Hace
ya unos cuantos años José G. Moreno de Alba se manifestaba sorprendido tanto
por la falta de aceptación del término “ningunear” (la Real Academia Española
había decidido ningunearlo) como por su restringido nivel de circulación.
Me
sorprende que el DRAE no dé cabida al hermoso y utilísimo mexicanismo ningunear
(con su derivado ninguneo), y me extraña asimismo que no se haya
extendido a otros ámbitos geográficos de la lengua española, pues a mi ver se
trata de una voz no sólo perfectamente formada, de acuerdo con las reglas de
derivación (se añade simplemente el sufijo verbal -ear al pronombre o
adjetivo indefinido negativo ningún, ninguno), sino que además puede
verse casi como necesaria, ya que de no emplearse hay necesidad de acudir a
largas e inexactas perífrasis.
Desde
aquel entonces las cosas han cambiado, el término se ha logrado imponer y el
DRAE le dio su beneplácito definiéndolo de la siguiente manera:
De ninguno.
1. tr. No Hacer caso de alguien, no tomarlo en consideración.
2. tr. Menospreciar a alguien.
Asimismo
la expresión ha ido ganando carta de ciudadanía en diversos países
hispanoparlantes que la han adoptado como propia.
Ahora
bien, sin pretender desautorizar a la RAE parece más acertada la definición
propuesta por José Moreno de Alba (“Ningunear es hacer ninguno a
alguien”) en ocasión de salir en su defensa. “La expresividad del vocablo es
innegable; es enorme la cantidad de matices semánticos que pueden observarse en
los variadísimos contextos y situaciones en que aparece; su frecuencia de uso
entre los hablantes mexicanos es muy alta y pertenece a todos los niveles
sociales.” Cabe precisar que para Moreno de Alba no todos los términos acuñados
en la calle merecen permanecer. “Muchos neologismos, hay que reconocerlo,
resultan no sólo innecesarios sino vulgares y estúpidos; no deben preocuparnos
mucho, pues están condenados a desaparecer.”
Es
posible entonces diferenciar a los neologismos de vida efímera de aquellos cuyo
descubrimiento ha sido un verdadero hallazgo y están llamados a enriquecer el
lenguaje, tal como lo aclara José G. Moreno de Alba. “He aquí un ejemplo (entre
muchos otros) de un neologismo o, si se quiere, de un dialectalismo feliz. El
español mexicano, los hablantes mexicanos, generan a cada paso, con
sorprendente naturalidad, vocablos destinados a permanecer.”
Lamentablemente desconocemos el nombre del orfebre
del lenguaje (sería merecedor de un reconocimiento público) que propuso este
vocablo pero Moreno de Alba sospecha con sobradas razones que su origen no está
en la academia sino en el sector popular. “Los neologismos que se quedan
son los que, como ningunear, son resultado de la inteligencia y de la
sensibilidad de los hablantes, y no necesariamente de los más cultos, ya que
con frecuencia es el pueblo el mejor inventor de palabras. Ése es el caso, creo
yo, de ningunear.”
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