martes, 1 de diciembre de 2015

Letreros


Existe entre los camioneros la tradición de escribir algo en la defensa trasera de su vehículo por lo que resulta que cuando uno circula a mayor velocidad que ellos, puede tener un entretenimiento adicional en el viaje. Si bien nos centraremos  a lo que sucede en México, lo cierto es que esta costumbre va más allá de fronteras. En relación al caso argentino, Luis Melnik hace un merecido reconocimiento a la  “(…) extraña relación que hace que un camionero escriba pensamientos y aforismos en su vehículo, tarea poética que no se conoce cumpla secretaria alguna con su computadora (…)”.
                                  
El tamaño de la defensa así como el tiempo de lectura que tendrá el automovilista que rebasa, obliga a ser muy asertivo. Sabido es que lo más frecuente es el exceso de palabras, por lo que transmitir un mensaje conciso tiene su chiste y en este sentido los camioneros dominan el arte de la brevedad.
 
Edmundo González Llaca se dio a la tarea de retener los letreros que más le llamaban la atención en sus constantes viajes por la ruta México – Querétaro. A continuación transcribimos algunos de ellos, incluyendo la introducción que propone el autor citado:
 
Es un paranoico o da un buen consejo: “No me sigas que voy perdido”.
En un camión que llevaba arena, una aclaración tal vez innecesaria: “Materialista pero no dialéctico”.
La educación como medio de ascenso social sigue teniendo su reconocimiento: “Todo por no estudiar”.
Determinante: “Si no se anima para qué se arrima”.
En un camión de carga la coartada a la imposibilidad: “Los valientes no corremos”.
El posesivo con el que por supuesto estoy de acuerdo: “Si no regreso te vas de monja”.
El albur no falta: “Si voy despacio tócame la corneta”.
En un camión destartalado y sin pintar: “Es más triste andar a pie”.
Por supuesto que los problemas económicos también se resienten en los letreros de camión: “Ay Dios quítame de pobre que lo feo con dinero pasa”.
 
En relación a este tema, Juan Villoro narra un acontecimiento que sorprendió al escritor venezolano Adriano González León en ocasión de visitar la ciudad de México y encontrar un letrero francamente metafísico: "Materialistas: prohibido estacionarse en lo absoluto". Comenta Villoro que  
 
El autor de País portátil ignoraba que había llegado a un sitio donde el materialismo no es una corriente filosófica, sino un trabajo de carga y descarga. La mención al absoluto indicaba que los camiones no debían estacionarse ni un ratito. Pues bien: aquel letrero era una profecía. Los materialistas se han estacionado en lo absoluto.
 
Los letreros más zafados llegaron a herir la delicada sensibilidad de algunas autoridades: comenta Héctor de Mauleón que en 1952 Ernesto P. Uruchurtu, regente del Departamento del Distrito Federal, prohibió la existencia de letreros en la defensa de los camiones. Dudo que la medida haya tenido mayor efecto.
 
Pero no vaya a creerse que los poetas de letrero solamente se dan entre camioneros; durante mucho tiempo en los locales de baile de salón no faltó el siguiente: “Se suplica a los caballeros no tirar sus colillas en el suelo porque las señoritas se queman los pies”. También conviene evocar el de la puerta de una cantina: “Se reciben clientes en conveniente estado de ebriedad.”
 
Por otra parte, hay anuncios que fueron hechos a medida para destinatarios identificados. Tal es el caso que comenta Víctor Roura acerca de lo acaecido al jefe de redacción de un periódico, mismo que solía trabajar bajo los efectos del alcohol. Fue así que cierto día en la puerta del periódico de marras apareció el anuncio con la indirecta: “Prohibida la entrada a las personas en estado de ebriedad”. El destinatario, que siempre se las ingeniaba para introducir a su oficina la botella infaltable, se limitó a comentar: “Lo bueno es que yo no llego, sino salgo borracho del periódico, y ésa ya es otra cosa. En todo caso llegaría crudo, no en estado de embriaguez”. Pero la gerencia no se dio por vencida y colocó un nuevo letrero: “Se prohíbe el paso a toda aquélla persona que tenga los ojos entornasolados y acrisolados”. En esta oportunidad el jefe de redacción se limitó a comentar: “¿Ahora van contra los crudos también? Vaya. Hasta poetas salieron los de la administración”.
 
De lo anterior se desprende que los letreros que pretenden limitar ciertas conductas no deben dejar ningún resquicio de indefinición porque corren el riesgo de volverse inútiles. Tal el caso que comenta Octavio Aguilar de la Parra de la propietaria de un modesto hotel en la ciudad de Jalapa donde se hospedaba un grupo de jóvenes. Llegó a sus oídos que con cierta frecuencia algunos jóvenes ingresaban al hotel con compañeras ocasionales. El letrero no demoró en aparecer al pie de la escalera: “Estrictamente prohibida la entrada a mujeres de conducta dudosa”. Habían pasado unos días cuando los ruidos pusieron  a la señora en alerta: uno de los jóvenes ingresaba con una dama. Interpeló al joven preguntándole si no había visto el aviso, ante lo que el joven se limitó a contestar: “Sí, ya estoy enterado. Pero en este caso no hay duda, porque la señora es prostituta...”
 
No faltan los letreros enigmáticos, misteriosos, que por sí solos podrían dar lugar a una novela. Guillermo Sheridan relata uno de estos casos
 
Un letrero curioso visto la otra tarde en el centro de esta excéntrica ciudad del Saltillo, donde me hallo temporalmente, me provocó las a continuación nebulosas reflexiones. El letrero decía simplemente, Remato todo menos la lámpara de enmedio. Estaba colocado en el aparador de una tienda del ramo de regalos y aceites para motor.
Una vez dentro pude certificar que, en efecto, había tres lámparas en el techo del negocio y una de ellas estaba en medio de las otras dos. El resto de la tienda eran aparadores y vitrinas llenas de porcelanas bucólicas, abanicos sedosos, libretitas que dicen «Amor es ... tu presencia en la tarde», aretes y dijes y varias decenas de litros de aceite Esso.
El letrero me hizo recordar de inmediato el viejo concepto de la grandeza en el infortunio y es que si todo se remataba ¿por qué la lámpara de enmedio contradecía con su excepción la contundencia de ese todo? Y no sólo eso ¿por qué, si el género lámparas, por excepcional, escapaba de esa quiebra, sólo la de enmedio, en desdoro de las otras, exigía para sí otro destino? (...)
Yo veía la lámpara, idéntica a las otras dos y calculaba una quiebra o una muerte familiar. De cualquier modo, la preservación tan enfática de la lámpara central me parecía un gesto diseñado para preservar, dentro del cataclismo del remate, una suerte de ambigua dignidad final. No es lo mismo rematar todo lo que queda de una aventura comercial que rematarlo todo menos la lámpara de enmedio.
De cualquier modo, quizá sin saberlo, quien redactó el ominoso cartel ejerció un impecable acto de grandeza en el infortunio: la manera más esquiva y rara de la preservación de la dignidad en tiempos en los que la escasez de grandeza sólo se equilibra con el exceso de infortunio.
 
Otro rubro que es posible identificar es el de aquellos anuncios que, cuando menos, se puede catalogar como penosos. Un ejemplo de ello se presentaba hasta hace poco en algunas zonas de Cancún (desconozco si continúa sucediendo). Entre playas de buen tamaño utilizadas en forma exclusiva por clientes de los hoteles situados a pocos metros de la costa, de vez en cuando aparecen estrechas entradas con un anuncio que dice algo así como: “El gobierno pone a su disposición esta entrada a la playa. ¡Cuide el ambiente!”. Pequeñas veredas de ingreso a la playa, entre generosos espacios asignados a la propiedad privada.
 
 
Por su parte, Fernando Montes de Oca Sicilia refiere la existencia de un letrero inaudito, por no decir burlón.
 
Resulta que, durante unas vacaciones de verano, nos fuimos un amigo y yo a explorar el estado de Chiapas. Durante el viaje de dos semanas recorrimos los lugares más recónditos y las carreteras más desoladas. Un día pasábamos por un trayecto de carretera que acababan de construir y que iba de Villahermosa a Palenque y, conforme íbamos avanzando, empezamos a preocuparnos porque no había ni un alma y ningún señalamiento que nos indicara cuántos kilómetros faltaban ni qué camino tomar cuando había una bifurcación.
Pasó casi una hora. Mi amigo iba manejando y, de repente, yo a lo lejos vislumbré una señal:
-¡Allí hay una! –grité-. Ojalá nos diga cuánto falta.
Seguimos avanzando y, cuando por fin nos acercamos, el letrero decía:
No maltrate las señales.
 
Verónica Murguía enriquece la colección de letreros que merecen ser citados, con dos verdaderas piezas de antología.
 
Mi marido descubrió un día un camión en cuya portezuela se leía: transporta muebles y sus derivados. Nos proporcionó horas de diversión: ¿es el calcetín un derivado del bote de la ropa sucia? ¿La silla un derivado de la mesa?
Hace años vi este ejemplo de publicidad de bajo presupuesto: en el parabrisas de un pesero que iba a la colonia Preconcreto, el entusiasta chofer escribió: ¡visite preconcreto!
 
Y claro está que en el tema que nos ocupa, no pueden faltar algunas notas de Joaquín Antonio Peñalosa
 
El curioso puede leer en un bar del puerto de Tampico, que mira al cementerio: Aquí se está mejor que enfrente. Y el changarro de Tacubaya: Tacos Taste. (…) Y el establecimiento aquél: Panadería de Pan, porque no alcanzó para más el frente y a la vuelta se completó: Filo (panadería de Pánfilo).Y el cementerio de Ojuelos, Jalisco -porque el cementerio es una tienda que expende tierra, huecos de tierra: Pasajero, aquí te espero.
                                                             
Para el caso de Guadalajara, Carlos Martínez Vázquez recuerda que la ruta 43 de camiones anunciaba: ISSSTE – Centro Médico – Panteón. Es de esperar que dicho recorrido no fuera profecía de la evolución en el estado de salud de los pacientes... 
 
También están aquellos anuncios que han sido multicitados y de los que no falta quien atestigüe su dudosa veracidad: “Se pintan casas a domicilio“ o “No hay agua, pida una cubeta. Si no sabe leer, pida informes”.
 


Dejé para el final una verdadera joya del género que nos ocupa y que encontré hace unos cuantos años en un periódico de circulación nacional. La nota enviada por el corresponsal -de quien lamentablemente no retuve su nombre- presentaba una crónica desde Santa Ana Maya, población del estado de Michoacán. La pobreza del lugar quedaba de manifiesto en que, de acuerdo a lo publicado, la cárcel no tenía puerta por lo que los presos eran retenidos con unas ramas de espino y un letrero que advertía: “Chingue a su madre el que se salga”.

 

Ya no tuve información de cómo respondieron los presos al difícil dilema en que se encontraban: atentar contra la honorabilidad de sus respectivas jefas o reencontrarse con la libertad de la que estaban privados.
 
 

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