Es
raro encontrar persona alguna (niño, joven, adulto, viejo) que no guste de
escuchar historias. Eso sí, las preferencias varían en relación a que sean:
serias o humorísticas, largas o cortas, del pasado remoto o reciente, trágicas
o cómicas, con desenlace incierto o final feliz garantizado (como le acontece a
mi amiga Alma Rosa a quien le gusta ver películas de amor pero -como ella misma
dice- “a condición de que terminen juntos”), etc.
Hay
ocasiones en que destacados narradores recuerdan a quienes les contaron
historias a ellos. Aquí ya hemos referido la predilección de Jorge
Ibargüengoitia por los cuentos inolvidables de su tío Pepe Padilla (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/04/critica-feroz-los-cuentos-para-ninos.html).
Ahora nos referiremos a otro caso, el de Álvaro Cunqueiro, asiduo visitante de
este espacio.
Me
gustaban las historias que contaba el Chumbao, y ahora pienso que lo que más me
gustaba de ellas debió de ser lo lejos y tan parrafadamente como las comenzaba,
y cómo cuando llegaba al desenlace entrometía otra, o una plática tocante a
cómo son las cosas de la vida, y el gusto que tenía, poniéndole fin al cuento,
en dejar a los personajes en una incierta sombra, perdiéndose en un viaje o
complicándose el protagonista en otra historia más sorprendente, esto mismo que
hizo en el Cuatrocientos el Bocaccio y hace ahora el armenio-americano Saroyan,
y todo esto es a la vez una manera muy antigua y muy moderna de contar.
Cunqueiro
aprendió de él y lo reconoce en forma manifiesta: “Toda historia que termina es un secreto perdido: esto lo tengo yo
por preceptiva.” Cuentos que se ramifican, que tienen giros inesperados, en los
que personajes secundarios asumen papeles protagónicos y –tal vez lo más
importante- en los que no se sabe bien a bien dónde comienzan y dónde terminan.
O que terminan sin terminar. Prosigue Cunqueiro hablándonos del Chumbao
Las
historias se encadenan, como las cerezas en el cesto. Y aún en las historias
del Chumbao entraba siempre otro elemento en la composición: el personaje
desconocido, cuya presencia hacía más viva y palpable la parte de misterio que
toda buena historia exige. Yo creo que inventaba sus cuentos partiendo del final,
de un resultado imaginado, y al que buscaba llegar por hilos y caminos, como
alguien que cruza un laberinto, y que esto lo tenía de su oficio (…)
Álvaro
Cunqueiro es terminante cuando afirma que “en mi ánimo no hay irreverencia al
emparejar a Stendhal con el Chumbao: ambos partían de alguna lejana evocación,
y en atando cabos, venía al nudo una historia, que a su vez era uno de los
hilos de otra…”
Y vaya
que este gran narrador gallego resultó ser muy buen discípulo de la escuela del
Chumbao.
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