No deja de llamar la atención
que la infelicidad puede provenir de la ignorancia de las leyes, pero cabe
precisar que en esta ocasión el asunto no tiene que ver con el corpus jurídico sino
con otro tipo de normas. Se trata de la ley
de la utilidad marginal decreciente (a la que alude Eduardo Giannetti) o la
ley de la disminución en la reiteración
(mencionada por Aldous Huxley). Para Huxley su origen está en la economía pero
no se restringe a ella.
Fueron los economistas
quienes le dieron el nombre y quienes reconocieron por primera vez y
describieron claramente sus deplorables efectos. Pero sería un error suponer
que este demonio limita su campo de acción a la esfera económica. La ley de la
disminución en la reiteración se adapta perfectamente a casi todos los sectores
de nuestro humano universo.
Por su parte Giannetti señala
que -de acuerdo con estudios realizados en la Universidad de Princeton- a partir
de cierto nivel de ingreso per cápita, el aumento del mismo ya no genera incremento
del bienestar subjetivo. Es decir que aunque el bienestar objetivo siga
creciendo (lo que permite elevar el nivel de consumo) “el bienestar subjetivo –cómo
se siente la persona- se estanca”. Diversos ejemplos proporcionados por estos
mismos autores parecen confirmar el alcance de la ley; veamos los que enuncia
Huxley
Aquí, por
ejemplo, se halla un hombre muy melancólico bebiendo borgoña mientras come. Su
melancolía, desaparece de pronto y es sustituida por el buen humor, que va
aumentando a medida que ingiere un nuevo sorbo de borgoña, hasta que cuando ha
consumido las tres cuartas partes de una botella alcanza el máximo de euforia.
Sigue bebiendo; mas ya la próxima botella no produce modificación alguna en su
estado de ánimo, que continúa manteniéndose en pie. Unos cuantos vasos más,
empero, y su alegría empezará a decaer, comenzando por irritarse a la menor
cosa, para volverse después lacrimoso y concluir por sentirse muy mal y, en
consecuencia, muy desgraciado; mucho peor, en suma, al concluir su segunda
botella, que cuando tenía el estómago vacío.
El ejemplo de Eduardo Giannetti
va por el mismo camino: “Si te quedas sin ingerir líquido durante un día, el
primer vaso de agua después del ayuno será intensamente placentero. Pero si enseguida
tomas otro vaso, el placer ya será menor. El tercero exigirá algún esfuerzo; y
el cuarto, sólo si fuese obligado.” Y esto le sacar sus conclusiones.
Todo lo
que proporciona placer en la vida es así: a partir de un cierto punto satura,
deja de satisfacer y comienza a resultar positivamente desagradable.
El ser
humano fue conformado de tal manera que sólo siente placer y satisfacción al
pasar de una condición a otra, al experimentar algún tipo de contraste y no al
permanecer indefinidamente en la misma situación, no importa cuán agradable
ella sea.
Paul Watzlawick es otro de los
autores que aborda el tema e ilustra su opinión con situaciones que proceden de
su labor en la clínica. “He tenido la oportunidad de trabajar profesionalmente
también con millonarios y he podido comprobar una y otra vez que el cuarto
coche de lujo o el tercer abrigo de piel de la consorte no representan, sin
embargo, el sentido de la vida.”
Así las cosas, en estos
tiempos en que los excesos de unos pocos tienen mucho que ver con las
privaciones de las mayorías, no estaría de más que aquéllos tuvieran en cuenta
lo que Franco Cassano identifica como el don
de la Medida. El repaso de las leyes tal vez ayude a convencerse de su
pertinencia.
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