Sabido
es que la primera frase de un cuento o una novela es muy importante en el
vínculo que se establece con el lector y en algún momento nos referiremos a
ello.
Pero
hoy nos ocupa la primera frase para una cita que pudiera ser el inicio de una
relación amorosa. Y es Enrique Jardiel Poncela quien se refiere a ello en un
texto de 1933.
El hombre
marcha a reunirse con una mujer por vez primera, y hasta la primera frase que
va a decirle es para él un conflicto. No quiere caer en las simplezas de todos
los enamorados, y por el camino va pensando las primeras palabras que debe
pronunciar. Saludarla. Muy bien. ¿Y luego? ¿Dirá: “Estaba deseando que llegase este momento?” No. Esa frase es un
viejo disco. “¿Está usted maravillosa,
Fulanita?” Tampoco. Resulta ridículo incurrir en semejante vulgaridad. ¡Qué bonito sombrero lleva usted! Menos,
porque el elogio se traslada a su sombrerera. He aquí una tarde apropiadísima para hablar de amor. ¡Dios! ¿Cómo
se puede ocurrir una estupidez tan grande? Su
mamá, ¿está bien?” Inaceptable de todo punto. Aquí me tiene usted, Fulanita. Perogrullada inadmisible: puesto que
si le habla, es porque está allí. La
quiero a usted con toda el alma. Demasiado rápido. Creo que acabaré queriéndola a usted mucho. Demasiado lento.
Y es
así como la lista de posibles inicios de conversación que, por una u otra
razón, son rechazados amenaza con ser interminable.
El hombre
no halla útil ninguna frase. Rechaza por diversos conceptos todas éstas:
Vamos andando –le parece grosero.
Al fin llegó usted –es una toninada.
Pasearemos, si usted quiere –muy trivial.
Es el instante más feliz de mi vida –poco sincero.
Creí que traería usted el traje gris –inaceptable, porque
ella no tiene ningún traje gris.
¿Quién había de decirnos, hace dos meses, que
usted y yo…? –pueblerino.
Llevo tantos minutos esperándola –poco galante.
Pensé que ya no venía –falso.
¿Cuántos novios ha tenido usted? –infantil, porque ella
no ha de contestar la verdad, y si la contesta es peor.
¿Me quiere usted, Fulanita? –fuera de situación.
Nadie ha definido el amor… -pedante.
Al verla, todo yo me he estremecido –cursi.
Hoy escribimos la primera página de nuestro
idilio –cursi
elevado al cubo.
¿Qué será el amor? –novejarqueño.
No me negará que está usted emocionada –fatuo.
¡Mire cómo vuela aquel pájaro! –demasiado volátil.
¡Mire cómo vuela aquel aeroplano! –demasiado mecánico.
¡Qué azul está el cielo! –estupidísimo.
Falta una hora y diez minutos para que se ponga
el sol –excesivamente
astronómico.
Mi tío se ha ido a Burgos en el correo –imbécil y ferroviario.
Amor mío… -propio de una comedia indigerible.
Déme un beso, Fulanita –algo prematuro.
Tiene usted una boca inquietante –poco expresivo.
Me dan ganas de morderla –antropofágico.
De acuerdo con Jardiel Poncela
tanta preparación para el momento culminante puede llegar a tener un desenlace
inesperado.
El hombre
se desespera. ¿Qué decir? Piensa incluso en no asistir a la cita, pero sigue
avanzando. Y cuando menos lo espera, ¡zas!, llega la mujer tranquila, natural,
con el rostro radiante, como llegan siempre las mujeres. El hombre va hacia
ella tembloroso, se hace un precioso lío con el bastón, con el sombrero y con
los guantes; se le cae el primero, se le tuerce el segundo, se le salen de las
manos los últimos.
Y en esta
situación, con el sombrero apoyado en la nariz, pronuncia este extraño camelo:
-Encarlado
del rujen histroso de poserpidania. Lafurnita.
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