Es posible clasificar a las personas en dos grupos.
Aquellos que suponen que las cosas pueden ir por mal camino (con la inconfesada
esperanza que no sea así) y quienes tienen expectativas de que todo transcurra
en buena forma (con el temor interno que ello no suceda).
De cara a estas opciones, Schopenhauer recomendaba la
primera ya que “(…) quien lo ve todo negro, quien constantemente teme lo peor y
se prepara para ello, no se llevará tantos desegaños como aquel que siempre ve
el color más hermoso de las cosas”.
Ante esta disyuntiva hay médicos que se integran a las
filas del tremendismo; Soledad Gallego-Díaz presenta un claro ejemplo al
respecto.
Cualquiera que haya tenido que tratar con médicos con
motivo de una grave enfermedad conoce la técnica del gran susto. El
especialista enumera las terribles posibilidades a las que se enfrenta el
enfermo, que queda anonadado a la espera del resultado de las pruebas clínicas.
Cuando éstas llegan, el pronóstico mejora sustancialmente. Ya no hay que cortar
dos piernas y un brazo. Bastará con amputar una mano. Y el enfermo da gracias
al cielo: ¡Qué alegría, sólo me cortarán
la mano derecha”.
Avisados.
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