jueves, 25 de febrero de 2016

Leer sin leer


Los datos que resultan de las encuestas sobre el hábito de la lectura, están lejos de ser alentadores dado que son muchas las personas que no leen. Pero ahora no nos referiremos a ellos sino a quienes leen sin leer, que existen aunque usted no lo crea.


Por una parte están aquellos que prefieren los libros platicados; Renato Leduc presenta un ejemplo de ello: “El matador de toros Manolo Martínez confiesa que le fastidia leer libros, que le gusta más que se los platiquen.”
                                                                            

Otra variante está dada por algunos cursos de lectura veloz, excesivamente veloz, a los que alude Woody Allen.


(…) este curso aumentará la velocidad de lectura un poco más cada día (…); el estudiante deberá leer Los hermanos Karamázóv en quince minutos. El método se basa en echar un vistazo a la página y eliminar del campo visual todo menos los pronombres. Pronto se eliminan también los pronombres.


En esta misma línea, Woody Allen presume logros: “Hice un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme ‘Guerra y paz’ en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia.”


Contra lo que podría suponerse la no lectura también es habitual -vaya paradoja- en personas muy leídas; Gabriel Zaid ilustra el punto


Un excelente editor holandés, Carlos Lohlé, me contó alguna vez cómo ascendió, de alto ejecutivo de una editorial europea a editor marginal en Buenos Aires. La trasnacional se metió en problemas publicando un libro que traía barbaridades imperdonables. Se hizo una investigación a fondo en todos los departamentos, y resultó que nadie lo había leído.
"¿Cómo podemos publicar libros que no leemos? Porque no estamos organizados para leer, sino para alcanzar metas de crecimiento, producción, ventas, rentabilidad. Si yo leyera personalmente todos los libros que publico, ¿cuántos podría publicar? Poquísimos, porque tengo que leer diez para publicar uno; y, si no tengo tiempo de leer más que dos o tres por semana, no puedo publicar más que uno al mes."
Admirablemente, Lohlé aceptó sus conclusiones y renunció, para poner una editorial donde pudiera responder de cada libro (…)


Por otra parte en algún momento difícil de precisar, se difundió el acto de leer sin leer lo que dio lugar a una joya de la jerga educativa: el concepto de lectura de comprensión.

Y finalmente está quien se reconoce como lector aun cuando admite no hacerlo personalmente; el mismo Gabriel Zaid da testimonio de ello


(…) Una notable (porque revela cómo el mundo académico se ha vuelto burocrático, y tiende a modelarse en la figura del ejecutivo, no del lector) empieza con la extrañeza de un director de tesis ante cierta afirmación: ¿Cómo puede usted decir tal cosa, si su bibliografía incluye tal libro? ¿Lo ha leído realmente? Breve respuesta ejecutiva: No personalmente.


Sin comentario.

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