Cualquier conversación supone un encuentro de
narradores que buscan hacerse de la palabra y, en no pocos casos, mantenerla lo
más que se pueda. Si bien en este aspecto -como en tantos otros- cada persona
es única, es posible identificar algunas agrupaciones de quienes tienen
afinidades entre sí.
Una de ellas es la de aquellos que descalifican
cualquier cosa, buena o mala (viaje, enfermedad, fiesta, drama…) que narren
otros, interponiendo siempre su recurso clásico y preferido que a la letra dice:
“eso no es nada…, deja que te cuente lo que me sucedió a mí”. En relación a
ellos, Alberto Amato circunscribe su experiencia argentina (si bien hay que
reconocer que estamos ante una verdadera multinacional que no respeta fronteras).
Otra
de las personalidades apasionadas dedicadas a joderte la vida, son los “Yo,
más” o, su variante “A mí, peor”. Te encontrás con el Fulano, cometés el error
de decirle que tenés una leve molestia en la boca, tal vez una caries, y el
tipo: “Ah, no sabés. A mí tuvieron que sacarme el cuarto molar: catorce
cirujanos a mi alrededor, ocho horas de operación…” (…)
O
acaso cometas otro error trágico: decir que te rayaron un poquito el auto en el
estacionamiento. “A mí, hace unos años, me embocaron de atrás en la
Panamericana: baúl destrozado, chasis arruinado, luminarias hechas pelota…” Ni
qué decir tiene si incurrís en otro yerro demencial como confiarle al
insufrible la nostalgia de un remoto éxito amoroso: el tipo resulta que hace
unos años largó a Julia Roberts, harto de que pidiera siempre salmón a la trufa
negra en los restoranes de Manhattan.
Los
“Yo, más; A mí, peor” son una de las tantas sectas peligrosas que pululan en la
conducta social del argentino. El ansia de protagonismo no sólo les impide una
vida apacible, les dispara, como al perro de Pavlov, un reflejo que intenta
impedir que vos tengas tu propia vida mínima y sosegada.
No faltan tampoco quienes en el momento previo a lo
que parece ser la conclusión de su historia, invitan a realizar conjeturas
adivinatorias: “y entonces, ¿sabes qué pasó?” o incluso más, provocan apuestas
en verdaderas loterías existenciales: “cuánto a que no sabes ¿qué sucedió?”.
Hay otro grupo, a los que mi amigo Nacho identificaba
como narradores en tiempo real, que prestan voz a los diferentes personajes de
su relato: “entonces me dijo: -….”, “y yo le contesté: -…”, “pero entonces que me
dice: -…” Y así uno se puede seguir hasta el final de los tiempos.
No lejos de ellos están los de desenlaces
sucesivamente postergados y que cuando todo parece indicar que ahora sí están
llegando al final de su inacabable historia, se apresuran a aclarar: “pero eso
no es todo” o “ahí no acaba la cosa”.
El peor escenario es cuando dicen: “pero eso sólo es
el principio. Deja que te cuente”. ¡A prepararse!
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