martes, 9 de mayo de 2017

La primera frase


Sabido es que la primera frase de un cuento o una novela es muy importante en el vínculo que se establece con el lector y en algún momento nos referiremos a ello.
Pero hoy nos ocupa la primera frase para una cita que pudiera ser el inicio de una relación amorosa. Y es Enrique Jardiel Poncela quien se refiere a ello en un texto de 1933.
El hombre marcha a reunirse con una mujer por vez primera, y hasta la primera frase que va a decirle es para él un conflicto. No quiere caer en las simplezas de todos los enamorados, y por el camino va pensando las primeras palabras que debe pronunciar. Saludarla. Muy bien. ¿Y luego? ¿Dirá: “Estaba deseando que llegase este momento?” No. Esa frase es un viejo disco. “¿Está usted maravillosa, Fulanita?” Tampoco. Resulta ridículo incurrir en semejante vulgaridad. ¡Qué bonito sombrero lleva usted! Menos, porque el elogio se traslada a su sombrerera. He aquí una tarde apropiadísima para hablar de amor. ¡Dios! ¿Cómo se puede ocurrir una estupidez tan grande? Su mamá, ¿está bien?” Inaceptable de todo punto. Aquí me tiene usted, Fulanita. Perogrullada inadmisible: puesto que si le habla, es porque está allí. La quiero a usted con toda el alma. Demasiado rápido. Creo que acabaré queriéndola a usted mucho. Demasiado lento.
Y es así como la lista de posibles inicios de conversación que, por una u otra razón, son rechazados amenaza con ser interminable.
El hombre no halla útil ninguna frase. Rechaza por diversos conceptos todas éstas:
Vamos andando –le parece grosero.
Al fin llegó usted –es una toninada.
Pasearemos, si usted quiere –muy trivial.
Es el instante más feliz de mi vida –poco sincero.
Creí que traería usted el traje gris –inaceptable, porque ella no tiene ningún traje gris.
¿Quién había de decirnos, hace dos meses, que usted y yo…? –pueblerino.
Llevo tantos minutos esperándola –poco galante.
Pensé que ya no venía –falso.
¿Cuántos novios ha tenido usted? –infantil, porque ella no ha de contestar la verdad, y si la contesta es peor.
¿Me quiere usted, Fulanita? –fuera de situación.
Nadie ha definido el amor… -pedante.
Al verla, todo yo me he estremecido –cursi.
Hoy escribimos la primera página de nuestro idilio –cursi elevado al cubo.
¿Qué será el amor? –novejarqueño.
No me negará que está usted emocionada –fatuo.
¡Mire cómo vuela aquel pájaro! –demasiado volátil.
¡Mire cómo vuela aquel aeroplano! –demasiado mecánico.
¡Qué azul está el cielo! –estupidísimo.
Falta una hora y diez minutos para que se ponga el sol –excesivamente astronómico.
Mi tío se ha ido a Burgos en el correo –imbécil y ferroviario.
Amor mío… -propio de una comedia indigerible.
Déme un beso, Fulanita –algo prematuro.
Tiene usted una boca inquietante –poco expresivo.
Me dan ganas de morderla –antropofágico.
De acuerdo con Jardiel Poncela tanta preparación para el momento culminante puede llegar a tener un desenlace inesperado.
El hombre se desespera. ¿Qué decir? Piensa incluso en no asistir a la cita, pero sigue avanzando. Y cuando menos lo espera, ¡zas!, llega la mujer tranquila, natural, con el rostro radiante, como llegan siempre las mujeres. El hombre va hacia ella tembloroso, se hace un precioso lío con el bastón, con el sombrero y con los guantes; se le cae el primero, se le tuerce el segundo, se le salen de las manos los últimos.
Y en esta situación, con el sombrero apoyado en la nariz, pronuncia este extraño camelo:
-Encarlado del rujen histroso de poserpidania. Lafurnita.

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