martes, 3 de marzo de 2015

Puentes peatonales


No cabe duda, cruzar los puentes peatonales de la Ciudad de México es toda una aventura. Con eso de que los carros se han agandallado el espacio, los humildes peatones (literalmente ciudadanos de a pie) la tienen difícil a la hora de cruzar avenidas, ejes, periféricos, anillos de circunvalación, etc.

Los pasos subterráneos también representan una amenaza pero de otro tipo: puede que uno llegue a la otra orilla citadina pero a riesgo de sufrir un asalto. Asimismo como hay quienes allí “hacen sus necesidades”, tanto del uno como del dos, conviene inhalar hondo antes de entrar y aguantar la exhalación hasta la salida. Salvo que uno cuente con una capacidad respiratoria realmente envidiable, o un adecuado entrenamiento respiratorio yoga mediante, ello representa una lucha perdida de antemano.

En lo que respecta a los puentes peatonales hay que hacer consideraciones relevantes. Algunos de ellos son tan elevados que quien logre subirlos bien podría recibir (sin necesidad de ningún otro estudio o examen) un certificado médico de aptitud para realizar cualquier tipo de actividad física y desde aquí presentamos esta sugerencia al Instituto del Deporte. ¿Lo duda? Intente cruzar el que se encuentra en Río Mixcoac a la altura de la conocida taquería “El charco de las ranas” y después me cuenta.

Lo más peligroso son esos viejos puentes que al momento de cruzar el arroyo vehicular -al decir de la jerga citadina-, tiemblan y parece inminente el momento en que aquello se cae. Hay quienes enfrentan su temor cruzando a toda velocidad de forma que la sensación de caer es significativamente mayor lo que se compensa con que el tiempo de exposición al sufrimiento se reduce notablemente. Conozco a quienes de plano prefieren, si existe alguna remota posibilidad de llegar con vida al otro lado, esperar todo el tiempo que sea necesario para cruzar por la mera avenida, toreando con gran habilidad la infinidad de carros que vienen por los diversos carriles.

Ante la posibilidad de que alguien pueda pensar que exageramos la nota, nos permitimos citar las vivencias de Jorge Ibargüengoitia al respecto


(...) cruzo Río Churubusco por un puente para peatones. Me pasa lo mismo que cada vez que atravieso uno de estos puentes: siento que vibra y que se pandea, me lo imagino rompiéndose en dos y echándome, con los barandales y la losa de concreto, encima de los coches que pasan. Imagino también el frenón que van a dar los que traten de evitar estrellarse contra mi cadáver y las ruinas del puente y la colisión múltiple. Cuando pongo el pie en tierra firme siento que he escapado de un peligro terrible.  
 

Si a usted le gustan los deportes de alto riesgo, le sugerimos que no deje de cruzar los puentes peatonales. Su adrenalina se lo agradecerá.

No hay comentarios: