A
don Pío Baroja no le temblaba el pulso a la hora de expresar sus opiniones. Y
eso también ocurría al trazar el perfil de los personajes con que se cruzaba en
la vida, tal como aconteció con Nicolás Estévanez.
Don Nicolás, ex ministro de la República Española del 73,
era hombre simpático y alegre, un poco terco y arbitrario.
Había sido un revolucionario y quería seguir siéndolo.
Tenía una mentalidad un tanto rectilínea, la mentalidad
clásica del hombre de acción, del rebelde.
Seguramente
esa terquedad y mentalidad rectilínea que advertía en Estévanez la explicaba
por su persistencia en seguir siendo revolucionario. Para Pío Baroja no era
posible ser revolucionario al llegar a la vejez (lo que por aquellos entonces
situaba en los cuarenta años), dado que “(…) el hombre que tiene más de cuarenta o de cincuenta
años no es revolucionario más que de nombre. El viejo es biológicamente
conservador, quiera o no quiera.”
A
partir de lo singular Baroja arriba a consideraciones generales, siempre orientadas
por su muy radical manera de ver las cosas. “Buscar en un revolucionario el
ideario completo del intelectual lector de Nietzsche o de Bergson es una
contradicción psicológica. El que tenga los recovecos del pensamiento, del
filósofo, no podrá ser un político ni un hombre de partido.” Aclarado el punto,
retoma la caracterización del personaje.
Don Nicolás era rectilíneo y muy de su época. Yo le
conocí a principios del siglo [XX] en París. Pérez Galdós me dio una carta para
que le visitara. (…)
Estévanez, que podía haber sido en España capitán
general, vivía pobremente, como un completo bohemio, de traductor.
-Yo puedo vivir como un árabe –solía decir.
Efectivamente, no gastaba nada en cosas superfluas; no
tenía necesidades.
De
esta manera Pío Baroja no nos deja dudas en cuanto a que estamos frente a un
hombre íntegro, honesto y congruente que no cedió ante las tentaciones del
poder. Pero sabido es que la vida no siempre es justa, lo que puede
corroborarse una vez más en el hecho siguiente.
Un día me contó:
-Hoy, al cruzar el jardín de Luxemburgo, se me ha
acercado un pobre a pedirme limosna. No llevaba yo dinero y no he podido darle
nada. Entonces él me ha dicho amenazadoramente: “Ah, sale bourgeois! La revolution s’approche!”
Concluye
Pío Baroja. “Era verdaderamente cómica la amenaza de la proximidad de la
revolución hecha por el mendigo a aquel hombre que se había sacrificado por
ella.”
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