Hacerse al camino con la
intención de lograr el enriquecimiento espiritual es tradición de larga data. Una de las rutas más
importantes es la del camino de Santiago, recorrido por todo tipo de personas
en cuanto a edad, condición social, ocupación, etc. Entre tantos peregrinos,
hubo uno muy especial cuya apariencia distaba mucho de poder ser caracterizada
como especialmente atildada; en relación a él, afirma Gerardo de la Concha
A San
Benito Labre, el vagabundo, los piojos le formaban una especie de corona. (…) Este
San Benito, quien como un acto de desapego no se bañaba, merodeaba por los
templos de la Provenza y su prédica, precedida por su fama de santidad —y la
susodicha corona piojosa— era motivo de arrepentimientos y conversiones entre
quienes lo escuchaban a pesar de su figura andrajosa (…)
Pero al mismo tiempo
seguramente no deben haber faltado quienes al ver el aspecto desagradable de
aquel hombre -nacido en Améttes el 26 de marzo de 1748- percibieran la ausencia
de Dios. A ellos responde Camilo José Cela
Ese
hombre –suele decirse ante el desvalido– va dejado de la mano de Dios. Se
acierta, sí, cuando tal se dice y cuando, ingenua y reverenciosamente, se toma
la mano de Dios por el próvido cuerno de la abundancia. Pero sucede que los
designios de Dios –los modos que tiene Dios de dar la mano– son infinitos como
las arenas de la mar, innúmeros, como no llegan a serlo, siendo tantas, las
mismas arenas de la mar.
Aquel
hombre desvalido, Benito José Labre, no iba dejado, sino guiado por la mano de
Dios, conducido por su andadura clemente y amorosa, providencial y tierna. (…)
Si los
vagabundos tuviéramos un santo patrono, Benito José Labre lo sería. Con alas en
los pies, Benito José Labre devoraba las leguas y los caminos en busca de la
huella de Dios, que en todas partes se presenta.
Tiempo después el poeta mendicante
Germain Nouveau (1851-1920) peregrinó por esos mismos senderos y según Álvaro
Cunqueiro las distancias idiomáticas no fueron obstáculo para que compartiera
sus versos.
Y
hablando de tantos y tantos peregrinos de Santiago, llegamos a un poeta francés
de este siglo, quien hizo noche, y lo contó, en Triacastela. Se llamó el poeta,
que lo era alegre, imaginativo y sentimental, Germain Nouveau. Le gustaba
mendigar a las puertas de las iglesias de Provenza, y su parva lo era de pan,
queso y aceitunas. Antes de beber el vino de allá, se solazaba con su color,
haciendo pasar el sol por él. Y de vez en cuando se ponía en camino, y
peregrinaba a los santuarios marianos de Francia, a Rocamador y a Sainte-Foi de
Conques, y a Orleans, que está en el país del Loira, como Charles Péguy. Y un
año cualquiera decidió acercarse a Compostela, y un día, muriendo septiembre,
llegó, en medio de la lluvia y del viento, a dormir a Triacastela, y halló
posada en una casa de labriegos. Sentado, al fuego, tras la cena de caldo y
tocino con cachelos, bebiendo a pocos una copita de aguardiente de Portomarín
–el más bravo de los gallegos, porque las vides nacen donde están enterrados
los caballeros del Temple y de Malta-, y viendo amistad en los ojos azules de
aquella gente gótica, comenzó a recitar versos suyos en lengua francesa, y
Germain Nouveau aseguró que aquellos labriegos, que solamente hablaban gallego,
le entendieron todo. Parte del mérito corresponderá a la poesía humana y
musical de Germain Nouveau, y parte a que el camino de Santiago tiene -podía
servidor dar varios ejemplos- el don de lenguas.
Cunqueiro no dice cuáles
fueron esos versos; quizás hayan sido algunos en los que se refiere al amor
No temo a
los reveses del destino,
a nada
temo, ni a la tortura,
ni a las
mordeduras de serpiente,
ni a los
cálices de veneno,
ni a los
ladrones que huyen del día
o a sus
subordinados cómplices,
si amo.
Dios los crea y el camino los
junta por lo que no puede sorprender a nadie que San Benito Labre se haya
convertido en inspiración y modelo de vida para el poeta Germain Nouveau.
Tal vez sea hora de
oficializar el nombramiento de San Benito Labre como protector de los
vagabundos, que de tan carenciados parece que ni patrono tienen.
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