jueves, 10 de noviembre de 2016

Los valores y la felicidad


Hay culturas que pretenden dictar cátedra a otras acerca de cuál debería ser el ordenamiento de sus valores para poder, siguiendo esa receta, acceder al paraíso del desarrollo. Estos intentos suelen fracasar puesto que la prioridad que se otorga a unos valores en relación a otros, tiene que ver con el concepto que se tenga de felicidad. Un buen ejemplo de ello es el que describe Ryszard Kapuscinski

(...) hay culturas cuya escala de valores nada tiene que ver con la occidental. Las hay, por ejemplo, que antes que el culto al trabajo, tienen en la más alta estima el tiempo de ocio compartido con la familia. Estas personas trabajan lo imprescindible para cubrir sus necesidades básicas. (...)
Con estas “inexplicables” diferencias culturales se topa a diario todo empresario europeo en África.  Contrata a un determinado número de personas y, contento, las ve trabajar. Pero, al cabo de una o dos semanas, sus trabajadores de repente desaparecen. Perplejo, el hombre se pregunta qué ha pasado. Y ha pasado algo muy sencillo: el obrero acudió al trabajo porque necesitaba dinero para casar a su hija o para comprarse un saco de maíz. En cuanto ha reunido la suma necesaria, se va a casa.
Para ellos, la felicidad no se mide con la posesión de un tercer televisor, pues no tienen ninguno (¿para qué, si tampoco tienen luz?). La persona feliz es aquella que vive rodeada de amistad en su aldea natal, habitada por sus seres queridos. 

Llegado a este punto tal vez no esté por demás recordar que para Thomas Hardy “la felicidad no depende de lo que uno no tiene, sino del buen uso que hace de lo que tiene”.

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