Muchos de sus aforismos así como las
anécdotas que, cuidando el anonimato de sus protagonistas, narraba Chamfort han
llevado muy bien el paso del tiempo, de tal forma que siguen teniendo mucho que
decir en el presente. Leonardo Rodríguez, en el prólogo de Chamfort. Caracteres y anécdotas. Diálogos filosóficos
(Madrid, B. Rodríguez Serra Editor, 1901), presenta un perfil del citado
personaje.
Sebastián Roch Nicolás nació en un
pueblecillo próximo a Clermont en el año 1741, y usó desde el principio de su
vida literaria el nombre de Chamfort, por el cual le conoce la posteridad.
Su agudo ingenio y su extraordinaria
aptitud para relatar en cuatro o cinco renglones la más escabrosa anécdota o
pintar el carácter más difícil, le valieron justa celebridad y muchos enemigos
durante la época en que brilló su talento. (…)
Aquella revolución que educaba a un
pueblo religioso y monárquico llevándolo al ideal de suprimir los derechos
feudales, derribar la monarquía y desamortizar los bienes del clero,
proclamando ideas redentoras para una sociedad oprimida, tuvo un apoyo resuelto
en los escritores de la época, y Chamfort contribuye a ella pintando la
degradación del cortesano y del sacerdote palaciego y la inmoralidad del rey
(…)
La tendencia moralizadora de Chamfort se
manifiesta en sus escritos, los cuales, aunque en estilo festivo casi siempre,
recuerdan muchas veces y algunos acaso copian, disfrazándolos, pensamientos de
Pascal y máximas de La Rochefoucauld.
Una pequeña muestra de la
facilidad que tenía para exponer en pocas palabras sus puntos de vista está
dada por los siguientes aforismos
La ambición ataca más fácilmente las almas pequeñas que las grandes,
como el fuego prende más rápidamente en la paja y las chozas que en los
palacios.
Cuando el abate de Saint-Pierre aprobaba alguna cosa, decía: “Eso está
bien, en mi opinión actual.” Nada pinta mejor la variedad de los juicios
humanos y la movilidad del juicio de cada hombre.
Entre las muchas anécdotas
que reunió, y en las que presentaba rasgos de la sociedad de su época,
encontramos
D…, misántropo muy gracioso, me decía a propósito de la maldad humana:
“Sólo la inutilidad del primer diluvio es lo que impide que nos envíen otro.”
M… decía que la desventaja de estar por debajo de los príncipes se
hallaba compensada excesivamente con la ventaja de encontrarse alejado de
ellos.
M… decía a su regreso de Alemania: “Para nada hubiera servido menos que
para ser alemán.”
M… decía acerca de las faltas de régimen que comete sin cesar, de los
placeres que se permite y le impiden recobrar la salud: “Sin mí, me encontraría
muy bien de salud.”
Sus puntos de vista en relación al
matrimonio y a la paternidad seguramente fueron motivo de controversia
M. de L… decía que debiera aplicarse al matrimonio la legislación
relativa a las casas, que se arriendan por tres, seis o nueve años, con derecho
a comprar la casa si conviene.
Preguntaban a M… por qué la Naturaleza había hecho el amor independiente
de la razón: “Es –dijo- porque la Naturaleza sólo cuida del mantenimiento de la
especie, y para perpetuarla no tiene que servirse de nuestra tontería. (…) De
consultar con la razón solamente, ¿qué hombre querría ser padre y atraerse
tantas preocupaciones en el porvenir? ¿Qué mujer, por la epilepsia de unos
minutos, pasaría una enfermedad que dura un año? La Naturaleza, robándonos a la
razón, afirma mejor su imperio (…)
Debido a los acontecimientos adversos
que debió enfrentar, hizo varios intentos de poner fin a su vida sin lograr en
lo inmediato su propósito; Edgardo Cozarinsky da cuenta de ello
El 15 de noviembre de 1793, el gendarme
que vigila el arresto domiciliario de Chamfort en su departamento de la
Bibliothèque Nationale le comunica que deberá volver a la prisión. El hombre de
letras, aristócrata para el Terror y revolucionario para la aristocracia, sabe
que un colega ansioso por ocupar su posición no ha escatimado denuncias
anónimas ni perfidias verbales ante el Comité de Salud Pública. Finge
prepararse, ordena que hagan su equipaje, se encierra y se dispara un tiro en
la sien. Pero la bala se desvía y le atraviesa el ojo derecho. Toma entonces
una navaja y se corta la garganta, pero la sangre hace que la hoja se deslice.
Furioso, toma una segunda navaja y se hace tajos en el pecho, en los muslos, en
las pantorrillas, cuidando de hundirla bien en las heridas.
Una persona de servicio advierte sangre
en el piso, que fluye bajo la puerta cerrada, y pide auxilio; otras personas
acuden e intentan sin éxito forzar la cerradura hasta que Chamfort,
ensangrentado y tuerto, abre desde adentro para pedir un poco de silencio antes
de caer desmayado. El gendarme llama a un médico, que reanima al suicida para
preguntarle su nombre y las razones de su gesto; respuesta: “No quiero volver a
un lugar donde debo hacer mis necesidades delante de un público numeroso”.
Entre los curiosos reunidos, otro bibliotecario, un tal Lefebvre de
Villebrunne, se queja: “Monsieur de Chamfort no debe de haber leído mi opúsculo
contra el suicidio, donde demuestro…”.
Con veintidós heridas, el tabique nasal
destrozado, la laringe perforada y una bala inhallable en el cráneo, Chamfort
sobrevivió hasta el 13 de abril de 1794.
Y es que en su
opinión “En Francia
amenazamos al hombre que da la señal de alarma y dejamos en paz al que prendió
el fuego”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario