Los datos que resultan de las encuestas
sobre el hábito de la lectura, están lejos de ser alentadores dado que son
muchas las personas que no leen. Pero ahora no nos referiremos a ellos sino a
quienes leen sin leer, que existen aunque usted no lo crea.
Por una parte están aquellos que
prefieren los libros platicados; Renato Leduc presenta un ejemplo de ello: “El
matador de toros Manolo Martínez confiesa que le fastidia leer libros, que le
gusta más que se los platiquen.”
Otra variante está dada por algunos
cursos de lectura veloz, excesivamente veloz, a los que alude Woody Allen.
(…) este
curso aumentará la velocidad de lectura un poco más cada día (…); el estudiante
deberá leer Los hermanos Karamázóv en
quince minutos. El método se basa en echar un vistazo a la página y eliminar
del campo visual todo menos los pronombres. Pronto se eliminan también los
pronombres.
En esta misma línea, Woody Allen presume
logros: “Hice un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme ‘Guerra y paz’
en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia.”
Contra lo que podría suponerse la no
lectura también es habitual -vaya paradoja- en personas muy leídas; Gabriel Zaid
ilustra el punto
Un excelente editor holandés, Carlos
Lohlé, me contó alguna vez cómo ascendió, de alto ejecutivo de una editorial
europea a editor marginal en Buenos Aires. La trasnacional se metió en
problemas publicando un libro que traía barbaridades imperdonables. Se hizo una
investigación a fondo en todos los departamentos, y resultó que nadie lo había
leído.
"¿Cómo podemos publicar libros que
no leemos? Porque no estamos organizados para leer, sino para alcanzar metas de
crecimiento, producción, ventas, rentabilidad. Si yo leyera personalmente todos
los libros que publico, ¿cuántos podría publicar? Poquísimos, porque tengo que
leer diez para publicar uno; y, si no tengo tiempo de leer más que dos o tres
por semana, no puedo publicar más que uno al mes."
Admirablemente, Lohlé aceptó sus
conclusiones y renunció, para poner una editorial donde pudiera responder de
cada libro (…)
Por otra parte en algún momento difícil
de precisar, se difundió el acto de leer sin leer lo que dio lugar a una joya
de la jerga educativa: el concepto de lectura de comprensión.
Y finalmente está quien se reconoce como
lector aun cuando admite no hacerlo personalmente; el mismo Gabriel Zaid da
testimonio de ello
(…) Una notable (porque revela cómo el
mundo académico se ha vuelto burocrático, y tiende a modelarse en la figura del
ejecutivo, no del lector) empieza con la extrañeza de un director de tesis ante
cierta afirmación: ¿Cómo puede usted decir tal cosa, si su bibliografía incluye
tal libro? ¿Lo ha leído realmente? Breve respuesta ejecutiva: No personalmente.
Sin comentario.
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