jueves, 30 de marzo de 2017

El Chumbao y sus historias


Es raro encontrar persona alguna (niño, joven, adulto, viejo) que no guste de escuchar historias. Eso sí, las preferencias varían en relación a que sean: serias o humorísticas, largas o cortas, del pasado remoto o reciente, trágicas o cómicas, con desenlace incierto o final feliz garantizado (como le acontece a mi amiga Alma Rosa a quien le gusta ver películas de amor pero -como ella misma dice- “a condición de que terminen juntos”), etc.

Hay ocasiones en que destacados narradores recuerdan a quienes les contaron historias a ellos. Aquí ya hemos referido la predilección de Jorge Ibargüengoitia por los cuentos inolvidables de su tío Pepe Padilla (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/04/critica-feroz-los-cuentos-para-ninos.html). Ahora nos referiremos a otro caso, el de Álvaro Cunqueiro, asiduo visitante de este espacio.

Me gustaban las historias que contaba el Chumbao, y ahora pienso que lo que más me gustaba de ellas debió de ser lo lejos y tan parrafadamente como las comenzaba, y cómo cuando llegaba al desenlace entrometía otra, o una plática tocante a cómo son las cosas de la vida, y el gusto que tenía, poniéndole fin al cuento, en dejar a los personajes en una incierta sombra, perdiéndose en un viaje o complicándose el protagonista en otra historia más sorprendente, esto mismo que hizo en el Cuatrocientos el Bocaccio y hace ahora el armenio-americano Saroyan, y todo esto es a la vez una manera muy antigua y muy moderna de contar.

Cunqueiro aprendió de él y lo reconoce en forma manifiesta: “Toda historia que termina es un secreto perdido: esto lo tengo yo por preceptiva.” Cuentos que se ramifican, que tienen giros inesperados, en los que personajes secundarios asumen papeles protagónicos y –tal vez lo más importante- en los que no se sabe bien a bien dónde comienzan y dónde terminan. O que terminan sin terminar. Prosigue Cunqueiro hablándonos del Chumbao

Las historias se encadenan, como las cerezas en el cesto. Y aún en las historias del Chumbao entraba siempre otro elemento en la composición: el personaje desconocido, cuya presencia hacía más viva y palpable la parte de misterio que toda buena historia exige. Yo creo que inventaba sus cuentos partiendo del final, de un resultado imaginado, y al que buscaba llegar por hilos y caminos, como alguien que cruza un laberinto, y que esto lo tenía de su oficio (…)

Álvaro Cunqueiro es terminante cuando afirma que “en mi ánimo no hay irreverencia al emparejar a Stendhal con el Chumbao: ambos partían de alguna lejana evocación, y en atando cabos, venía al nudo una historia, que a su vez era uno de los hilos de otra…”

Y vaya que este gran narrador gallego resultó ser muy buen discípulo de la escuela del Chumbao.

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