Muchos son los estragos, ¡qué
duda cabe!, que produce el consumo excesivo de alcohol y muchas son las
campañas que procuran reducir o eliminar su consumo. Ante ello los bebedores
habituales procuran defenderse. Y no es cosa de ahora; Cátulo, citado por Luis
Ignacio Helguera, enunciaba los motivos para tomar la copa: “Cinco son las razones para beber: la visita de un
huésped, la sed presente, la sed futura, la excelencia del vino y cualquier
otra razón.”
Y Luis Ignacio Helguera cita a quien consideraba un
verdadero maestro en el tema: Tito Matamala.
(…) el Manual
del buen bebedor de Tito Matamala (Planeta, 1999) (…) No cabe duda: es uno
de los mejores libros que hacen literatura con el alcohol y alcohol con la
literatura.
(…) traza Matamala una amplia galería de tipos de
borrachos, “guerreros del descorche”, de los que sólo destacaré aquí a unos
cuantos. Está “el bebedor medicinal”, que ofrece recetas de tragos para cada
dolor, pena o molestia (“¿te derrumbas por la ausencia de ella? Pero mi viejo, eso
se arregla con unos cortitos de vodka, servidos en vasos grandes, con dos
hielos y una torreja de limón. Es infalible”); “el bebedor otro”, “un águila
escondida en un cuerpo de cervantillo” que espera la copa detonadora para ser otro (“síndrome de Buenos Aires”); “el
bebedor pálido”, el que de pronto se queda como momia y “no recuerda en qué bar
estuvo anoche”; “el bebedor rendidor”, “el que desea pasar inadvertido, aunque
podemos creer que su meta es que la vida le pase inadvertida”; “el temerario”, “para
allá vamos, en el minuto en que un médico entrometido nos intente prohibir lo
que no se prohíbe (…) Si se le ha dicho que debe bajar a menos de una copa su
consumo diario de alcohol, entonces le da por beber más de una o dos botellas
(…) porque –a esas alturas de la contienda- ya sería una deslealtad mayor
abandonar al más fiel de todos los amigos”; “el bebedor cuentero”, el que
deleita con su invención fabuladora conforme se le llena su copa; “el bebedor
lúcido”, el que alcanza, entre botella y botella, “un estado de mayor lucidez,
ve con claridad el orden de su existencia y el secreto de las cosas”, antes de
convertirse en un bulto más; “el bebedor bolsero” el que anda a la caza de
cocteles literarios y afines; “el bebedor especializado”, el que aguanta en la
carrera de beber mientras no le cambien su caballo de carreras; “el bebedor
tiro corto”; “el bebedor tiro mediano”; “el bebedor tiro largo”, majestuoso,
que “suele ser de movimientos largos, como oso satisfecho”, “ajeno a los
altercados y conflictos que derivan del alcohol. El Largo lo ha conseguido todo
en la ida y ya no tiene ambición ni prisa”: “el bebedor Inmortal”, un ejemplar
casi único, el que bebe de todo, todo el tiempo sin bullicio ni mella ni
pullas.
Otro defensor de las virtudes
del alcohol fue Ambrose Bierce quien afirma en su famoso diccionario.
Beber. (…) El individuo que se da a la bebida es mal
visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el
poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios
mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien
mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a
doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria.
¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al moderado
español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos asolaron
las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto
conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado
pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.
Y para concluir nuevamente
recurrimos a Tito Matamala, siempre citado por Luis Ignacio Helguera.
También recomienda [Tito] Matemala la existencia de
“un amigo solvente”, es decir, de alguien que en las malas nos pueda financiar
generosamente el “bebestible”. Entrevera sus recomendaciones con varios relatos
magníficos, regocijantes. Por ejemplo, el de Don Hernán, cuya casa estaba
provista de botellas, copas y descorchadores hasta en los baños: “Nunca se sabe
en qué lugar de la casa te puedes quedar encerrado –se justificaba el
anfitrión.” “Salud por los bebedores con sweaters
ordinarios” –brindó Arturo Prat, y Matamala y Don Hernán miraron sus sweaters, tras lo cual Prat aclaró que
había dicho: “Salud por los bebedores consuetudinarios.”
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