Ya
otras ocasiones nos hemos referido al prestigio de los médicos (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/10/el-prestigio-de-los-medicos.html)
así como al uso y abuso de la jerga que les es propia (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/12/jerga-medica.html).
En relación a esto último cabe aclarar
que el tema tiene su historia tal como queda de manifiesto en el artículo que
Ángel de Campo publicaba en El Universal
el 26 de junio de 1896
(…)
los médicos que para engañar bobos van a los nombres raros y le dan a usted
puras raíces griegas cuando más provecho haría la raíz de contrayerba, por
ejemplo, que se me pudrirá en la rebotica porque se revientan de fríos pero no
se lo compran a usted y prefieren gastar en Vino de Triglicina Dializada de Hoffenbatünger o Elíxir Térmico
de Cleveland y Ohio...
Y
así como actualmente se sospecha de los vínculos tan estrechos que mantienen
algunos doctores con empresas de la industria farmacéutica que premian a los
galenos con diversos obsequios como costosos viajes al exterior (lo que obliga
a preguntarse ¿a cambio de qué?), antes la sospecha estaba en la relación que
mantenían con los boticarios; continúa Ángel de Campo en el artículo mencionado
Ahora
estos señores médicos han perdido la vergüenza: ¡hombre, se venden a los
boticarios! ¡Van a medias con ellos, y recetan lo que más caro cuesta para
soplarse un tanto por ciento mayor! Ése es un abuso, eso es carecer de
dignidad profesional, eso es faltar a la moral médica, eso es prostituir el
arte.
Al mismo tiempo es
importante reconocer la existencia (tanto ayer como hoy) de muchos médicos que,
sin renunciar a tener ingresos decorosos, han dado muestra de un gran compromiso en su ejercicio
profesional. También es de reconocer el esfuerzo que conlleva completar los
estudios en esta carrera tan demandante.
Párrafo aparte
merece Matilde Montoya quien logró graduarse teniendo que enfrentar múltiples
obstáculos; Rosaura Hernández -citada por Refugio Bautista Zane- da cuenta de
ello.
Matilde Montoya nació en la Ciudad de México en 1859.
Quiso ser maestra, pero fue rechazada de la escuela normal por no tener la edad
mínima requerida. Estudió de manera autodidacta, y en ocasiones tomaba clases
con maestros particulares. De esta manera aprendió matemáticas, cirugía, latín
y griego. En Cuernavaca (Morelos) ayudó a una mujer a dar a luz en un parto
complicado. Quiso entrar al Hospital de San Andrés para aprender cirugía, pero
los médicos la rechazaron porque consideraban indecente que una mujer viera el
cuerpo desnudo de un hombre, aunque éste fuera el de un cadáver. Uno que otro
médico le permitió la disección, siempre y cuando el cuerpo de la persona fuera
cubierto con lienzos en ciertas partes. Si las clases exigían que el cuerpo
estuviera desnudo, sus compañeros le avisaban para que no estuviera en la
clase. Al retirarse todos del anfiteatro, Matilde se quedaba y ella sola hacía
sus estudios de cirugía sin testigos. Recibió su título en 1887.
En un tema como el que nos ocupa no
conviene dejar de lado el humor y un ejemplo de ello está dado por los
epigramas de José F. Elizondo publicados en la década de los años treinta del
siglo pasado.
Drama
rápido y frecuente.
Sobre
la plancha, el paciente.
A
su vera, el cirujano
con
el bisturí en la mano
y
esta frase en el ambiente:
“Como
el caso es muy urgente
hay que cortar por lo sano”.
A
un doctor, que se llama Segura
confundí
por error con un cura
de
la calle de San Salvador.
Y
hoy me ha dicho su primo Ventura
que
fue grande y rotundo mi error,
pues
su primo es doctor, y no cura.
Y claro está que los dichos populares no
podían quedarse atrás: “Si se alivia el enfermo, ¡bendito San Alejo! y si se
muere, ¡a qué médico tan pendejo!”
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