jueves, 18 de junio de 2015

El noble oficio de lector

La buena lectura enriquece la vida. Esto lo sabían muy bien los trabajadores que laboraban en las fábricas de cigarros, tal vez por aquello de que la lectura acompañada de un buen tabaco se convierte en privilegio de marca mayor. Así sucedía en España y Paco Ignacio Taibo I hace su aporte testimonial al respecto.  

Mi abuela paterna fue cigarrera de la Fábrica de Tabacos de Gijón, y recordaba con nostalgia, en los años próximos a su muerte, cuando ejercía de lectora de los más bellos folletines de la época para sus compañeras, en la fábrica. Por entonces era una costumbre que una de las operarias leyera en voz alta a las otras, que fabricaban puros, tagarninas y cajetillas de tabaco negro.


Como digresión digamos que lo anterior permite inferir que la notoria afición de Paco Ignacio Taibo II al tabaco, le viene de larga data.


Pero regresemos a nuestro tema. El oficio de lector en Cuba tuvo algunos cambios notables cuando de la lectura de folletines pasó a otro tipo de textos y aquello dejó de ser una simple concesión para convertirse en auténtica conquista sindical, tal como lo describen José Antonio Marina y María de la Válgoma.


En 1857, en la Cuba aún española, la fabricación de cigarros, que había sido una de las principales industrias, empezó, por causas muy diversas, a decaer. Los obreros decidieron crear un sindicato –La Sociedad de Ayuda Mutua para Honestos Trabajadores y Jornaleros-, precursor de los activos sindicatos cubanos posteriores. Esa sociedad de tan conmovedor nombre publicó un periódico, La Aurora, pero como muy pocos trabajadores sabían leer, se decidió leerlo en voz alta durante el trabajo, y eligieron a uno de los trabajadores como lector oficial, pagándole los demás de su propio bolsillo.


Y fue así que, al decir de José Martí, “la mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad”. Entonces sucedió que aquella costumbre se fue difundiendo entre trabajadores de otras fábricas lo que –de acuerdo con Marina y de la Válgoma- generó severas resistencias en políticos y empresarios que, sabedores de los peligros que implica la cultura en general y ciertas lecturas en particular, prohibieron aquella práctica.


Otras fábricas siguieron su ejemplo, y fue tal el éxito de aquellas lecturas públicas que al cabo de muy poco tiempo se las acusó de subversivas y en 1866 el gobernador de Cuba publicó un edicto prohibiéndolas: “Se prohíbe distraer a los obreros de las fábricas de tabacos, talleres y tiendas de todas clases con la lectura de libros y periódicos o con discusiones ajenas para asegurar el cumplimiento de este decreto”.


Pero aquello ya no pararía e incluso –siempre en opinión de Marina y de la Válgoma- emigraría a otras tierras. “Pero la mecha ya estaba prendida y de nada sirvieron las amenazas del gobernador. Los trabajadores que emigraron a Estados Unidos, tras la proclamación de independencia de la isla, llevaron consigo, entre otras cosas, la institución del lector.” Como siempre sucede, hubo lecturas que gustaron más que otras por lo que “El conde de Montecristo les gustó tanto que los operarios escribieron a [Alejandro] Dumas para que les autorizara a dar su nombre a uno de sus tipos de cigarros, que acabaría siendo uno de los más famosos.”

Cabe preguntarse qué habrá pasado en el transcurso de los años con aquella vieja costumbre y la respuesta la proporciona Diego Erlan por medio de una nota de prensa de diciembre de 2012 en la que informa acerca de su reciente reanudación.
(…) El artículo en el semanario cubano La Aurora festejaba la noticia de esta forma: “En la gran fábrica de tabacos El Fígaro se ha establecido la costumbre, que honra altamente a los operarios, de que haya uno que, en voz alta, lea las obras escogidas”. En todas las fábricas cubanas de tabaco hay una tarima y una silla reservada a ese lector, que cada día se dedica a leer a los torcedores la prensa diaria y la literatura de autores como Stendhal, Dumas, Cervantes o Shakespeare.

Supongo que leer el Granma no les debe llevar mucho tiempo, otra cosa debe suceder con los clásicos entre quienes, por lo visto, Dumas sigue contando con la preferencia de los trabajadores.


Buena cosa sería encontrar entre las cláusulas de algunos pliegos petitorios, la restauración del oficio de lector como una prioritaria reivindicación sindical.

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