martes, 17 de mayo de 2016

Sergio Pitol: uno es el que va, otro el que vuelve


El escritor Sergio Pitol ha pasado muchos años –la mayor parte de ellos desempeñando funciones diplomáticas- fuera de México, viviendo en  diversos países. Su salida de México tuvo lugar en agosto de 1961 en circunstancias personalmente difíciles –lo que es habitual en quienes dejan su país- de las que él mismo da cuenta.

Trabajaba entonces, antes de mi primera salida, en la editorial Oasis, el trabajo era tediosísimo y el sueldo muy reducido; el director me había ofrecido una participación en las utilidades de una colección literaria cuyos títulos debía yo seleccionar, así como encargarme del cuidado de las ediciones. Habíamos contratado ya los derechos de traducción de Las olas de Virginia Woolf, cuya primera edición en español estaba agotada desde hacía muchos años, para iniciar nuestra colección literaria. Hacía muchos planes para darle a la editorial un toque moderno, pero los meses pasaban y mis proyectos eran siempre postergados por el director.

Su malestar no solo se originaba en el trabajo sino que también comprendía lo político así como una mirada crítica en relación al comportamiento acomodaticio de algunos colegas.

Profesionalmente comencé a sentirme asfixiado, mis experiencias políticas me habían producido una especie de intoxicación, no podía más, perdía el tiempo en interminables juntas, reuniones de comités, asambleas, especialmente por tener la íntima convicción de que aquello no podría servir para nada, de que los grupos que integraban la izquierda mexicana eran definitivamente ineficaces, que los medios que se utilizaban eran absurdos; por otra parte México se me había convertido ya para entonces en una especie de “ciudad sin Laura”; sentía una herida atrozmente viva, presta a excitarse ante la contemplación de ciertas calles por las que habíamos caminado, por la frecuentación de los mil cafés en que rompimos y volvimos a reanudar nuestras relaciones: la ciudad me parecía a veces un enorme campo de ruinas deshabitadas; aún más, como escritor frustrado me irritaba ver el pancismo de algunos de mis contemporáneos, su arribismo, su facilidad para trepar y la acogida que obras y posturas totalmente mediocres y falsas obtenían de parte de los círculos enterados.

Cuando el entorno de dentro se percibe adverso, la alternativa suele estar fuera y para ello hay que ponerse en movimiento. “Todo este estado de cosas me mantenía en muy malas condiciones morales, por lo que decidí retirarme de la editorial y emprender algún viaje que me apartara por cierto tiempo de aquel ambiente irrespirable.” Como el afuera es tan grande, llega la disyuntiva de decidir hacia dónde ir y con qué medios; en su caso lo segundo fue más fácil de resolver que lo primero.

Pensaba ir por uno o dos meses a Cuba, ver de cerca la revolución. Como no tenía dinero decidí vender algún cuadro. En el año anterior, en un periodo de vacas gordas, en que la redacción de argumentos para cómics me dejó mucho dinero, había logrado formar una pequeña colección integrada por dos espléndidas telas de Alfonso Michel, un Pedro y un Rafael Coronel, un dibujo magnífico de Diego Rivera y otras piezas menores. Pero unos días después de tomada esa decisión se me ocurrió que podía vender todos los cuadros y hacer un viaje más largo, quizás volver a Nueva York, quizás llegar hasta a Europa, hacer por fin aquel contacto que me parecía indispensable.

En su caso, y tal como suele suceder en estas coyunturas, es otro quien ayuda a decidir.

Recuerdo que Milena Esguerra me convenció de que debía realizar este último proyecto:
-Véndalo todo, Pitol, ¡ya!, ni lo piense y haga un viaje largo. No deje que las cosas lo posean, despréndase de ellas; si uno se descuida termina por esclavizarse hasta a un par de zapatos. Piense, París, Madrid, Roma, Londres, en vez de esta triste vida que está llevando.

Con la fuerza de la opción ya tomada, no quedaba más que dar los pasos necesarios para ponerse en marcha. “Al día siguiente, como inflamado por una nueva furia, puse a la venta todo, muebles, libros, cuadros… y el 24 de junio de 1961, partí en el Marburg, un carguero alemán, rumbo a Europa. En el barco sentí volver a respirar.”

En los inicios de su estadía fuera del país a Sergio Pitol le aconteció lo que a la mayoría de los migrantes: pasar con frecuencia de la alegría a la tristeza haciendo las inevitables comparaciones entre ambos lugares. “En aquellos primeros meses europeos me movía un poco inconscientemente, como sonámbulo, deslumbrado a ratos, decepcionado en otros, haciendo siempre involuntariamente la comparación ante aquella realidad distinta, sus múltiples manifestaciones, con la anterior, la de México.”

Conforme el tiempo transcurría, el escritor percibía lo acertado de su decisión de hacer maletas, lo que confirmó en su primer regreso a la patria.

Experimentaba un sentimiento de la libertad como nunca antes lo había conocido. Cuando cerca de un año después iniciaba el regreso a México, me sentía despojado de toneladas de polilla, libre de muchos esquemas que en mi país me había acostumbrado a considerar como verdades irrefutables, principios inamovibles. Toda actitud chauvinista comenzó a resultarme intolerable, igualmente me desagradaban la improvisación y la deshonestidad de los medios culturales y políticos del país, y, sobre todo, me asombraba el tácito acatamiento con que todo el mundo legitimaba esa situación.

A la hora de aproximarse el regreso definitivo a México luego de tantos años fuera del país, aparecieron los temores en sentido contrario de los experimentados a la hora de la partida. “¿Por qué siento verdaderos escalofríos cada vez que pienso en irme a vivir a mi país, como es lo natural y como algún día, quiéralo o no, tendrá que ocurrir?”

A su regreso en 1988, Sergio Pitol se estableció inicialmente en la ciudad de México y ya desde hace muchos años reside en la ciudad de Xalapa.

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