jueves, 20 de julio de 2017

Encuentro de narradores


Cualquier conversación supone un encuentro de narradores que buscan hacerse de la palabra y, en no pocos casos, mantenerla lo más que se pueda. Si bien en este aspecto -como en tantos otros- cada persona es única, es posible identificar algunas agrupaciones de quienes tienen afinidades entre sí.

Una de ellas es la de aquellos que descalifican cualquier cosa, buena o mala (viaje, enfermedad, fiesta, drama…) que narren otros, interponiendo siempre su recurso clásico y preferido que a la letra dice: “eso no es nada…, deja que te cuente lo que me sucedió a mí”. En relación a ellos, Alberto Amato circunscribe su experiencia argentina (si bien hay que reconocer que estamos ante una verdadera multinacional que no respeta fronteras).

Otra de las personalidades apasionadas dedicadas a joderte la vida, son los “Yo, más” o, su variante “A mí, peor”. Te encontrás con el Fulano, cometés el error de decirle que tenés una leve molestia en la boca, tal vez una caries, y el tipo: “Ah, no sabés. A mí tuvieron que sacarme el cuarto molar: catorce cirujanos a mi alrededor, ocho horas de operación…” (…)
O acaso cometas otro error trágico: decir que te rayaron un poquito el auto en el estacionamiento. “A mí, hace unos años, me embocaron de atrás en la Panamericana: baúl destrozado, chasis arruinado, luminarias hechas pelota…” Ni qué decir tiene si incurrís en otro yerro demencial como confiarle al insufrible la nostalgia de un remoto éxito amoroso: el tipo resulta que hace unos años largó a Julia Roberts, harto de que pidiera siempre salmón a la trufa negra en los restoranes de Manhattan.
Los “Yo, más; A mí, peor” son una de las tantas sectas peligrosas que pululan en la conducta social del argentino. El ansia de protagonismo no sólo les impide una vida apacible, les dispara, como al perro de Pavlov, un reflejo que intenta impedir que vos tengas tu propia vida mínima y sosegada.

No faltan tampoco quienes en el momento previo a lo que parece ser la conclusión de su historia, invitan a realizar conjeturas adivinatorias: “y entonces, ¿sabes qué pasó?” o incluso más, provocan apuestas en verdaderas loterías existenciales: “cuánto a que no sabes ¿qué sucedió?”.

Hay otro grupo, a los que mi amigo Nacho identificaba como narradores en tiempo real, que prestan voz a los diferentes personajes de su relato: “entonces me dijo: -….”, “y yo le contesté: -…”, “pero entonces que me dice: -…” Y así uno se puede seguir hasta el final de los tiempos.

No lejos de ellos están los de desenlaces sucesivamente postergados y que cuando todo parece indicar que ahora sí están llegando al final de su inacabable historia, se apresuran a aclarar: “pero eso no es todo” o “ahí no acaba la cosa”.

El peor escenario es cuando dicen: “pero eso sólo es el principio. Deja que te cuente”. ¡A prepararse!

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