martes, 10 de mayo de 2016

Médicos de ayer y hoy


Ya otras ocasiones nos hemos referido al prestigio de los médicos (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/10/el-prestigio-de-los-medicos.html) así como al uso y abuso de la jerga que les es propia (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/12/jerga-medica.html).  En relación a esto último cabe aclarar que el tema tiene su historia tal como queda de manifiesto en el artículo que Ángel de Campo publicaba en El Universal el 26 de junio de 1896

(…) los médicos que para engañar bobos van a los nombres raros y le dan a usted puras raíces griegas cuando más provecho haría la raíz de contrayerba, por ejemplo, que se me pudrirá en la rebotica porque se revientan de fríos pero no se lo compran a usted y prefieren gastar en Vino de Triglicina Dializada de Hoffenbatünger o Elíxir Térmico de Cleveland y Ohio...

Y así como actualmente se sospecha de los vínculos tan estrechos que mantienen algunos doctores con empresas de la industria farmacéutica que premian a los galenos con diversos obsequios como costosos viajes al exterior (lo que obliga a preguntarse ¿a cambio de qué?), antes la sospecha estaba en la relación que mantenían con los boticarios; continúa Ángel de Campo en el artículo mencionado

Ahora estos señores médicos han perdido la vergüen­za: ¡hombre, se venden a los boticarios! ¡Van a medias con ellos, y recetan lo que más caro cuesta para soplarse un tanto por ciento mayor! Ése es un abuso, eso es care­cer de dignidad profesional, eso es faltar a la moral médi­ca, eso es prostituir el arte.

Al mismo tiempo es importante reconocer la existencia (tanto ayer como hoy) de muchos médicos que, sin renunciar a tener ingresos decorosos, han dado  muestra de un gran compromiso en su ejercicio profesional. También es de reconocer el esfuerzo que conlleva completar los estudios en esta carrera tan demandante.

Párrafo aparte merece Matilde Montoya quien logró graduarse teniendo que enfrentar múltiples obstáculos; Rosaura Hernández -citada por Refugio Bautista Zane- da cuenta de ello.

Matilde Montoya nació en la Ciudad de México en 1859. Quiso ser maestra, pero fue rechazada de la escuela normal por no tener la edad mínima requerida. Estudió de manera autodidacta, y en ocasiones tomaba clases con maestros particulares. De esta manera aprendió matemáticas, cirugía, latín y griego. En Cuernavaca (Morelos) ayudó a una mujer a dar a luz en un parto complicado. Quiso entrar al Hospital de San Andrés para aprender cirugía, pero los médicos la rechazaron porque consideraban indecente que una mujer viera el cuerpo desnudo de un hombre, aunque éste fuera el de un cadáver. Uno que otro médico le permitió la disección, siempre y cuando el cuerpo de la persona fuera cubierto con lienzos en ciertas partes. Si las clases exigían que el cuerpo estuviera desnudo, sus compañeros le avisaban para que no estuviera en la clase. Al retirarse todos del anfiteatro, Matilde se quedaba y ella sola hacía sus estudios de cirugía sin testigos. Recibió su título en 1887.

En un tema como el que nos ocupa no conviene dejar de lado el humor y un ejemplo de ello está dado por los epigramas de José F. Elizondo publicados en la década de los años treinta del siglo pasado.

                        Drama rápido y frecuente.
                        Sobre la plancha, el paciente.
                        A su vera, el cirujano
                        con el bisturí en la mano
                        y esta frase en el ambiente:
                        “Como el caso es muy urgente
                        hay que cortar por lo sano”.


                        A un doctor, que se llama Segura
                        confundí por error con un cura
                        de la calle de San Salvador.
                        Y hoy me ha dicho su primo Ventura
                        que fue grande y rotundo mi error,
                        pues su primo es doctor, y no cura.

Y claro está que los dichos populares no podían quedarse atrás: “Si se alivia el enfermo, ¡bendito San Alejo! y si se muere, ¡a qué médico tan pendejo!”

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