En
México existe un grupo bastante numeroso de bibliófilos
de pura sangre, como les llamaba don Andrés Henestrosa quien fuera uno de
sus exponentes más connotados. En ocasiones esta afición se trasmite de padres
a hijos y en otros casos se adquiere sin que existan antecedentes familiares.
Así como el cantinero suele ser
buen bebedor, el dueño de restaurante un sibarita de nota, el librero de viejo
por lo general es un gran conocedor del oficio que desempeña y en ocasiones no
quiere desprenderse de un libro que no sabía que tenía en oferta. Ha sucedido
que cuando un cliente encuentra esa obra, el librero se resiste argumentando
que ya estaba apartada o poniéndole un precio disparatado; así la librería de
viejo se vuelve escenario del enfrentamiento entre dos pesos pesados que anhelan
quedarse con esa joya bibliográfica. Hay que tener en cuenta que el negocio del librero de viejo –como afirma Jorge
Vega Veguita, citado por Toño Angulo
Danieri- se ubica entre la ignorancia de algunos y el afán de saber de otros.
Los
buscadores de libros experimentan alegrías difícilmente entendibles para los
profanos, como acontece al encontrar un libro tras el que se deambuló por
innumerables librerías de viejo durante mucho tiempo. La emoción al hallarlo y
adquirirlo es desbordante en el bibliófilo extrovertido que no para de comentar
con quien se le cruce, tan feliz acontecimiento. Mientras que aquél que es más
inhibido, por el contrario, llevará el libro a su casa con el mayor sigilo y
allí, en la intimidad, acariciará su anhelada conquista. Hay quien dice que en
los instantes previos el bibliófilo intuye que el texto buscado está próximo a
aparecer.
Así
como en ciertas calles del centro histórico de la ciudad de México se concentra
la oferta de productos de electrónica, en Donceles están las librerías a las
que llegan en peregrinación buscadores de ediciones únicas, coleccionistas que
procuran hacerse de cierta obra inencontrable, del título que falta para tener
la obra completa del autor admirado, o bien de un libro que por razones
diversas adquiere un valor muy especial. Asimismo los buscadores de libros
usados orientan sus pasos hacia la Lagunilla a sabiendas que no siempre los encontrarán
a precios de ganga. En relación a ello comenta Angélica Jiménez Robles que
Efraín Huerta decía que durante mucho tiempo era posible conseguir verdaderas
joyas bibliográficas a precios muy accesibles. Pero aquello llegó a su final tal
como afirma el mismo Huerta “pero a las calles de Paraguay
llegaron los bibliógrafos y comenzaron a enseñar a los libreros qué cosas
valían la pena, y ya por 1945 fue imposible conseguir nada que valiera, como no
fuera a precio de oro”.
Por
otra parte, Germán Dehesa describe el emocionado reencuentro que tuvo con un
libro que pensó perdido para siempre.
Como decía un
amigo mío: los libros de texto, los detexto. Creo que con esto (con exto) queda suficientemente explicado por qué, en
mi vasta biblioteca, casi no hay libros de texto. Además, por aquellos años, mi
familia iba en rápido tránsito de la clase media rumbo al sector popular. No
había dinero y había que allegárselo por cualquier medio decente (o medio
decente). Uno de estos medios era la reventa de mis libros de texto. Los vendía
o los cambalacheaba sin que me temblara el alma. Hubo un caso excepcional: mi
libro de gramática de quinto de primaria. Con ese libro sí me encariñé por dos
razones: el maestro Camacho era excelente y nos enseñó a entender y a disfrutar
los mecanismos de nuestro idioma; se trataba, además, de un libro bien escrito
y bien hecho. Igual tuve que venderlo ya no me acuerdo ni por cuánto, ni a
quién. Treinta y seis años después y justamente cuando cumplo un año de mi muy
espectacular y publicitada operación de corazón, recibo el telefonema de un
querido amigo hijo de mi siempre recordada doctora Berruecos (la que me enseñó
a hablar). Mi amigo me cuenta que el domingo pasado estuvo en la Lagunilla buscando
chácharas. En un puesto de libros viejos se topó precisamente con mi libro de
gramática de quinto año. Todavía tiene la etiqueta con mi nombre de puño y
letra de mi madre. Ahí está. Ya regresó. Yo no sé por cuántas manos habrá
pasado antes de llegar a las mías. Yo agradezco a la vida (y a mi amigo) está
dádiva. Ya tengo libro de gramática. Lo voy a leer con ahínco. Ustedes van a
notar la rápida mejoría de mi redacción. Me da un poco de pena decirlo, pero estoy
feliz.
Claro está que en una buena biblioteca
personal siempre habrá más libros que tiempo de leerlos por lo que llegado el
momento de elegir, la opción será difícil; Rafael Solana da su testimonio al
respecto
(…) y las noches que nos parecerán
todavía más largas; repaso con amorosa mirada mi biblioteca de quince mil
ejemplares la mayor parte ya leídos: ¿optaré por descorchar algunos que todavía
no despertaron mi curiosidad? ¿Me queda por allí alguna obra que siempre he
querido leer, y nunca he tenido tiempo? Prefiero iniciar ya, tenía que ser
algún día ese repaso; esa segunda vuelta es como la despedida de mis autores
favoritos, cincuenta años estuve escogiendo quienes son: ¿cuántos me quedan
para darle esta segunda y final saboreada? Sin duda menos de los que serían
necesarios para despedirme de todos esos maestros y amigos.
Se
presentan ocasiones en que a la muerte del bibliófilo sus herederos no valoran
la biblioteca que reunió con tanto esfuerzo a lo largo de su vida. Esta es una
pesadilla recurrente en quienes cultivan el oficio y Andrés Henestrosa comenta
una experiencia relacionada con ello.
Hace un mes
escasamente murió un viejo coleccionador de libros, un bibliófilo de pura
sangre. Medio siglo, y más, lo encontré en librerías y en las excursiones
bibliográficas de los domingos en La Lagunilla. Rica , selecta la biblioteca que formó.
Amaba los libros en su doble condición, la física y la espiritual, si puede
decirse así. Los amaba y conocía en todas sus dimensiones. Las bellas
encuadernaciones; las obras dedicadas; las que pertenecieron a escritores y
personajes famosos; esa su debilidad y preferencias. Cuando una obra que ahora
vale cien y entonces uno; cuando con diez de entonces se adquiría lo que ahora
no se puede con mil, mi amigo inició la formación de una biblioteca que llegó a
ser una de las más ricas de particulares.
Pues bien: el
domingo pasado ya andaban en La
Lagunilla algunos de los títulos que la integraban. Pobre de
ti, amigo, a quien no nombro. ¿Cuántos como tú, como la biblioteca que
formaste, no van a correr la misma suerte? De sólo pensarlo tiemblo.
Y es que para Andrés Henestrosa: “Los
libros constituyen la compañía más grata, los amigos más constantes y
generosos. A cambio de eso reclaman un trato frecuente, delicado, comedido.”
Cabe aclarar que en su caso la historia tuvo buen final dado que al poco tiempo
de su fallecimiento se inauguró la biblioteca Andrés Henestrosa, con todo el
acervo que había logrado reunir, en una hermosa casa de la calle Porfirio Díaz
en la ciudad de Oaxaca.
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