Para hacer posible la convivencia toda
sociedad requiere la existencia de un cuerpo normativo adecuado. Y aún
reconociendo que en este ámbito hay mucho por hacer, por falta de leyes -según
lo reseña Sara Sefchovich- por falta no va a ser la cosa.
Además de crear instituciones y oficinas
de todo tipo y de favorecer el crecimiento de la burocracia, lo que más se hace
en México son leyes. Existe entre nosotros la convicción, heredada de la era
colonial con sus costumbres españolas y de los liberales decimonónicos con sus
ideas francesas, de que ésa es la manera de hacer que las cosas funcionen. Ya
en el siglo XVI el fraile Diego de Durán escribió: "¿En qué tierra del
mundo hubo tantas ordenanzas de república, ni leyes tan justas ni tan bien
ordenadas, como los indios tuvieron en esta tierra?" Por eso durante todo
el siglo XIX y hasta el día de hoy, nuestros Congresos se dedican con fruición
a ello.
Y entonces resulta que hay leyes para
todo lo imaginable: para garantizar el derecho de los mexicanos a la salud, la
educación, la alimentación, el trabajo, ¡hasta para garantizar el derecho a la
cultura! Leyes para todo lo que se pueda concebir y desear: que por la
responsabilidad social de las empresas, que para el apoyo a los pequeños y
medianos productores y comerciantes, que para proteger a los trabajadores, que
para erradicar la violencia intrafamiliar, que contra la pornografía infantil,
que contra las adicciones, que en favor de los derechos de los niños y de los
adolescentes, que contra la delincuencia organizada, que para defender a los
animales, que para cuidar el medio ambiente o los bienes nacionales o la
seguridad. Y por supuesto, también leyes para enfrentar situaciones novedosas:
¿que aparece una guerrilla en Chiapas? Se crea una Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna , ¿que el
terrorismo amenaza al país? Se crea una ley que prohíbe "el
financiamiento, la planeación y la comisión de actos violentos de grupos
extremistas en el territorio".
Pero este trabajo realizado por el poder
legislativo -respondiendo a las obligaciones que le atribuye la división
clásica republicana- es desdeñado por el cancionero popular que, cuando la
fiesta se pone buena, reivindica la monarquía. Guillermo Sheridan alude a ello
(…) esa canción definitoria que se llama
El rey. (…) una digresión sobre
teoría económica (“con dinero y sin dinero”) y una magra reflexión sobre el
problema del voluntarismo moderno (“hago siempre lo que quiero”). Ahí, de
pronto, aparece la frase iluminadora:
“…y mi palabra es la leeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeey!”
“…y mi palabra es la leeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeey!”
(…) “Mi palabra es la ley.” He ahí la
clave de los problemas nacionales. ¿Cómo que “mi palabra es la ley”? ¿Qué no se
supondría que nuestra palabra es la
ley? ¿Cómo puede ser que alguien pueda cantar así, públicamente, tal aberración
moral, no sólo sin ser amonestado sino hasta siendo aplaudido? ¿Cómo podía ser
que los testigos, lejos de censurarlo y llamarlo a enmienda, manifestaran su
acuerdo con estruendosos ayayays?
“¡Mi palabra es la ley!” La cabal
síntesis de la dictadura. Todo se entiende: éste rellena ánforas porque mi palabra es la ley; a aquel lo
maté porque mi palabra es la ley;
éste va en sentido contrario, no da recibos, no hace cola, tiene tres esposas
(golpeadas), toca el claxon a las tres de la mañana porque mi palabra es la ley; ese otro prohíbe minifaldas y acosa
gays porque mi palabra es la ley;
éste cierra la calle porque mi palabra es
la ley; el de más allá roba dinero del erario porque mi palabra es la ley, etcétera.
Claro está que las responsabilidades en
relación a ello no son parejas porque depende del ámbito de poder que ejerce
cada quien.
Resulta obvio entonces que la existencia
de normatividad no conduce necesariamente a su debida observancia, de tal
manera que en todos lados existe una distancia considerable entre lo que
establece la norma y lo que sucede habitualmente. En nuestra realidad -y desde
tiempos de la Colonia
es sabida la forma de que “se acata pero no se cumple”- la distancia entre
norma y realidad suele ser escandalosa; al respecto, señala Sefchovich
Total, crear leyes es fácil, al fin que
lo de menos es lograr que se cumplan.
Quizá por eso con todo y el derecho
inalienable al trabajo, hay millones de desempleados y con todo y el derecho a
la alimentación, a la salud y a la educación, millones de ciudadanos no tienen
acceso a nada de eso y con todo y la responsabilidad que tienen las empresas
para mejorar la calidad de vida de sus trabajadores, éstos siguen ganando
salarios miserables, no cuentan con prestaciones y tienen horarios de trabajo
de verdadera explotación y con todo y Ley de Protección a los Animales,
montones de perros cuelgan vivos de pechas en restoranes chinos que consideran
que entre más sufren esas criaturas más afrodisiaca es su carne y ni qué decir
del maltrato brutal que se les da en las perreras, pomposamente llamadas
Centros de Control Canino y con todo y la ley que prohíbe el terrorismo vuelan
instalaciones de Petróleos Mexicanos y con todo y la nueva y flamante Ley
General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia hay millones de
esposas maltratadas a las que nadie defiende.
En teoría, y todo parece indicar que
solo en teoría, la ley debe ser cumplida por todos y su violación implica
sanciones que aplican sin excepciones. Muy otra –nuevamente recurriendo a
Sefchovich- es la realidad. “Pero, por extraño que parezca, en México no es
así, las leyes ni son obligatorias ni son parejas para todo mundo. No son
obligatorias porque aquí la consigna es la de Benito Juárez: con los amigos la
benevolencia, con los enemigos la ley. Y no son parejas porque dependiendo el
tamaño del sapo, así es su aplicación.”
Existe –y por supuesto que ello no
sucede exclusivamente en México, lo que no le quita gravedad al tema- una
formación antidemocrática desde las primeras etapas de la vida (en otra ocasión
ya nos hemos referido a ello http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/04/los-juegos-de-la-democracia.html)
Así no es de extrañar que con el paso del
tiempo, la justicia asimétrica, las prebendas del compadrazgo y los resultados
del lobby sean vistos como acciones naturales.
No es cosa fácil someterse
voluntariamente a las condiciones de paridad que exige la vida democrática. Con
frecuencia para nosotros aplicamos criterios más laxos que permiten comportamientos
de excepción que cuando los vemos en otros
no dudamos en censurar. No son pocos quienes evaden impuestos pero al
mismo tiempo quisieran que los otros los paguen; aquellos que incumplen normas
de circulación vehicular que esperan que los demás observen; los que tiran
basura en la calle pero desean vivir en una ciudad limpia.
Los resultados están a la vista.
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