martes, 8 de noviembre de 2016

Las tabernas


Mucho se ha hablado respecto que a los pueblos se les conoce por su comida pero no se ha puesto tanto énfasis en lo que hace a su bebida (cabe anotar que en otras ocasiones nos hemos referido a este tema, tal como en  http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2016/04/en-defensa-de-la-bebida.html así como también en http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2012/11/abstemios-renegados-y-arrepentidos.html).

De todos son conocidas las graves consecuencias que a nivel personal, familiar y social origina el consumo excesivo de alcohol. Sin embargo no faltan quienes ponderan sus aspectos benéficos, argumentando por la negativa al subrayar los problemas de consideración que sufren aquellos pueblos que carecen de grandes bebedores entre sus filas; a ello se refiere Josep Muñoz Redón. “Numerosos historiadores hacen referencia a la regeneración que supone el uso y abuso del vino en las diferentes culturas que han estudiado. Algunos han llegado a proponer un teorema de la dominancia alcohólica según el cual los bárbaros bebedores siempre triunfan sobre los pueblos civilizados”. Ambrose Bierce (en su famoso diccionario y tal como ya lo hemos citado en otro momento) profundiza en la cuestión.

Beber. (…) El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria. ¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.

Así las cosas, todo pueblo de grandes bebedores debe contar con lugares adecuados para la ingesta del alcohol, tal como son las tabernas o cantinas. Sabido es que beber en estos lugares dista mucho de hacerlo en casas; nada menos que un verdadero erudito como Samuel Johnson -citado por James Boswell- es quien aclara esta cuestión.

No hay ninguna casa particular en donde la gente pueda disfrutar tanto como en una buena taberna. Aunque haya tanta abundancia de cosas buenas, tanta grandeza, tanta elegancia, tanto deseo de que todo el mundo esté a gusto; la naturaleza de las cosas no lo permite: tiene siempre que haber alguna medida de preocupación y de ansiedad. El dueño de la casa está preocupado de entretener a sus huéspedes; estos están preocupados por agradarle a él, y nadie, salvo si es un sinvergüenza o un descarado, puede disponer de lo que hay en la casa de otro con tanta libertad como en la propia. Mientras que en la taberna hay una liberación general de la preocupación. Estamos seguros de ser bien acogidos, y cuanto más ruido hagamos, cuanta más molestia proporcionemos, cuantas más cosas buenas pidamos, mejor acogidos seremos. Ningún criado os servirá con la presteza con que lo hacen los camareros, incitados por la perspectiva de una recompensa inmediata en proporción al agrado que produzcan.

Lo anterior le permite al doctor Johnson concluir implacablemente: “No, señor; no hay nada de lo ideado hasta ahora por los hombres que produzca tanta felicidad como una buena taberna o posada”.

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