Hay
vidas que habitan en uno, nos forjaron y se constituyen en referentes hasta el
último día de nuestra existencia. Es así
como todos los caminos (aromas, sabores, fotos, canciones, lugares,
preferencias, películas, aversiones, anécdotas…) llevan a las madres.
En el
libro Volverás (México,
Fundación Rafael Preciado Hernández, A.C., 2003), Carlos
Castillo Peraza comparte con su hijo emociones y recuerdos familiares que se
sitúan entre Tabasco y Yucatán. En ese contexto llega el momento de evocar a su
madre
Era infatigable.
Atendía a la familia, aceptaba encargos, enseñaba a rezar, declamaba en el
grupo de damas de la Santa Cruz, asumía la dirección de las kermeses del
colegio, actuaba en obras de teatro, promovía las cajas populares, escribía
cartas (…)
Como las
necesidades eran muchas y las posibilidades económicas escasas, no quedaba de
otra más que hacer esos milagros cotidianos que son habituales en la vida de
tantas mujeres.
Tu abuela
completaba los ingresos domésticos cosiendo vestidos, urdiendo frivolité con el que adornaba
servilletas, pañuelos, mantillas y manteles de estilo antiguo para amigas
tabasqueñas de cuño nuevo. (…)
Encontraba el modo
de comprarnos juguetes en Navidad y de festejarnos el día del santo. Pedía
prestado para que estrenáramos. Dibujaba flores a lápiz. Se hacía su propia
ropa y guisaba para fiestas ajenas allá [Tabasco]. Dirigió aquí [Mérida] una
escuela.
Sus
muchas responsabilidades no fueron suficientes para impedir su cercanía fraterna
con quien lo necesitara, dándose tiempo para visitar enfermos. Carlos Castillo
Peraza siempre supo que a su madre “le dolían los dolores
de todos”.
Al paso
de los años, y con la independencia económica de los hijos, llegó el momento de
retomar pendientes. “Obtuvo su título de Odontóloga
después de cumplir cincuenticinco años, ante un sínodo conformado por viejos
compañeros que se habían graduado a tiempo.”
Agradeció
la salud y convivió con la enfermedad. “Tú la
disfrutaste sana. También la sufriste enferma.” Pero tal como era de esperar “nunca bajó la guardia”.
Al
evocar a su madre -en estas notas compartidas con su hijo- el reconocido
político no omite referirse a sus defectos.
Cuando vuelvas,
encontrarás a los que fueron sus ahijados o sus alumnos. Te hablarán de ella.
De sus manías y de sus obsesiones, de sus extremos y de sus mañas, de su
eventual incapacidad de perdonar, de sus trucos para salirse con la suya. Te
dirán también de sus virtudes que fueron más que sus defectos.
Pero eso
sí, Carlos Castillo Peraza sabe que en este tema no puede ni quiere ser
objetivo.
Qué quieres. No
puedo ser imparcial. Como algún día escribió Camus, “entre mi madre y la
justicia, mi madre”. O con el Pemán cuyos poemas admiras: “Yo madre, de tu
partido; yo contigo frente a todos”.
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