jueves, 2 de febrero de 2017

El jardín junto a la fábrica


El reconocido doctor Gregorio Marañón advertía un gran riesgo en que el médico únicamente se dedicara a temas de su especialización.

Unas palabras sobre otro tema en permanente discusión: el de si en la preparación del médico deben entrar conocimientos ajenos a la Medicina. No me refiero a las ciencias auxiliares que se extienden desde los idiomas hasta las matemáticas, sobre cuya necesidad nadie puede discutir. Pero yo creo importante que, además, el hombre de ciencia en general y, desde luego, el médico, posea una afición concreta y activa por alguna otra actividad del espíritu al margen de su habitual ocupación. Claro que debe hacer uso discreto y no pedantesco de ella; pero yo hablo sólo para discretos y no para pedantes.

Marañón atribuía mucha importancia a esta otra actividad en la que se ocupara el galeno lo que sería como “el jardín junto a la fábrica”. La utilidad de ello no sólo reposa en los beneficios que representa para la salud espiritual del profesional sino que le ayudará a eludir conflictos con sus colegas porque –continúa Gregorio Marañón- así

(…) se evitará el feo pecado, tan frecuente en el científico puro, de la mezquindad de espíritu y la rivalidad llevadas hasta la cominería. Quien tiene toda, toda su vida polarizada en una ocupación, y en una ocupación tan propicia a la rencilla como el descubrimiento, modelará su alma en el detalle, a veces microscópico, que persigue; y acabará por convertirlo en fin y norma de su vida. Nada más desagradable que esos sabios envidiosos que viven en perpetuo acecho de los tropiezos de los demás y, entre ellos, en permanente rivalidad de plazuela. El sabio, en cambio, que además de su ciencia sabe tocar el violín, es probable que se sienta inquieto por los violinistas, pero mirará, seguramente, a los otros investigadores con generosidad. Esto es progreso moral y debemos fomentarlo.

Y como si lo anterior fuera poco, esta dedicación a otras actividades además mejora la propia práctica del médico, tal como lo afirmara el doctor Théodore Darlymple quien –citado por Simon Leys- “observaba que, entre dos médicos de una misma cualificación profesional, él tendría más confianza en el que leyera a Chejov” (lo que no se restringe al campo médico y por ello agrega Leys: “Y por mi parte, añadiría: si cometo un crimen, desearía que mi juez fuese un lector de Simenon”).

El doctor Oliver Sacks también se ocupa de este tema, “(…) a Nietzsche (…) le encantaba Bizet, y en una ocasión escribió: ‘Bizet me hace ser mejor filósofo’.” Y concluye Sacks “en mi opinión Mozart me hacía ser mejor neurólogo (…)”

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