La
lectura no siempre depara placer; en ocasiones duele a profundidad y ni se diga
cuando ese sufrimiento no lo origina la ficción sino el testimonio. Lo que
sigue es uno de estos casos y si el lector anda bajo de reservas tal vez lo más
conveniente sea que deje este texto para otro momento.
Se
trata de un pasaje de las memorias de Isaac Bashevis Singer publicadas bajo el
título Amor y exilio (Barcelona,
Ediciones B, 2002) y los hechos tuvieron lugar hace casi cien años,
concretamente en 1923.
(…) me
trasladé a Varsovia para convertirme en el corrector de pruebas de las Páginas literarias.
Nada más
ascender al tren tuve ocasión de ser testigo del abismo de la degradación
humana y de la angustia judía. Una pandilla de gamberros había subido al vagón
de tercera clase que iba atestado de pasajeros judíos, pobre gente que viajaba con sacos, bultos y cajas.
Los gamberros no tardaron en reparar en
ellos. Primero los insultaron empleando toda clase de viles epítetos. Repetían una y otra vez que todo judío era un
bolchevique, un trotskista, un espía soviético,
un asesino de Cristo, un explotador. Yo observaba, a la luz de la
pequeña lámpara que colgaba del techo,
a aquellos “explotadores”, personas
rotas y harapientas, la mayoría de las cuales viajaban de pie o bien acuclillados
sobre sus bultos. Los gamberros habían
empezado por desalojar a los pasajeros judíos
de sus asientos y tumbarse en los bancos. Uno de ellos se jactaba de
haber sido oficial durante la guerra. Varios jóvenes judíos, que salieron en
defensa de los injuriados, manifestaron que también soldados judíos habían
luchado en el frente y sufrido muchas bajas, pero los gamberros los acallaron
con sus gritos, lanzándoles un aluvión
de insultos. Pronto pasaron de las palabras a los actos. Agarraron a los judíos
por la barba y los zarandearon. A una anciana judía le arrancaron la peluca, y
a continuación se pusieron a pisotear las pertenencias de los pasajeros. Aunque
a los jóvenes judíos les habría resultado fácil propinarles una buena paliza, no ignoraban cómo
terminaría todo. Había soldados viajando en los demás vagones, y una pelea
habría acabado en un baño de sangre.
Al cabo
de un rato, los gamberros exigieron a los judíos que cantasen Ven, mi amada, el himno que celebra la
llegada del shabbat. Era un modo de
estigmatizarlos y humillarlos que muchos gamberros polacos copiaron del
pasado, cuando los soldados del general
Haller, actuando a su antojo con los judíos, les afeitaban la barba, llevándose
a menudo un trozo de mejilla con ellas. (…)
Entretanto,
los judíos, presionados con insistencia, arrancaron a cantar Ven, mi amada. Sonaba mitad a canción,
mitad a lamento.
Ante
estos sucesos Singer enuncia conclusiones desoladoras respecto a la violencia siempre
presente en la historia.
Allí me
encontraba yo, de pie y asustado, en un rincón del vagón, al lado del retrete, aferrado a mis bultos, compuestos casi por
completo de manuscritos y de los pocos libros que poseía. Dentro de mí, algo se
burlaba de mis propias ilusiones. Me daba perfecta cuenta de que lo que estaba presenciando
reflejaba en esencia la historia de la humanidad. En esa ocasión eran los
polacos quienes atormentaban a los judíos; antes eran los rusos y los alemanes
quienes atormentaban a los polacos. Cualquier libro de historia no constituía
más que un relato de asesinatos, torturas e injusticias; cualquier periódico
estaba bañado en sangre y vergüenza.
En
aquel vagón en que viajaba Bashevis Singer no había ningún lugar, absolutamente
ningún lugar para la esperanza; sus reclamos van dirigidos al Creador. “Los
filósofos más pesimistas de cuantos yo había leído, Schopenhauer y Von
Hartmann, condenaban el suicidio, pero en aquel momento sentí que sólo existía
una verdadera forma de protestar contra el horror de la vida, y consistía en
arrojarle a Dios Su don.” Admite que ya no le es posible resistir a semejante
infierno por lo que “de haber dispuesto en aquel momento de una pistola o un
veneno me hubiese quitado la vida.” Sus pensamientos guiados por el dolor, la impotencia
y la vergüenza lo llevan a cancelar cualquier opción.
Hasta
aquella noche yo había reflexionado a menudo sobre la posibilidad de redimir a
la especie humana, pero en ese momento se me hizo evidente que la especie
humana no merecía que la redimieran. De hecho, intentarlo habría sido un
crimen. El hombre era una bestia que mataba, asolaba y torturaba no sólo a
otras especies sino también a la suya propia. El dolor de su semejante
constituía su alegría; la humillación del otro, su gloria. La Torá nos cuenta
que Dios se arrepintió de haber creado al hombre. El hijo de Adán asesinó a su
hermano y, diez generaciones más tarde, Dios decretó el Diluvio porque el mundo
se había vuelto corrupto. No existe libro que relate con tanta sencillez y claridad la verdad sobre el
hombre y su naturaleza como las Escrituras. Hasta las personas supuestamente
buenas encierran la maldad. A menudo, los mártires de ayer son los tiranos de
hoy. El hombre, en tanto que especie, se merece todos los azotes que recibe. No
es casualidad que la mayor parte de los monumentos que se han erigido estén
dedicados a asesinos, ya sean éstos patriotas o revolucionarios.
Para
Isaac Bashevis Singer la violencia no siempre procede de los otros y sus
consideraciones reflejan la complejidad del tema.
Transcurrido
cierto tiempo, los gamberros se sintieron cansados, apoyaron la cabeza contra
el respaldo de los asientos y comenzaron a roncar. Observé a aquellos pequeños
tenderos que viajaban en el vagón. Sin duda eran inocentes, pero yo sabía a
ciencia cierta que en Rusia también había jóvenes judíos que, en nombre de la
Revolución, torturaban y mataban a personas inocentes, con frecuencia a sus
propios hermanos judíos. (…) Para que estos jóvenes pueblerinos se convirtieran
en carniceros potenciales, les bastaba la lectura de unos panfletos. Algunos de
ellos llegaban a decir que ejecutarían a sus propios padres. Años más tarde, un gran número de
estos jóvenes pereció en los campos de trabajos forzados de Stalin.
Podría
argüirse que todo lo anterior está lejos, muy lejos de lo que hoy vivimos pero…
Cabe
dejar en claro que este no es el tono permanente de sus memorias. Bashevis
Singer, quien conservará su sentido religioso de la vida, también va a
describir situaciones felices de las que fue protagonista. A ellas nos referiremos
en otros momentos.
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