Evaluar
el trabajo de los demás suele ser más fácil que hacerlo con el propio. Y los
escritores no están exentos de ello.
Isaac
Bashevis Singer estaba escribiendo una novela cuando hizo una acotada consulta
pública para recibir opiniones de otros. “Le mostré a mi hermano el primer
capítulo de mi novela y su reacción fue favorable.” Procuró otras sentencias ya
no tan fraternales. “Abe Cahan, el editor del Forverts, también lo había leído y publicó una nota elogiosa acerca
de él.”
Pero
más allá de esta retroalimentación positiva, había algo que no convencía a
Bashevis Singer en cuanto a las virtudes de su trabajo (“yo sabía que algo
fallaba en esa novela”) y que lo resumió en la siguiente forma.
En mi
cuaderno de notas tenía apuntadas las tres características que una obra de
ficción ha de poseer para triunfar:
1. Su
argumento debe ser preciso y cargado de suspense.
2. El
autor debe sentir un deseo apasionado de escribirla.
3. Ha de
tener la convicción, o al menos la ilusión, de que es el único capaz de abordar
ese tema concreto.
Isaac
Bashevis Singer estaba muy lejos de ser autocomplaciente por lo que su fallo es
terminante: “De estos tres requisitos, empero, a esa novela le faltaban todos,
y en especial mi pasión a la hora de escribirla.”
Es
posible que el potencial lector de estas notas se pregunte: ¿cuál fue el
destino de aquella novela?, ¿qué pasó?, ¿abandonó el proyecto?, ¿la reescribió?
Si
usted se entera, sabremos agradecerle que nos pase el dato.
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