Es
curioso observar como muchos personajes que forman parte de los sectores
dirigentes (políticos, empresariales, informativos, culturales, etc.) al
advertir las enormes amenazas del presente se pregunten: “¿cómo llegamos a
esto?” La pregunta implica por una parte una supuesta falta de responsabilidad
en relación a lo que acontece, así como por otro lado un desconocimiento mínimo
de análisis coyuntural.
Tal
vez las neurociencias, hoy tan de moda, puedan explicar a qué se debe esta
falta de conciencia. Según Facundo Manes: “Existe un tipo de paciente con
disfunción emocional, que (…) presenta miopía
del futuro en su toma de decisiones, al privilegiar la recompensa
inmediata, aunque esto repercuta negativamente a largo plazo.” Para ilustra el
punto presenta un ejemplo cotidiano.
Un adicto
grave puede comprender que el consumo intenso de droga posiblemente le traiga
problemas sociales, laborales, económicos y familiares a largo plazo, pero, sin
embargo, no puede resistir la tentación de la recompensa inmediata que le
proporciona el consumo de la sustancia. Esto no se explica por dificultad en la
racionalidad o comprensión sino por una disfunción emocional que impacta
desventajosamente en las decisiones a largo plazo.
El
mismo doctor Manes hace el recorrido que permite pasar del síndrome individual
a la esfera social.
Digamos,
entonces, que la miopía del futuro no
es solo una manera de definir un fenómeno neurológico. Algunas sociedades
también parecen padecerla. Muchas veces, como sociedad, elegimos lo que nos
brinda una satisfacción inmediata e hipotecamos en el mismo gesto nuestro
destino común y el de las próximas generaciones.
En
relación a ello nos parece importante subrayar que aun cuando lo anterior pueda
clasificarse como mal de época, existen responsabilidades por parte de quienes
han ejercido (y ejercen) el poder por lo que deben asumir las consecuencias de
sus acciones. Por otra parte, es posible
que quienes tuvieron miopía del futuro (por ejemplo al beneficiarse de mala
manera de los bienes públicos) también la tengan respecto al pasado (al
pretenderse inocentes de sus actos).
La
miopía del futuro ignora las consecuencias lógicas de las conductas, tal como
lo señala M.J. Wheatly.
El futuro no llega de improviso, aunque lo parezca. El
futuro procede de donde estamos ahora. Se materializa a partir de las acciones,
los valores, y las creencias que actualmente ponemos en práctica. Cada día
creamos el futuro, a partir de lo que elegimos. Si queremos un futuro diferente,
tenemos que asumir la responsabilidad de lo que hacemos en el presente.
Por ello resulta muy
mal negocio –para decirlo en una terminología propia de nuestro tiempo- permitir
que los diversos problemas (injusticia, corrupción, impunidad…) se vayan
acumulando sin respuesta alguna mientras se van facturando al futuro.
Ante ello es fundamental considerar -como más de un autor
lo ha señalado- que el futuro tiene una rara costumbre y es la de que algún día
se hace presente. Al decir de Rosa Règas: “Llega inexorablemente el momento
en que aquel futuro tan descuidado nos acecha y nos damos cuenta de que el día
de mañana ya es hoy.”
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