No cabe duda, cruzar los puentes peatonales de la Ciudad de
México es toda una aventura. Con eso de que los carros se han agandallado el
espacio, los humildes peatones (literalmente ciudadanos de a pie) la tienen
difícil a la hora de cruzar avenidas, ejes, periféricos, anillos de
circunvalación, etc.
Los pasos subterráneos también representan una amenaza pero
de otro tipo: puede que uno llegue a la otra orilla citadina pero a riesgo de
sufrir un asalto. Asimismo como hay quienes allí “hacen sus necesidades”, tanto
del uno como del dos, conviene inhalar hondo antes de entrar y aguantar la
exhalación hasta la salida. Salvo que uno cuente con una capacidad respiratoria
realmente envidiable, o un adecuado entrenamiento respiratorio yoga mediante,
ello representa una lucha perdida de antemano.
En lo que respecta a los puentes peatonales hay que hacer
consideraciones relevantes. Algunos de ellos son tan elevados que quien logre
subirlos bien podría recibir (sin necesidad de ningún otro estudio o examen) un
certificado médico de aptitud para realizar cualquier tipo de actividad física y
desde aquí presentamos esta sugerencia al Instituto del Deporte. ¿Lo duda?
Intente cruzar el que se encuentra en Río Mixcoac a la altura de la conocida
taquería “El charco de las ranas” y después me cuenta.
Lo más peligroso son esos viejos puentes que al momento de
cruzar el arroyo vehicular -al decir de la jerga citadina-, tiemblan y parece
inminente el momento en que aquello se cae. Hay quienes enfrentan su temor cruzando
a toda velocidad de forma que la sensación de caer es significativamente mayor
lo que se compensa con que el tiempo de exposición al sufrimiento se reduce
notablemente. Conozco a quienes de plano prefieren, si existe alguna remota
posibilidad de llegar con vida al otro lado, esperar todo el tiempo que sea necesario
para cruzar por la mera avenida, toreando con gran habilidad la infinidad de
carros que vienen por los diversos carriles.
Ante la posibilidad de que alguien pueda pensar que
exageramos la nota, nos permitimos citar las vivencias de Jorge Ibargüengoitia
al respecto
(...) cruzo Río Churubusco por un puente
para peatones. Me pasa lo mismo que cada vez que atravieso uno de estos
puentes: siento que vibra y que se pandea, me lo imagino rompiéndose en dos y
echándome, con los barandales y la losa de concreto, encima de los coches que
pasan. Imagino también el frenón que van a dar los que traten de evitar
estrellarse contra mi cadáver y las ruinas del puente y la colisión múltiple.
Cuando pongo el pie en tierra firme siento que he escapado de un peligro
terrible.
Si a usted le gustan los deportes de alto riesgo, le
sugerimos que no deje de cruzar los puentes peatonales. Su adrenalina se lo
agradecerá.
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