jueves, 22 de junio de 2017

Alarmas


Anoche en mi calle el sueño fue a intermitencias debido al sonido de una alarma que no alarmó a nadie pero despertó a muchos. Parte de mi insomnio lo consumí especulando si llegará el día en que las prohíban o que impongan multas a los prevenidos propietarios -según consten en el RUA, Registro Único de Alarmas- que no las desconecten al pasar el tiempo permitido en modo escándalo, o que inventen  algún control remoto que permita silenciarlas aunque no sean de uno, etc.

Mientras espero que algo de esto suceda, salgo en búsqueda de literatura de consuelo surgida de la pluma de otros damnificados y me encuentro con Leo Maslíah.

Hay un auto estacionado en la calle. Viene uno y trata de abrir la puerta para robarlo. Empieza a sonar la alarma. Es una sucesión de ruidos molestos que interfieren con las actividades de prácticamente todos los que llegan a oírlos. Si estaban durmiendo, se despiertan. Si están escuchando a alguien por la radio, se pierden por lo menos los primeros segundos de lo que dijo, mientras el oído todavía no se acomodó a ignorar lo de la alarma y focalizar más la atención sobre lo que sale del parlante. Etcétera.

A partir de ahí, sólo queda a Maslíah (y a nosotros, sus lectores) enunciar una serie de preguntas sin respuestas.

Si el dueño del auto está lejos y no oye la alarma, ¿se supone que todos los que sí la oyen tienen que interrumpir lo que están haciendo y llamar a la policía? ¿O ir directamente ellos a combatir al ladrón? ¿Se da por sentado que todos se van a solidarizar con el dueño del auto? ¿El sentido de la alarma será “me están robando el auto y yo no lo puedo evitar, no puedo castigar al ladrón, pero sí puedo castigarlo a usté para que usté tome medidas que conduzcan a transferir ese castigo al ladrón”?

Todo sea por nuestra seguridad y confort.

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