Hubo un tiempo (que no hay que
buscar en el pasado remoto) en que el sexo fue tema prohibido. Para ilustrar el
punto, Germán Dehesa sostenía que él había nacido antes que el sexo se
inventara, porque ni en su casa ni en la escuela había escuchado que se hablara
de ello… Los efectos negativos fueron de consideración, y en algunos casos
irreparables, aunque no faltó quien –como Perich- se tomara el asunto con humor:
“Yo, la verdad, hubiera preferido que me educaran sexualmente a que me
enseñaran logaritmos. Porque de los logaritmos hago tan poco uso.”
Desde el punto de vista
religioso se puso énfasis en la enorme carga culpígena que implicaba la
sexualidad; a ello se refiere Joaquín Antonio Peñalosa
(…) la
conciencia de muchos sobrevaloró la fornicación de tal manera que se la juzgó
no sólo como el pecado más grave, sino casi como el único. De suerte que hay
por ahí un ejército de creyentes que jamás se duelen de explotar al prójimo, ni
se arrepienten de escamotear el salario mínimo, ni se confiesan de robar honras
ajenas. Pecadillos sin importancia al lado de la lujuria. Los pecados
"sociales" apenas son cualquier cosa, los pecados sexuales, ésos sí son
los meros buenos. Con lo que estas almas pías reducen los diez de la ley de
Dios al "sexto" mandamiento.
Y todo esto en el marco de sociedades
machistas en las que se valoraba de muy distinta manera el comportamiento de
mujeres y varones al extremo de que, según Peñalosa, existían diferentes tablas
de la ley.
Lo que en
el hombre es cana al aire, en la mujer es calvicie. Lo que en el hombre es
aventura; en la mujer, desventura. En el monte Sinaí de los mexicanos, hay dos
tablas de la ley. La benigna, la flexible, la perdonadora se escribió para los
varones. La rigurosa, la exigente, la condenatoria, está dedicada a las
mujeres.
Llegados a este punto,
conviene anotar que Joaquín Antonio Peñalosa, autor insustituible y citado con
mucha frecuencia en este blog, sabía de lo que hablaba dado que fue un sacerdote
potosino sumamente reconocido, tanto por su vida eclesial como por haber sido
un destacado académico de la lengua.
Aun cuando en muchos medios se mantiene este estado de cosas, en relativamente pocos años el lugar que ocupa la sexualidad ha venido cambiando en forma significativa: de lo prohibido a lo promocionado; de lo escondido a lo exhibido, tan es así que para Félix de Azúa “el sexo, el turismo y el deporte son hoy los constituyentes del sentido de la existencia”. No se puede desconocer el papel fundamental que desempeñaron en esta transformación movimientos sociales como el de los estudiantes en los sesentas y el de la liberación femenina.
Pero tampoco conviene obviar lo que pudo haber en todo esto de intencionalidad política, de jugada premeditada por parte de los poderosos; a ello alude el mismo Félix de Azúa: “Un asesor de Nixon dijo en una reunión, y se conservan las grabaciones, que para calmar las protestas por la Guerra de Vietnam la solución era poner a la gente a follar inmediatamente. Y lo hicieron. Ahora estamos en un punto en que el sexo es una enorme industria que ha tomado la calle (…)” Hubo autores que observaron estas transformaciones y en algunos casos establecieron una correspondencia entre libertad sexual y despolitización de los jóvenes. Cuando en 1969 Max Aub –citado por Yolanda Rinaldi- regresa a España luego de treinta años de ausencia, anota: “Los españoles han perdido la idea de libertad… los jóvenes lo único que quieren es viajar […] beben, fuman mariguana, hacen el amor… ya dije que los Beatles son los padres de la Iglesia de nuestro tiempo y John Lennon su profeta.”
En este nuevo entorno los
aspectos relacionados con la vida sexual de las personas ocupan cada vez más
lugar en los medios de comunicación: detalles de la vida íntima de personajes
conocidos, consejos para las parejas, test para medir el desempeño de cada
quien, etc. Es así que entre los indicadores que permiten valorar el éxito
social, la sexualidad pasó a ocupar un sitio relevante y no es ajeno a ello el
esfuerzo realizado por la industria farmacéutica para que mujeres y hombres
lleguen al final de su vida manteniendo una activa vida sexual. Sin embargo, no a todos resulta atractiva esa
propuesta y un ejemplo de ello es el testimonio de Luis Buñuel
De modo
particular durante los últimos años, he comprobado la progresiva y, finalmente,
total desaparición de mi instinto sexual, incluso en sueños. Me alegro, pues me
parece haberme liberado de un tirano. Si se me apareciera Mefistófeles, para
proponerme recobrar eso que se ha dado en llamar virilidad, le contestaría:
“No, muchas gracias, no me interesa; pero fortaléceme el hígado y los pulmones,
para que pueda seguir bebiendo y fumando.”
Así las cosas respecto a la negociación
que con Mefistófeles hubiera intentado entablar el célebre director
cinematográfico.
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