que se establece entre enfermedad e identidad y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad", explicó. "Todos los casos que expongo en este libro han descubierto una vida positiva que surgía tras una enfermedad. El pintor que tras perder la visión del color no desea recuperarla. El ciego de nacimiento que recobra la vista hacia la mitad de su vida y no puede soportarlo. La mujer autista que encuentra en el autismo una parte de su identidad... Pero no quiero parecer sentimental ante la enfermedad. No estoy diciendo que haya que ser ciego, autista o padecer el síndrome de Tourette, en absoluto, pero en cada caso una identidad positiva ha surgido tras algo calamitoso. A veces, la enfermedad nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más intensamente".

En este momento el doctor Sacks parece decirnos que no solo la enfermedad sino también la proximidad de la muerte puede ser una oportunidad para vivir más plenamente al procurar que, como señala Ángel Gabilondo, la muerte coincida con el fallecimiento, porque como dice el mismo Gabilondo “lo mejor que puede ocurrirnos es que lleguemos vivos a la muerte”. Pierre Sansot también se refiere a esta cuestión: “Para mí vivir es una suerte que pienso preservar mientras pueda. Presentarme como un ser vivo frente a la muerte sería el más hermoso de los finales.”

La valentía del doctor Sacks me recuerda algo que cuenta Ariel Dorfman y que le fuera narrado por el mismo Harold Pinter  

Cuando a Pinter le diagnosticaron cáncer al esófago, el mensaje más original y alentador que había recibido fue el de Mike Nichols. Rezaba así: “La muerte no tiene ni la menor idea con quien se está metiendo”.

En su caso doctor Sacks, tampoco hay lugar a duda: la muerte no tiene ni la menor idea de con quién está tratando.

No hay comentarios: