Anoche
en mi calle el sueño fue a intermitencias debido al sonido de una alarma que no
alarmó a nadie pero despertó a muchos. Parte de mi insomnio lo consumí
especulando si llegará el día en que las prohíban o que impongan multas a los
prevenidos propietarios -según consten en el RUA, Registro Único de Alarmas- que
no las desconecten al pasar el tiempo permitido en modo escándalo, o que inventen
algún control remoto que permita
silenciarlas aunque no sean de uno, etc.
Mientras
espero que algo de esto suceda, salgo en búsqueda de literatura de consuelo
surgida de la pluma de otros damnificados y me encuentro con Leo Maslíah.
Hay un
auto estacionado en la calle. Viene uno y trata de abrir la puerta para
robarlo. Empieza a sonar la alarma. Es una sucesión de ruidos molestos que
interfieren con las actividades de prácticamente todos los que llegan a oírlos.
Si estaban durmiendo, se despiertan. Si están escuchando a alguien por la radio,
se pierden por lo menos los primeros segundos de lo que dijo, mientras el oído
todavía no se acomodó a ignorar lo de la alarma y focalizar más la atención
sobre lo que sale del parlante. Etcétera.
A
partir de ahí, sólo queda a Maslíah (y a nosotros, sus lectores) enunciar una
serie de preguntas sin respuestas.
Si el dueño
del auto está lejos y no oye la alarma, ¿se supone que todos los que sí la oyen
tienen que interrumpir lo que están haciendo y llamar a la policía? ¿O ir directamente
ellos a combatir al ladrón? ¿Se da por sentado que todos se van a solidarizar
con el dueño del auto? ¿El sentido de la alarma será “me están robando el auto
y yo no lo puedo evitar, no puedo castigar al ladrón, pero sí puedo castigarlo
a usté para que usté tome medidas que conduzcan a transferir ese castigo al
ladrón”?
Todo sea por nuestra
seguridad y confort.
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