Existe consenso en cuanto a que pocas
cosas son tan difíciles como la convivencia armónica entre personas (lo que no
excluye que a veces también lo sea con uno mismo). Nada sencillo esto de
coincidir en el espacio y el tiempo con otros, sean desconocidos, parientes o
amigos. Es por ello que se requiere disponer de grandes dosis de inteligencia
emocional para resolver de buena manera los inevitables problemas que se
presentan en el vínculo con los demás.
En el ámbito de las relaciones amorosas –en
donde no escasean motivos para que estallen conflictos- deberíamos ser
particularmente cuidadosos para que las pequeñas diferencias no se transformen
en abismos insalvables. Pero para ello habría que tener un caudal de sabiduría
del que habitualmente carecemos. Paul Watzlawick presenta un ejemplo nimio de
lo que pudiera convertirse en origen de una batahola en el ámbito doméstico.
Supongamos que una mujer pregunta a su
marido: “Este caldo está hecho según una receta que no había probado nunca, ¿te
gusta?” Si le gusta, puede responder simplemente “sí”, y ella se alegrará.
Pero, si no le gusta, y además no le importa causar un desengaño a su mujer,
puede responder simplemente “no”. Pero la situación (estadísticamente más
frecuente) es problemática, cuando encuentra la sopa horrible, pero no quiere
desilusionar a su mujer. En el mencionado plano objetivo (es decir, el que se
refiere al objeto “sopa”), la respuesta tendría que ser “no”. En el plano de
relación tendría que responder “sí”, pues no quiere ofenderla. Su respuesta no
puede ser “sí” y “no”. Así que intentará alguna forma de salir de apuros,
diciendo, por ejemplo: “Tiene un gusto interesante”, con la esperanza de que su
mujer entienda correctamente lo que quiere decir.
Y según el mismo Watzlawick las probabilidades de que ello
ocurra “son escasas”.
Pues sí, nadie dijo que esto de la convivencia sea cosa fácil.
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