Mucho
se ha hablado respecto que a los pueblos se les conoce por su comida pero no se
ha puesto tanto énfasis en lo que hace a su bebida (cabe anotar que en otras
ocasiones nos hemos referido a este tema, tal como en http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2016/04/en-defensa-de-la-bebida.html
así como también en http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/11/abstemios-renegados-y-arrepentidos.html).
De
todos son conocidas las graves consecuencias que a nivel personal, familiar y
social origina el consumo excesivo de alcohol. Sin embargo no faltan quienes
ponderan sus aspectos benéficos, argumentando por la negativa al subrayar los
problemas de consideración que sufren aquellos pueblos que carecen de grandes
bebedores entre sus filas; a ello se refiere Josep Muñoz Redón. “Numerosos
historiadores hacen referencia a la regeneración que supone el uso y abuso del
vino en las diferentes culturas que han estudiado. Algunos han llegado a
proponer un teorema de la dominancia alcohólica según el cual los bárbaros
bebedores siempre triunfan sobre los pueblos civilizados”. Ambrose Bierce (en
su famoso diccionario y tal como ya lo hemos citado en otro momento) profundiza
en la cuestión.
Beber. (…) El individuo que se da a la bebida es mal
visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el
poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios
mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien
mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a
doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria.
¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al
moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos
asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto
conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado
pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.
Así
las cosas, todo pueblo de grandes bebedores debe contar con lugares adecuados
para la ingesta del alcohol, tal como son las tabernas o cantinas. Sabido es
que beber en estos lugares dista mucho de hacerlo en casas; nada menos que un
verdadero erudito como Samuel Johnson -citado por James Boswell- es quien
aclara esta cuestión.
No hay ninguna casa particular en donde la gente pueda
disfrutar tanto como en una buena taberna. Aunque haya tanta abundancia de
cosas buenas, tanta grandeza, tanta elegancia, tanto deseo de que todo el mundo
esté a gusto; la naturaleza de las cosas no lo permite: tiene siempre que haber
alguna medida de preocupación y de ansiedad. El dueño de la casa está
preocupado de entretener a sus huéspedes; estos están preocupados por agradarle
a él, y nadie, salvo si es un sinvergüenza o un descarado, puede disponer de lo
que hay en la casa de otro con tanta libertad como en la propia. Mientras que
en la taberna hay una liberación general de la preocupación. Estamos seguros de
ser bien acogidos, y cuanto más ruido hagamos, cuanta más molestia
proporcionemos, cuantas más cosas buenas pidamos, mejor acogidos seremos.
Ningún criado os servirá con la presteza con que lo hacen los camareros,
incitados por la perspectiva de una recompensa inmediata en proporción al
agrado que produzcan.
Lo
anterior le permite al doctor Johnson concluir implacablemente: “No, señor; no hay
nada de lo ideado hasta ahora por los hombres que produzca tanta felicidad como
una buena taberna o posada”.
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