martes, 8 de diciembre de 2015

La madre, la abuela


Hay vidas que habitan en uno, nos forjaron y se constituyen en referentes hasta el último día de nuestra existencia.  Es así como todos los caminos (aromas, sabores, fotos, canciones, lugares, preferencias, películas, aversiones, anécdotas…) llevan a las madres.
En el libro Volverás (México, Fundación Rafael Preciado Hernández, A.C., 2003), Carlos Castillo Peraza comparte con su hijo emociones y recuerdos familiares que se sitúan entre Tabasco y Yucatán. En ese contexto llega el momento de evocar a su madre
Era infatigable. Atendía a la familia, aceptaba encargos, enseñaba a rezar, declamaba en el grupo de damas de la Santa Cruz, asumía la dirección de las kermeses del colegio, actuaba en obras de teatro, promovía las cajas populares, escribía cartas (…)
Como las necesidades eran muchas y las posibilidades económicas escasas, no quedaba de otra más que hacer esos milagros cotidianos que son habituales en la vida de tantas mujeres.
Tu abuela completaba los ingresos domésticos cosiendo vestidos, urdiendo frivolité con el que adornaba servilletas, pañuelos, mantillas y manteles de estilo antiguo para amigas tabasqueñas de cuño nuevo. (…)
Encontraba el modo de comprarnos juguetes en Navidad y de festejarnos el día del santo. Pedía prestado para que estrenáramos. Dibujaba flores a lápiz. Se hacía su propia ropa y guisaba para fiestas ajenas allá [Tabasco]. Dirigió aquí [Mérida] una escuela.
Sus muchas responsabilidades no fueron suficientes para impedir su cercanía fraterna con quien lo necesitara, dándose tiempo para visitar enfermos. Carlos Castillo Peraza siempre supo que a su madre “le dolían los dolores de todos.
Al paso de los años, y con la independencia económica de los hijos, llegó el momento de retomar pendientes. “Obtuvo su título de Odontóloga después de cumplir cincuenticinco años, ante un sínodo conformado por viejos compañeros que se habían graduado a tiempo.
Agradeció la salud y convivió con la enfermedad. Tú la disfrutaste sana. También la sufriste enferma.” Pero tal como era de esperar “nunca bajó la guardia.  
Al evocar a su madre -en estas notas compartidas con su hijo- el reconocido político no omite referirse a sus defectos.
Cuando vuelvas, encontrarás a los que fueron sus ahijados o sus alumnos. Te hablarán de ella. De sus manías y de sus obsesiones, de sus extremos y de sus mañas, de su eventual incapacidad de perdonar, de sus trucos para salirse con la suya. Te dirán también de sus virtudes que fueron más que sus defectos.
Pero eso sí, Carlos Castillo Peraza sabe que en este tema no puede ni quiere ser objetivo.
Qué quieres. No puedo ser imparcial. Como algún día escribió Camus, “entre mi madre y la justicia, mi madre”. O con el Pemán cuyos poemas admiras: “Yo madre, de tu partido; yo contigo frente a todos”.

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