martes, 20 de septiembre de 2016

Páginas de dolor


La lectura no siempre depara placer; en ocasiones duele a profundidad y ni se diga cuando ese sufrimiento no lo origina la ficción sino el testimonio. Lo que sigue es uno de estos casos y si el lector anda bajo de reservas tal vez lo más conveniente sea que deje este texto para otro momento.
Se trata de un pasaje de las memorias de Isaac Bashevis Singer publicadas bajo el título Amor y exilio (Barcelona, Ediciones B, 2002) y los hechos tuvieron lugar hace casi cien años, concretamente en 1923.
(…) me trasladé a Varsovia para convertirme en el corrector de pruebas de las Páginas literarias.
Nada más ascender al tren tuve ocasión de ser testigo del abismo de la degradación humana y de la angustia judía. Una pandilla de gamberros había subido al vagón de tercera clase que iba atestado de pasajeros judíos, pobre  gente que viajaba con sacos, bultos y cajas. Los gamberros no tardaron en reparar  en ellos. Primero los insultaron empleando toda clase de viles epítetos. Repetían   una y otra vez que todo judío era un bolchevique, un trotskista, un espía soviético,  un asesino de Cristo, un explotador. Yo observaba, a la luz de la pequeña   lámpara que colgaba del techo, a aquellos  “explotadores”, personas rotas y harapientas, la mayoría de las cuales viajaban de pie o bien acuclillados sobre  sus bultos. Los gamberros habían empezado por desalojar a los pasajeros judíos  de sus asientos y tumbarse en los bancos. Uno de ellos se jactaba de haber sido oficial durante la guerra. Varios jóvenes judíos, que salieron en defensa de los injuriados, manifestaron que también soldados judíos habían luchado en el frente y sufrido muchas bajas, pero los gamberros los acallaron con sus gritos,  lanzándoles un aluvión de insultos. Pronto pasaron de las palabras a los actos. Agarraron a los judíos por la barba y los zarandearon. A una anciana judía le arrancaron la peluca, y a continuación se pusieron a pisotear las pertenencias de los pasajeros. Aunque a los jóvenes judíos les habría resultado fácil propinarles   una buena paliza, no ignoraban cómo terminaría todo. Había soldados viajando en los demás vagones, y una pelea habría acabado en un baño de sangre.
Al cabo de un rato, los gamberros exigieron a los judíos que cantasen Ven, mi amada, el himno que celebra la llegada del shabbat. Era un modo de estigmatizarlos y humillarlos que muchos gamberros polacos copiaron del pasado,  cuando los soldados del general Haller, actuando a su antojo con los judíos, les afeitaban la barba, llevándose a menudo un trozo de mejilla con ellas. (…)
Entretanto, los judíos, presionados con insistencia, arrancaron a cantar Ven, mi amada. Sonaba mitad a canción, mitad a lamento.
Ante estos sucesos Singer enuncia conclusiones desoladoras respecto a la violencia siempre presente en la historia.
Allí me encontraba yo, de pie y asustado, en un rincón del vagón, al lado del retrete,  aferrado a mis bultos, compuestos casi por completo de manuscritos y de los pocos libros que poseía. Dentro de mí, algo se burlaba de mis propias ilusiones. Me daba perfecta cuenta de que lo que estaba presenciando reflejaba en esencia la historia de la humanidad. En esa ocasión eran los polacos quienes atormentaban a los judíos; antes eran los rusos y los alemanes quienes atormentaban a los polacos. Cualquier libro de historia no constituía más que un relato de asesinatos, torturas e injusticias; cualquier periódico estaba bañado en sangre y vergüenza.
En aquel vagón en que viajaba Bashevis Singer no había ningún lugar, absolutamente ningún lugar para la esperanza; sus reclamos van dirigidos al Creador. “Los filósofos más pesimistas de cuantos yo había leído, Schopenhauer y Von Hartmann, condenaban el suicidio, pero en aquel momento sentí que sólo existía una verdadera forma de protestar contra el horror de la vida, y consistía en arrojarle a Dios Su don.” Admite que ya no le es posible resistir a semejante infierno por lo que “de haber dispuesto en aquel momento de una pistola o un veneno me hubiese quitado la vida.” Sus pensamientos guiados por el dolor, la impotencia y la vergüenza lo llevan a cancelar cualquier opción.
Hasta aquella noche yo había reflexionado a menudo sobre la posibilidad de redimir a la especie humana, pero en ese momento se me hizo evidente que la especie humana no merecía que la redimieran. De hecho, intentarlo habría sido un crimen. El hombre era una bestia que mataba, asolaba y torturaba no sólo a otras especies sino también a la suya propia. El dolor de su semejante constituía su alegría; la humillación del otro, su gloria. La Torá nos cuenta que Dios se arrepintió de haber creado al hombre. El hijo de Adán asesinó a su hermano y, diez generaciones más tarde, Dios decretó el Diluvio porque el mundo se había vuelto corrupto. No existe libro que relate con  tanta sencillez y claridad la verdad sobre el hombre y su naturaleza como las Escrituras. Hasta las personas supuestamente buenas encierran la maldad. A menudo, los mártires de ayer son los tiranos de hoy. El hombre, en tanto que especie, se merece todos los azotes que recibe. No es casualidad que la mayor parte de los monumentos que se han erigido estén dedicados a asesinos, ya sean éstos patriotas o revolucionarios.
Para Isaac Bashevis Singer la violencia no siempre procede de los otros y sus consideraciones reflejan la complejidad del tema.
Transcurrido cierto tiempo, los gamberros se sintieron cansados, apoyaron la cabeza contra el respaldo de los asientos y comenzaron a roncar. Observé a aquellos pequeños tenderos que viajaban en el vagón. Sin duda eran inocentes, pero yo sabía a ciencia cierta que en Rusia también había jóvenes judíos que, en nombre de la Revolución, torturaban y mataban a personas inocentes, con frecuencia a sus propios hermanos judíos. (…) Para que estos jóvenes pueblerinos se convirtieran en carniceros potenciales, les bastaba la lectura de unos panfletos. Algunos de ellos llegaban a decir que ejecutarían a sus propios  padres. Años más tarde, un gran número de estos jóvenes pereció en los campos de trabajos forzados de Stalin.
Podría argüirse que todo lo anterior está lejos, muy lejos de lo que hoy vivimos pero…
Cabe dejar en claro que este no es el tono permanente de sus memorias. Bashevis Singer, quien conservará su sentido religioso de la vida, también va a describir situaciones felices de las que fue protagonista. A ellas nos referiremos en otros momentos.

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