No
hay que ser arquitecto para darse cuenta que las escaleras ya no son lo que
eran y quien tenga dudas al respecto podrá hacer un recorrido esclarecedor por
el centro histórico de la Ciudad de México. Le bastará con asomarse a la entrada
de cualquier casa antigua (ya no se diga a la del edificio de Correos o del
Sanborn’s de los Azulejos), para comprender el lugar principal que supieron
tener, el papel protagónico que les cupo. José Joaquín Blanco se refiere a
ello.
Los edificios públicos, palacios, templos, consideraban
la escalera como lugar de reunión y exhibición, ornamental y escenográfico,
para que las mujeres lucieran las largas colas de sus vestidos y sus galanes
pudieran ponerse espectacularmente de rodillas a recogerles el pañuelo o
besarles la mano.
Luego, supongo que en la segunda mitad del siglo pasado
[XIX], se pusieron de moda los edificios de varios pisos, y hubo escaleras
bonitas, anchas, muy propicias para el chisme largo, tendido y sabroso entre
varios vecinos. Todavía muchos edificios ruinosos en zonas viejas tienen
escaleras semejantes (…)
En
ellas tuvieron lugar episodios muy importantes de la vida comunitaria; allí
confluyeron diversas historias públicas y también confidenciales. Añade Blanco
que “(…) fue, además, un motivo alegórico importante: hubo simbolismos
escaleriles del vicio, la virtud, la edad, la prosperidad o la ruina, la salud,
etcétera.”
Con
el paso del tiempo vinieron cambios en los diseños de construcción y las
escaleras comenzaron a ser dejadas de lado, su carácter majestuoso devino en simple objeto de uso. Continúa el análisis de
José Joaquín Blanco
Ya en 1959, Pepe Alvarado se quejaba de la decadencia de
las escaleras (las hermosas de las construcciones palaciegas del siglo XVIII,
las horribles “por donde llegan a sórdidas alcobas los desesperados”, las
tristes de hoteles de paso que suelen ser de madera, olorosas a “brea y a
ginebra, a tabaco plebeyo y amores descompuestos”), decadencia evidente en que
“los novelistas no se fijan en ellas”. En cambio, a finales del siglo XIX y
principios de éste [XX], abundaban en casi todas las novelas.
(…) al contrario de los nuevos condominios, que las
tienen estrechitas y como provisionales, meros conductos artificiales para
estar de paso, como los estacionamientos; eso, para no hablar del elevador,
invención que dosifica y cronometra los encuentros casuales de los vecinos, en
el que uno sólo piensa en salirse cuanto antes, al revés de las escaleras, que
invitaban a la demora en cada rellano. No se consideraría locura salir a la
escalera una tarde aburrida a curiosear y conversar con los vecinos, pero sería
cosa de manicomio quedarse sube y baja en el elevador nada más para
intercambiar saludos y comentarios.
La
pérdida de espacio y protagonismo por parte de la escalera coincidió con el
desplazamiento de otros espacios de convivencia como los que enumera el mismo
autor: callejón, cerrada, pórtico, portal, balcón, lavadero, patio. Y de esta
forma fueron apareciendo nuevos lugares y medios de encuentro: “El teléfono, la
tele, el radio, los walkie-talkie, la onda corta, el automóvil, ya irán
cubriendo su ciclo, como otrora las escaleras, de innovaciones desplazadoras a
entrañables instituciones desplazadas y nostálgicas.” Y anotaba con aires de
nostalgia: “No recuerdo novelas mexicanas contemporáneas que le den importancia
a las escaleras, mientras que podría citar docenas en honor del automóvil (…)”
De
todo esto daba cuenta José Joaquín Blanco en una crónica de 1978.
No
cabe duda que en años recientes se han ido multiplicando los sitios y
dispositivos que hacen posible el encuentro inter personal. ¿Ello nos ha
posibilitado vivir más comunicados?
Da
para discutirlo en el descanso de una buena escalera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario